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En curso la guerra por el petróleo y gas  
Ha iniciado la fase final por el control de las fuentes de energía fósil del planeta. El afán por acceder al petróleo y gas está detrás de la mutación del TLCAN
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Ciudad de México.- Ha iniciado la fase final por el control de las fuentes de energía fósil del planeta. El afán por acceder al petróleo y gas está detrás de la mutación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al Acuerdo USMCA, de la segunda ronda electoral por la presidencia en Brasil, las sanciones contra China, Rusia, Irán y Venezuela. Esa avidez por la energía oxigena la balcanización de Siria, Irak y Libia; atiza guerras en Medio Oriente, África subsahariana y Asia. En este volátil contexto geoestratégico, se definirá el futuro de esa energía no renovable; la posición que adopte México debe ser acorde con su interés nacional. 

La energía es, y será cada vez más, instrumento de poder político. Toda dificultad para obtener el combustible que sustenta el actual modelo de civilización define la estabilidad de gobiernos, sus estrategias diplomáticas, equilibrios regionales y el poder militar. Con esas consideraciones políticas, geopolíticas y relaciones internacionales, Estados industrializados y corporaciones trasnacionales trazan el mapa global de los próximos 50, 100 y 150 años. 

Hoy, vocablos como “petrodiplomacia” o “petropolítica” describen la profunda recomposición del escenario energético mundial. La primera acometida corporativa fue ocupar los espacios geográficos que resguardan petróleo y gas para influir en su destino.  La segunda acometida fue impulsar la caída de los precios del crudo en 2014. A casi un lustro, es casi improbable la recuperación por arriba de los 100 dólares por barril en los próximos años. 

El ritmo de cambios es frenético: se descubren nuevas reservas, se agotan pozos; cambia la propiedad en tierras y los Gobiernos son más permisivos para explorar y explotar esos recursos. A la par, se libran conflictos de baja intensidad y guerras multidimensionales en centros neurálgicos como el Golfo Pérsico, Nigeria y el Cáucaso. 

La ambición por el petróleo se expresa en Sudán del Sur, la nación más joven del mundo y bajo conflicto desde su independencia, en julio de 2011. Pese a sus enormes reservas petrolíferas, sufre un violento enfrentamiento civil que ha dejado dos millones de muertos y la crisis de refugiados más importante desde el genocidio de Ruanda, en 1994. Ahí, en el centro de África, Estados Unidos (EE. UU.) compite con China por el crudo, de ahí que el pronóstico de ese conflicto sea reservado. 

Una plataforma petrolera

Están en la mira los yacimientos del Mar Caspio, el Mar del Sur de China, Venezuela y el Caribe. Y hasta en las profundas aguas del Ártico, compiten encarnizadamente por esos recursos empresas trasnacionales como la anglo-holandesa Shell y la estadounidense ConocoPhillips. 

Sanciones y guerra 

Una modalidad de guerra energética son los embargos comerciales y castigos financieros de EE. UU. contra distintas naciones. En su intento por sofocar económicamente a Irán, gran actor energético, entrarán en vigor las sanciones a fines de octubre. Tal expectativa ha disparado el precio del petróleo Brent –el barril de referencia de Europa– a niveles no vistos en cuatro años (85.32 dólares), pues al limitar las exportaciones de petróleo iraní, se reducirá la oferta global. 

A medida que se acerca esa fecha, los clientes de Teherán buscan proveedores alternativos. Y como la oferta global sigue invariable, hay un escenario de escasez y los precios escalan. La situación se modificaría si la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y otros grandes productores como Rusia, suplieran la oferta iraní. 

Aunque el aumento en los precios beneficia a corto plazo a los productores, Arabia Saudita, socio estratégico de EE. UU. y líder de la OPEP, rehúsa dar ese paso. A fines de septiembre, la OPEP y Rusia pospusieron la decisión de aumentar la oferta hasta diciembre, cuando ya estuvieran en vigor las sanciones; aún así, hay escepticismo de que el crudo sobrepase los 100 dólares por barril. 

Otro escenario de conflicto por petróleo es la guerra comercial que protagonizan China y EE. UU. Aunque la respuesta de Beijing no incluye tácitamente al petróleo estadounidense, varias grandes empresas de ese país han rechazado hacer nuevas compras. “Están detenidos los embarques de crudo estadounidense” admitía Xie Chunlin, presidente de la firma China Merchants Energy Shipping Co. 

Paradójicamente, las sanciones comerciales y financieras de EE. UU. contra Venezuela alcanzan a China. En su discurso en el Hudson Institute, el cuatro de octubre, el vicepresidente Mike Pence reclamaba a Beijing por proporcionar un “salvavidas” al mandatario venezolano, Nicolás Maduro, con créditos que concede a cambio de crudo de esa nación. Pence criticaba: “Beijing ha proporcionado un salvavidas al corrupto e incompetente régimen de Maduro, prometiendo cinco mil millones de dólares en créditos que pueden ser pagados con crudo”. 

Detrás de esa actitud, está el anhelo de las corporaciones trasnacionales por el potencial energético de Venezuela, que posee las mayores reservas de crudo del planeta (unos 297 mil millones de barriles); y que, pese a las sanciones estadounidenses, es el quinto exportador mundial de petróleo. 

De ahí que hayan articulado una crisis multidimensional contra el Gobierno Bolivariano que se traduce en: fragmentación política, recesión económica, insolvencia financiera y de abastecimiento. Adicionalmente, el 12 de agosto, Donald Trump amenazaba a ese país al declarar: “No descarto una acción militar en Venezuela. Tenemos muchas opciones”. 

AL en la mira 

Esa arrogancia imperial también ha originado invasiones en nuestra América. La riqueza energética de la región es inmensa: posee más del 10 por ciento de las reservas de crudo, produce 14 por ciento del consumo global –con Venezuela y México a la cabeza–. Además, alberga el cuatro por ciento de las reservas mundiales de gas y produce el siete por ciento del consumo mundial, con Argentina y Bolivia como actores principales. 

México se ubica en el onceavo lugar mundial de países exportadores de petróleo y tercero en la región. A mediados de 2007, la estatal Pemex producía 3.8 millones de barriles diarios (mbd), según la Agencia Internacional de Energía; hoy apenas produce dos mbd. 

Trabajadores extrayendo petroleo

Según la multinacional BP, México posee una de las mayores reservas a futuro de crudo y la cuarta reserva de gas natural de América Latina. Ese potencial no necesariamente será en bien del interés nacional, como evidencia el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA), que impuso Donald Trump tras eliminar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y que incluye el acceso al crudo y gas mexicanos. 

Emilio Godoy advertía en 2017, en estos términos: “Cuando se renegocia el TLCAN, las más poderosas corporaciones de EE. UU. han manifestado su deseo de eliminar obstáculos: quieren vendernos todo sin cortapisas y llevarse todo (materias primas) del mismo modo. Así lo han hecho saber en la consulta pública que la Oficina del Representante comercial de ese país organizó del 23 de mayo al 12 de junio”. 

No obstante, el pasado 27 de agosto, el presidente electo de México declaraba: “Estamos satisfechos porque quedó a salvo nuestra soberanía”. Sin embargo, una frase enigmática preocupaba a los defensores de nuestros hidrocarburos: “México se reserva el derecho de reformar su Constitución, sus leyes en materia energética”. 

Brasil es otro gran actor energético, junto con Venezuela y México. Por tanto, no se puede explicar la actual situación política del gigante sudamericano sin considerar el futuro de sus hidrocarburos. Ese país es el tercer productor de crudo regional, Petrobras produce más de dos millones de barriles diarios y su potencial gasífero lo hace la quinta reserva regional. 

La elección presidencial del pasado siete de octubre se realizó en la mayor incertidumbre, pues el resultado era el más imprevisible en dos décadas. El conservador Jai Bolsonaro se impuso en la primera vuelta sobre Fernando Haddad, sustituto de Luiz Inázio Lula da Silva. 

Para el analista Javier Tolcachier, “Bolsonaro, los que mueven los hilos detrás de él y quienes lo apoyan, saben que no combatirá a los corruptos en el Parlamento, en el aparato de Estado, en el empresariado o los medios porque los necesita para gobernar”. Tolcachier sostiene que Brasil se convertirá en una economía financiera dependiente y de preponderante exportación primaria. Todo lo que necesitan las corporaciones energéticas. 

Desde ahora han obtenido ventajas con el golpista Michel Temer, que el 28 de septiembre subastaba cuatro gigantescas áreas de reservas de crudo. Los consorcios BP Energy, Petrobras, Shell-Chevron y Exxon Mobil ganaron y ofrecieron “convertir a Brasil en uno de los mayores exportadores de crudo”. A cambio, la Agencia Nacional de Petróleo solo recibió mil 705 millones de dólares por licencias, aunque espera inversiones por 250 millones de dólares y regalías por 45 mil millones de dólares en 35 años. 

Plataforma petrolera

En la mira de esos consorcios están otros significativos productores de hidrocarburos latinoamericanos como Argentina, el cuarto a nivel regional y tercera reserva regional de gas. Ecuador es el quinto productor de crudo regional, aunque es el que tiene menos reservas gasíferas, con lo que es el séptimo productor regional. 

Bolivia es modesto productor de crudo y, en cambio, es la segunda reserva de América Latina después de Venezuela. De ahí la presión de las trasnacionales para que aumente su volumen de producción, cuya mayor parte destina a Brasil; y la persistente crítica contra la política soberana del presidente Evo Morales. EE. UU. está atento a la política energética de Cuba, que comparte con ese país y México los yacimientos transfronterizos submarinos en el Golfo de México.


Escrito por Nydia Egremy .

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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