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La clase media que apoyó al actual titular de la Presidencia de la República ha reculado; y ahora vive, en carne propia, la ley que justifica, en tiempos de bonanza, como la mejor aliada del régimen y en tiempos de crisis representa una férrea crítica. Esto no es para menos, ya que dicho estamento se encuentra entre las dos clases más antagónicas en el sistema capitalista, y muchos de sus integrantes aspiran a ascender en la escala social para pertenecer a la clase de los ricos, con quienes se sienten plenamente identificados y a la que nunca llegan. A muchos clasemedieros les horroriza la pobreza pero, desafortunadamente, el Covid-19 con las políticas del gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T), los ha obligado a bajar al infierno de sus peores pesadillas.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México había, antes de la pandemia, 9.3 millones de profesionistas que se encontraban por debajo de la línea de la pobreza, cifra equivalente a dos de cada tres de estas personas, quienes se ubican socialmente en la clase media. Pero como el actual gobierno ha despedido gradualmente al 70 por ciento de los burócratas, tal estamento se ha ampliado. Entre ellos destacan los científicos, cuyos ingresos se han reducido drásticamente debido a los recortes a la ciencia y la investigación multidisciplinaria. Se sabe que la educación rompe el círculo perverso de la pobreza; pero las crisis económica y sanitaria la han inhabilitado porque 8.8 millones de estudiantes de todos los niveles han abandonado los estudios. Con estos efectos, el Presidente, quien vive de los pobres, está contento porque estos jóvenes han dejado atrás sus aspiraciones y despertado a la cruda realidad.
Un informe del Centro de Estudios Espinoza Yglesias sobre la movilidad social –es decir, sobre el cambio en la condición económica de las personas– revela que ésta es prácticamente nula porque la mayoría de los mexicanos de los estratos sociales más bajos permanecen en el mismo estatus. El estadounidense Paul Krugman, premio Nobel de Economía, sostiene que el 90 por ciento de quienes nacen pobres, mueren pobres por más esfuerzos que hagan. Esto aplica también a las clases medias, cuyos ingresos, fluctuantes entre los cinco mil y los 14 mil pesos mensuales, dado el alto costo de los bienes y servicios, no les permiten llevar una vida decorosa, viven al día y con la constante incertidumbre de que en cualquier momento pueden perder sus empleos y hundirse en una mayor pobreza.
Todo esto trae graves consecuencias en el tejido social ya que, a mayor pobreza, los problemas sociales, como inseguridad pública, violencia, asesinatos y feminicidios son más posibles y cotidianos. Para el crimen organizado es más fácil captar nuevos adeptos entre los pobres, porque en los ambientes de deterioro social y económico, los jóvenes son más susceptibles de enrolarse en las bandas delictivas por obtener mucho más dinero que el triste salario mínimo de 143 pesos diarios que hoy se paga en México.
Hemos llegado a normalizar este tipo de vida gracias a los medios de comunicación –sobre todo la televisión y el cine–, en cuyas historias y noticias, los narcos son protagonistas heroicos y ejemplos a seguir; pues los pintan con toneladas de dinero, al lado de mujeres hermosas y llevando una vida de lujos y despilfarros. Las canciones populares hacen también su parte; en sus letras, los grandes capos logran salir de la pobreza con base en estos medios ilícitos para disfrutar a manos llenas su riqueza y la buena fama de personas valientes, según el reconocimiento que, de manera constante, les brinda el Presidente de la República. Por ello no es casual que el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) haya ganado varias de las gubernaturas de los estados donde hay mayor presencia del crimen organizado y mayor nivel de descomposición social.
Y mientras esto sucede, los trabajadores, los que producen la riqueza, deben demostrar que no han sido derrotados moralmente, dar la pelea para hacer a un lado estos lastres y combatir con unidad y decisión para evitar que el lumpenproletariado los rebase. Al tiempo.
Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA