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Se vislumbra que el nuevo orden multipolar acabará con la hegemonía del dólar como símbolo del poderío económico-financiero de Estados Unidos (EE. UU.) y su colonización monetaria, ya que ahora impera en el mercado global. Con la erradicación del billete verde –en cuya imagen aparece George Washington y la leyenda En Dios confiamos–, múltiples naciones pretenden crear un sistema monetario que las considere y no sea un arma de guerra e inequidad capitalista. El desafío es titánico, pero no imposible.
Desde la perspectiva antimperialista, la dolarización, como renuncia de facto a las monedas nacionales en beneficio de otra extranjera, expresa ya una forma de colonización. Dolarizar es renunciar a la soberanía y aceptar ser colonia; pues la moneda estadounidense normaliza el saqueo de materias primas y la explotación de la mano de obra semiesclavizada.
La colonización imperial no solo implica ocupación y saqueo, sometimiento de pobladores y la apropiación de su imaginario; también, impone un sistema monetario arbitrario y desigual. Hoy, para recuperar su soberanía económica, importantes actores del mundo trabajan en la “desdolarización”, proceso que pasa por la descolonización comercial y financiera.
La desdolarización –o transición geoeconómica– evidencia la creciente relación de sur a sur con nuevas monedas de reserva y nuevos mercados. Esto contrasta con la desaceleración del comercio norte-norte, donde el dólar ya no es moneda única de intercambio, ni de reserva, acepta el Fondo Monetario Internacional (FMI).
A principios de este siglo, el dólar era utilizado en 72 por ciento de los intercambios mundiales; 21 años después ha descendido al 60 por ciento, lo que, sin embargo, aún equivale a que más de la mitad de los intercambios en el planeta se realicen en dólares.
Neocolonización y dólar
Durante la Conferencia Monetaria y Financiera de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), celebrada el 22 de julio de 1944 en el balneario de Bretton Woods, New Hampshire, EE. UU., se impuso el dólar como moneda de uso corriente, tanto de reserva como de intercambio comercial, de divisas y otras transacciones financieras en el mundo.
Esta hegemonía monetaria, totalmente colonizadora, produjo la asimetría en el poder a favor del dólar contra otras divisas; lo convirtió en la moneda más usada en el mundo, pese a que no tiene el respaldo del oro o el poder productivo de su país, advierten Alfredo Serrano y Francisco Navarro.
Tras la crisis de los años 80, este modelo se ajustó para beneficiar al gran capital. Nacían la nueva división internacional del trabajo y la nueva estructura internacional del comercio y las finanzas del orden neoliberal.
Los beneficiarios de la dolarización han sido los entes oportunistas mercantiles surgidos de los “acuerdos de libre comercio”, que impulsan políticas de fronteras abiertas y alientan la desindustrialización. Con el uso del dólar para “garantizar la liquidez”, los gobiernos contribuyeron a la dolarización de sus economías en los años subsecuentes.
Esta tendencia no favoreció a ninguna nación. El experto en geopolítica e imperialismo, Michel Chossudovsky, sostiene que “dolarizar es una forma de someter a los pueblos”; pues al perder su soberanía económica, se someten a los organismos financieros internacionales conforme a los intereses de EE. UU.
En este siglo cambió el panorama con el ingreso del euro, respaldado por países con Producto Interno Bruto (PIB) y comercio semejantes a los de EE. UU., aunque no lo han equiparado. Y a pesar de que la moneda estadounidense se mantiene como divisa eje, su uso como reserva internacional disminuye.
Revertir el mal
En la actual “nueva Guerra Fría”, las fricciones de Occidente contra Rusia y China, actores de gran calado en la escena global, han aumentado. Temeroso de su declive hegemónico, Occidente ha procedido significativamente contra ambas naciones mediante restricciones unilaterales (sanciones) como extensión de su política exterior.
Para sortear esa ilícita política y recuperar la soberanía monetaria China, Rusia, Venezuela, Irán y otros países avanzan en la estrategia de “desdolarizar” sus economías; lo efectúan conscientes de que éste es un proceso gradual y de larga duración.
La “desdolarización”, después del levantamiento armado, es la forma más expedita de las naciones para descolonizarse. Si en el Siglo XIX, los pueblos de América se sacudieron el dominio territorial, y en el XX lo hicieron Asia y África, en el Siglo XXI avanzan hacia la erradicación del colonialismo económico.
En la primera década del siglo actual, las economías emergentes más comprometidas en términos geopolíticos ya coincidían en su propósito de emplear monedas propias en su comercio bilateral y regional sin necesidad del dólar.
Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica –que forman el bloque con el acrónimo BRICS–, al igual que los miembros de la Unión Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghai, anunciaron su decisión de usar monedas propias (sin el dólar) en su comercio bilateral y regional.
Es cierto que ningún miembro de ese naciente grupo de países se proponía retirarse del sistema financiero controlado por Occidente, ni del uso político que EE. UU. aprovecha. No obstante, Rusia ya iniciaba su desvinculación del dólar con el Fondo de Bienestar Nacional (NWF, fondo de reservas de pensiones) y alternaba el yuan con el euro y el oro.
A su vez, desde 2015, China promovía el uso del yuan en el sistema interbancario de compensación (CIPS), así como con sus socios de la Iniciativa de la Ruta y la Faja. De ese modo, los dos colosos asiáticos (Moscú y Beijing) han desdolarizado 90 por ciento de su comercio bilateral entre 2015 y 2020, afirma el diario The Financial Times.
Desde el 24 de febrero, a partir de la operación militar especial de Rusia en Ucrania, ambos gigantes han sido víctimas de sanciones cada vez más expansivas. Por tanto, hoy coinciden en que, para acelerar su proceso de descolonización del dólar, fortalecerán su independencia tecnológica y usarán intensivamente sus respectivas monedas.
A la par, Irán y Venezuela exploran formas para defender su comercio del dólar como arma de guerra y escudarse ante las penalizaciones estadounidenses y europeas, con sus socios euroasiáticos. Estos planes conjuntos, que son como tejer redes de intercambio económico-financiero entre sí, también buscan beneficios en los sectores militar, tecnológico y energético, explica Eric Raventós.
País por país
Hace tiempo que el gobierno del Partido Comunista de China (PCCh) cambió su estrategia de política financiera y monetaria para posicionar al yuan como referencia global; lo hace al proyectar globalmente todo el peso de su economía como primera exportadora mundial y segunda en términos de PIB.
Por ello, el yuan es ahora moneda de reserva en 40 bancos centrales, respaldado por su poderosa capacidad tecnológico-industrial y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII). Un efecto de esa estrategia, que poco se conoce en México, significa que no menos de 15 países africanos tienen ya sus reservas en yuanes.
Sin embargo, aunque el yuan es la cuarta de las divisas alternativas (con el dólar canadiense, la corona sueca y el won surcoreano), se tardará en sustituir al dólar. La razón es que no es convertible libremente; pero cuando lo sea, podría asumir el rol del dólar.
Rusia ha tenido una visión igual. Así lo confirmó el presidente Vladimir Putin el pasado 12 de septiembre, cuando afirmó que solo es “cuestión de tiempo” detectar los resultados del proceso de desdolarización de su economía, ya activado ante las sanciones económicas de Occidente. A su vez, el viceministro de Finanzas, Alexey Moiseev, sostuvo que Rusia ya no necesita al dólar como moneda de reserva.
Este proceso empezó en la década de los 90, cuando estrategas rusos iniciaron estudios para independizarse del dólar. Tras los resultados desastrosos que atrajeron la globalización, la crisis financiera de 2008 y las sanciones de 2014 por la adhesión de Crimea, el Kremlin diseñó su Plan de Desdolarización, presentado en 2018.
Sin embargo, este año, frente a la crisis en Ucrania, Occidente prohibió a Rusia realizar operaciones internacionales financieras y comerciales. De ahí que el vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitry Medvedev, alertara que si se mantiene ese veto, Moscú comercializaría con el yuan y el euro para evadir al dólar.
Petróleo y desdolarización
El petróleo y el gas, los bienes geopolíticos más apreciados de nuestra civilización, también son los de mayor peso en el comercio internacional y su transacción es en dólares. Por tanto, hasta el 24 de febrero pasado, parecía remota la “desdolarización” de ese intercambio.
Sin embargo, las insensatas sanciones de Occidente contra Rusia despertaron una vez más la tentación de desdolarizar la economía, no solo del este europeo sino del mundo, revela Dominique Baillard.
Inicialmente, en los países que negocian con el Kremlin, aumentaron las dificultades por mantener el ritmo y el volumen de ese intercambio; algunos han intentado desvincularse de la moneda estadounidense, mientras evitan represalias de EE. UU.
Al interior, empresas rusas como Rosneft, Polus, Rusal y Metalloinvest aumentaron sus inversiones de bonos en yuanes. Esto se explica por la creciente cooperación entre la enorme petrolera estatal –y otras firmas de recursos– con China, cuya moneda utilizan en esas transacciones. No obstante, los expertos advierten riesgos de tal dependencia.
Y, hoy, el Kremlin usa, además del yuan, monedas de reserva como la lira turca, el dirham de Emiratos Árabes Unidos y la rupia india. Por su amplia experiencia en prevenir desastres, Moscú reúne fondos en monedas de sus aliados y aumenta acuerdos bilaterales de todo tipo para amortiguar las sanciones, explican especialistas de World Energy Trade.
India, con su boyante economía, es otro actor relevante que explora mecanismos de intercambio regional e internacional con la rupia. Así, esa idea ha sido aceptada por los legisladores para importar combustible ruso con esa moneda. A esa forma de comercio se ha sumado Irán, cuyo ministro de petróleo propuso intercambio de energía en rupias o riales (moneda del estado persa).
Existen otras prácticas “sorprendentes” como las califica Dominique Baillard. Para inquietud y sorpresa de EE. UU. su añejo aliado, el reino de Arabia Saudita, está decidido a cotizar en yuanes su petróleo. Tal posibilidad se estudió en 2016, cuando chinos y sauditas vieron cómo Occidente recrudecía sus sanciones contra Rusia.
Para los sauditas, usar el yuan en su comercio tiene sentido, pues Beijing adquiere 20 por ciento de sus exportaciones de crudo. Tan inédito pragmatismo de Riad, cuya privilegiada relación con Washington trasciende lo comercial, induce a pensar que intenta preservar el rial, su moneda, a la que por décadas rebasó el dólar.
Hoy, una cuarta parte de las reservas del Banco Central Saudí está constituida por bonos del tesoro de EE. UU., es decir, deuda de la superpotencia. El futuro de esa relación dependerá del proceso de desdolarización que imprima la visión modernizadora del príncipe heredero, Mohamed Bin Salman.
En contraste, el euro ha ido en detrimento de los intereses de los miembros de la Unión Europea (UE). Tras la crisis de 2008, únicamente el peso del dólar aumentó como reserva, situación que empeoró este 2022 con el conflicto en Ucrania y el efecto inverso de las sanciones energéticas a Rusia sobre la economía europea.
Arma de guerra
En nuestra América, el dólar siempre ha sido arma de guerra. Desde 1904, cuando se declaró independiente –aunque subordinado a EE. UU.– es moneda de uso corriente en Panamá, pues ese año asumió el control del Canal. Y aunque hoy se desplaza ahí el balboa, su circulación es muy restringida.
En el 2000, el presidente de Ecuador, Jamil Mahuad, adoptó el dólar como moneda legal para eludir la hiperinflación que subió al 96 por ciento, y la devaluación del sucre. Pero su economía empeoró. En 2001, el presidente de El Salvador, Francisco Flores, decidió que el dólar y el colón se usarían como monedas a la par.
Tampoco mejoró la situación. Esa dependencia económico-financiera y comercial se tradujo en el aumento de la deuda, adquirida en dólares. Mientras los acreedores ganan, los deudores pagan más cuando sube la divisa extranjera.
En la Argentina de Mauricio Macri (2015-2019), las inmobiliarias cobraban en dólares y los bancos ofrecían ese billete que ganó 50 por ciento sobre el peso, con lo que aumentaron hasta hoy los alimentos, medicinas, tarifas eléctricas y el servicio telefónico.
A tres meses de su asunción, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, intenta evitar la caía del peso colombiano con nuevos mínimos históricos de cuatro mil 800 unidades frente al dólar. En el segundo semestre de 2022, Argentina, Chile y Colombia encabezaban la lista de países cuya moneda ha perdido más valor respecto al dólar.
Esa devaluación se ha traducido en alza de precios en importaciones, inflación y pagos de deuda contraída en dólares. Solo México y Brasil mantuvieron estable la evolución del conciente de dolarización financiera, apunta el analista del Fondo Latinoamericano de Reservas (FLR), Eduardo Levy Yeyati.
Entre los países emergentes, hoy, el peso mexicano es la cuarta moneda, detrás del rublo ruso, el real brasileño y el sol peruano. A la vez, nuestra moneda figura como la 14a más apreciada entre 189 estados, según el FMI.
Para erradicar al dólar, los países que más han avanzado, son Bolivia, Paraguay y Uruguay. A esta tendencia se suman gobiernos de izquierda pragmática que recientemente asumieron en Colombia, Perú, Argentina, Chile y Honduras, lo que anticipa la revitalización del Mercosur, con el uso de monedas propias.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.