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Dos poemas de Alcira Cardona Torrico
En 1961, la poetisa daba a la prensa "Rayo y simiente", su segundo poemario en el que refrenda la decisión de reflejar la dolorosa realidad del pueblo y por el que se convierte en la figura principal de la poesía social en Bolivia.
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Por las calles

reanudan su lucha los obreros,

siguen andando por los vientos,

los escombros, la esperanza,

andan bajo la lluvia

y la lluvia es fresca, verde, nueva.

¡Y el coro del pueblo no retrocede y canta!

Alcira Cardona, Trabajo y pan (1984)

 

Longeva escritora, dramaturga y poetisa boliviana, Alcira Cardona Torrico daba a la prensa, en 1961 su segundo poemario, Rayo y simiente, en el que refrenda la decisión de reflejar en versos la dolorosa realidad del pueblo y por el que se convierte en la figura principal de la poesía social en Bolivia. En un continente convulso, sacudido por golpes de Estado, masacres, dictaduras, exilios y explotación interminable, la poesía no puede discurrir por el ameno cauce de un lírico arroyuelo, sino en una caótica sucesión de imágenes.

Para los poetas es imposible cerrar los ojos a la realidad, refugiarse en un mundo ideal, ajeno a la violencia y a la guerra, dice Alcira Cardona en Cuando abrí mi corazón (contenido en la citada obra); en el que se reconoce obligada a tomar conciencia y hablar de la desesperanza, la injusticia, la violencia, la represión, el recuerdo de los muertos, las separaciones y el dolor de todo un pueblo.

 

Cuando abrí mi corazón, había dentro

un dios llagado; lo vi caer por la mejilla izquierda

hasta romper la luz y estremecer la tierra

 

Cuando abrí mi corazón,

estaba un olivar quemándose entre dos rayos.

Percutía el puño de los huecos

y blandía sus brazos el estrago.

 

Cuando abrí mi corazón, las fraguas ya no ardían,

pero el duro golpearse de los hierros

arrastraba estruendos carcelarios y suspiros

Cuando abrí mi corazón, el poema

vio descarnado el rostro de la guerra,

en sus labios cayeron los adioses,

hubo temblor de noches

y silencioso huir de estrellas.

 

Cuando abrí mi corazón, quedaban el duelo,

la carcoma, el polvo y las últimas palabras

sin encuentro; con ojos en la sombra sumergidos

los insomnes recuerdos girando en el vacío.

 

¡Cuando abrí mi corazón,

las lágrimas del mundo habían crecido…!

 

Esta decisión inamovible de retratar la realidad, de llamar a las cosas por su nombre sin abandonar la clave poética, es el eje de toda su obra. El poema que da nombre a su siguiente libro, Tormenta en el Ande (1967), bien puede considerarse el manifiesto literario de la autora; en él se declara parte de la tierra, emanada del pueblo; se reconoce producto de la historia, miembro de la colectividad e inmortal en la medida que ésta lo es, aludiendo al remoto pasado prehispánico, al mestizaje y a la época actual. Mis versos –dice– no pueden ser apacibles, sino reflejar lo que sucede “en este agitado y tormentoso Siglo Veinte”.

 

Soy parte de mi tierra y de mi pueblo por ello,

de pueblo y tierra recogí espíritu y poesía,

sencillo canto de un ser que poco sueña

y que más se afana.

Hay angustia e ímprobos instantes,

presunciones de inmortalidad,

más, como lo eterno se hace ignoto

voy sobre los mismos pasos

hacia el instante que deba recorrer.

Soy, para todos, la pura criatura en el amplio

espacio de la tierra de Bolivia,

que nace en las etéreas cunas de Los Andes,

cubre extensiones de esmeralda y ónix,

valles y lagos trémulos de espacio,

de antecesores probos, señores de casta regia

de tiwanacotas y de aymaras,

después de España,

y otra vez americanos,

rotundamente indianos como hoy,

como mañana, para siempre.

Por eso, mis versos resumen el instante

angustioso, delirante, loco

sin dulces somnolencias de ciudad cómoda

y de poblado satisfecho; son fuertes, humanos,

anárquicos, ansiosos, como dicta la razón

de una realidad de Pueblo y de hombre

en este agitado y tormentoso Siglo Veinte.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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