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El mono desnudo, de Desmond Morris (II de II)
La obra explica por qué, desde hace decenas de milenios, la humanidad ha recurrido a la violencia sin que a sus protagonistas les hayan preocupado los genocidios y la destrucción de ciudades, industrias, campos agrícolas y bienes utilitarios básicos.
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Su naturaleza animal hace agresivo al hombre.

En las líneas siguientes, que conforman el capítulo quinto del libro El mono desnudo, subtitulado Lucha, Desmond Morris explica por qué, desde hace decenas de milenios, la especie humana ha recurrido con demasiada frecuencia a la violencia individual o a la masiva (la guerra) sin que a sus protagonistas –jefes de Estado, ideólogos, intelectuales, líderes políticos y sociales y ciudadanos comunes– les hayan preocupado los genocidios y la destrucción de ciudades, industrias, campos agrícolas y bienes utilitarios básicos.

“Si queremos comprender la naturaleza de nuestros impulsos agresivos, tendremos que estudiarlos bajo el prisma de nuestro origen animal. Como especie, nos preocupa tanto la violencia producida en serie y destructiva de los tiempos actuales, que al discutir este tema nos exponemos a perder nuestra objetividad. Está comprobado que los intelectuales más equilibrados se tornan, con frecuencia, terriblemente agresivos al propugnar la urgente necesidad de suprimir la agresión. Esto no es sorprendente. Por decirlo en términos corrientes, nos hemos metido en un buen lío y hay muchas posibilidades de que, antes de terminar el siglo, nos hayamos exterminado nosotros mismos. Nuestro único consuelo será que, como especie, habremos tenido un final emocionante. No será muy largo, tal como van las cosas, pero sí asombroso. Sin embargo, antes de estudiar nuestro propio y singular perfeccionamiento de los sistemas de ataque y defensa, conviene que examinemos la naturaleza básica de la violencia en el mundo desarmado de los animales.

“Los animales luchan entre sí por una de dos razones: para establecer su dominio en una jerarquía social o para hacer valer sus derechos territoriales sobre un pedazo determinado de suelo. Algunas especies son puramente jerárquicas, sin territorios fijos. Otras son puramente territoriales, sin problemas de jerarquía. Otras tienen jerarquías en sus territorios y han de enfrentarse con ambas formas de agresión. Nosotros pertenecemos al último grupo: las dos cosas nos atañen. Como primates, heredamos la carga del sistema jerárquico. Éste es un elemento básico de la vida de los primates. El grupo se mueve continuamente y raras veces permanece en un sitio el tiempo suficiente para fijarse en un territorio. Pueden surgir ocasionales conflictos entre grupos, pero son débilmente organizados, espasmódicos y relativamente poco importantes en la vida del modo corriente...”.

Pero más adelante, Morris escribió, a modo de conclusión, que todo esto cambió cuando “el mono desnudo se convirtió en cazador cooperativo”, se estableció en una “residencia base”, se hizo de un territorio fijo y se obligó a defenderlo con base en la violencia. “Lo mismo ocurrió con su comportamiento sexual” –por el surgimiento de la familia monógama– y se erigió como el macho jerárquico sobre la mujer y los hijos.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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