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Un mensaje urgente de Alfonsina Storni
Publicado en 1920 y con dedicatoria a otra grande de las letras hispanoamericanas, Gabriela Mistral, el poema Letanías de la tierra muerta, de Alfonsina Storni, es una obra maestra de la lírica universal.
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Publicado en 1920 y con dedicatoria a otra grande de las letras hispanoamericanas, Gabriela Mistral, el poema Letanías de la tierra muerta, de Alfonsina Storni, es una obra maestra de la lírica universal.

Recientemente, el maestro Aquiles Córdova Morán hacía el siguiente análisis: “el momento en que la humanidad se encuentra es el adecuado para una poesía de esta naturaleza. Es una poesía de una gran hondura filosófica que revela un conocimiento científico serio, que retrata con mucha fuerza, precisión, acierto en las palabras y en las metáforas lo que será del sistema planetario cuando nuestro Sol consuma todo su material incandescente y finalmente se apague. La poetisa, además de que lo retrata con mucho acierto, con una gran capacidad de penetración para conmover a quienes lo escuchan, también lo hace con una intención política muy clara: reprocharle a los hombres que crean que pueden seguir combatiéndose unos a otros, atacando a la naturaleza, destruyendo lo que ahora parece que nos sobra y que nunca se va a terminar. Por lo tanto es un llamado a que reflexionemos sobre cómo vivimos, lo que hacemos, cómo perdemos el tiempo, cómo estamos muy lejos de ser verdaderos seres humanos, fraternos unos con otros, capaces de disfrutar, cuidar y entender lo que tenemos y vivir una vida de tranquilidad, paz, cooperación, ayuda mutua, solidaridad y continua construcción material y espiritual de cada uno de nosotros y de la humanidad entera para poder vivir en esta tierra, aprovecharla y disfrutarla todo el tiempo que nos dure. No lo estamos haciendo; estamos agrediendo a la naturaleza, vivimos luchando unos contra otros, en guerras fratricidas y, si lo pensamos bien, a la luz de la tragedia final, por razones realmente baladíes como es acumular dinero que ni siquiera sabemos para qué queremos acumular”.

El colapso del Sol se afirma como un hecho seguro desde los dos primeros dísticos:

 

Llegará un día en que la raza humana

se habrá secado como planta vana,

y el viejo Sol en el espacio sea

carbón inútil de apagada tea.

 

En esta visión del fin del mundo, todo planteamiento religioso está ausente; el poema no habla de un ente supranatural que destruirá la tierra como castigo por nuestros pecados. Asistimos, además, a una consciente ruptura con toda una antigua tradición poética –reflejo de arcaicas sociedades– que hizo del Sol una deidad y lo consideró el indestructible dador de la vida. Si el Sol puede morir, toda la vida en el planeta lo hará también; las civilizaciones dejarán de ser y, con ellas, los anhelos de trascendencia, soberbia e irracionalidad de las clases dominantes. Toda la vida que hoy bulle en la Tierra habrá desaparecido para entonces; y con ella las sociedades divididas en clases, con todas sus injusticias y desigualdades.

 

Voluptuosas moradas de latinos

y míseros refugios de beduinos;

oscuras cuevas de los esquimales

y finas y lujosas catedrales…

 

Los siguientes endecasílabos formulan sucinta y bellamente la posición política de Storni en torno a las guerras, esa expresión suprema de la irracionalidad de unos cuantos poderosos del planeta a quienes no les importa destruir el mundo con tal de saciar su infinita hambre de ganancia.

 

Y negros, y amarillos y cobrizos,

y blancos y malayos y mestizos

se mirarán entonces bajo tierra

pidiéndose perdón por tanta guerra.

 

Acto seguido, retomando la tradición medieval de la Danza macabra o Danza de la muerte, los millones de esqueletos a que se ha reducido la humanidad se levantan y, tomados de las manos, entonan un desgarrador coro de lamentos por el mundo muerto, por las guerras fratricidas y por haber desperdiciado el breve y valioso instante que dura la vida.

 

De las manos tomados, la redonda

Tierra, circundarán en una ronda.

Y gemirán en coro de lamentos:

¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos!

¡La Tierra era un jardín lleno de rosas

y lleno de ciudades primorosas;

(…)

Y ahora, blancos huesos, la redonda

Tierra rodeamos en hermana ronda.

Y de la humana, nuestra llamarada,

¡sobre la tierra en pie no queda nada!

 

Y vano será ese lamento pues el tiempo, ese gran protagonista de la lírica universal, no vuelve atrás sus pasos y huye inevitablemente. Muerto el Sol y congelada la Tierra, todo afán humano habrá desaparecido para siempre, aunque un nuevo astro se acercara momentáneamente a calentar la superficie del planeta.

 

Mas será en vano que los muertos ojos

pretendan alcanzar los rayos rojos.

¡En vano! ¡En vano!... ¡Demasiado espesas

serán las capas, ay, sobre sus huesas!...


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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