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DESARROLLO Y LIBERTAD: LOS IMPEDIMENTOS
Amartya Sen, quien ha sido profesor en Cambridge, la London School of Economics y Harvard, obtuvo el Premio Nobel de economía en 1998
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Amartya Sen, quien ha sido profesor en Cambridge, la London School of Economics y Harvard, obtuvo el Premio Nobel de economía en 1998, principalmente por sus trabajos sobre pobreza. Sen ha estudiado la contradicción que existe entre el crecimiento económico, la abundancia de recursos, y el hambre creciente, incluso en el mismo país o región. Obviamente, es una paradoja el que en una sociedad que produzca muchos bienes materiales, tengan a la vez su asiento hambre y pobreza, algo que nos recuerda el suplicio de Tántalo, aquel personaje mitológico condenado a permanecer en un lago, cuyas aguas le llegaban hasta el cuello, y bajo un árbol cuyos frutos pendían sobre su cabeza; pero cuando Tántalo se inclinaba para beber, el nivel del agua bajaba, por lo que jamás podía alcanzarla, y cuando intentaba tomar un fruto, la rama se elevaba; así, moría de sed inmerso en un lago, y de hambre bajo los jugosos frutos del árbol.

Precisamente la coexistencia de abundancia y miseria es analizada por el profesor Sen en su obra Desarrollo y Libertad, donde sostiene que ésta es la cima del progreso e indicador fundamental del desarrollo, pero no concebida como algo abstracto o subjetivo, sino dependiente de su fundamento económico: el acceso a la riqueza. Una sociedad hambrienta, ignorante y enferma, nos dice, no puede alcanzar la libertad plena, y muchas veces: “la falta de libertad real se refiere directamente a la pobreza económica, que priva a la gente de la libertad para satisfacer el hambre, o para alcanzar la nutrición suficiente, o para obtener las medicinas para enfermedades curables, o la posibilidad de vestirse adecuadamente u obtener vivienda, o de disfrutar de agua limpia o servicios de drenaje”.

Categóricamente postula que deben suprimirse los obstáculos materiales que impiden a los pueblos llegar a ella, de ahí la importancia de crear y distribuir los satisfactores fundamentales de alimentación, vivienda, salud, etcétera. Señala también la gran responsabilidad del estado en la provisión de servicios básicos como agua, electricidad, escuelas o caminos, y su importancia para alcanzar la libertad. Vistas las cosas en esta tesitura, no concibe el crecimiento económico como un fin en sí mismo, sino como medio que provee las condiciones para llevar a la sociedad a estadios superiores de progreso. Congruente con su teoría, Sen postula como tarea fundamental, para gobiernos y sociedad civil, eliminar las restricciones a la libertad, entre las que menciona, además, la incapacidad de decidir sobre los asuntos públicos y la elección, real, de gobernantes.

Esta teoría es totalmente aplicable a nuestra sociedad, con casi 70 millones de pobres, cuya situación es tal que para ellos la libertad, como cúspide del desarrollo, es inaccesible: hablar de libertad en medio del hambre y la pobreza, es un contrasentido, por no decir una burla, para quienes la sufren. El presidente se ufana de que somos “de las economías más fuertes del planeta”, ¿pero de qué sirven el crecimiento del PIB y las exportaciones, si la mayoría del pueblo está privado de lo indispensable? ¿Para qué la estabilidad de los indicadores macroeconómicos? ¿No es acaso el ser humano la preocupación central de toda política económica?

Como ejemplo de lo anterior, llamó mi atención un bien documentado trabajo periodístico, publicado por Dinorath Mota en El Universal, que describe la vida de los pobladores de la Sierra Otomí­Tepehua en el estado de Hidalgo, concretamente en el municipio de San Bartolo Tutotepec, que, por cierto, ha sido escaparate para el lanzamiento de programas del gobierno federal.

Algunos datos muestran la patética situación de los habitantes de esa región. Sólo 10 por ciento cuenta con servicios básicos y 50 por ciento son analfabetos. No hay caminos y los indígenas deben caminar hasta ocho horas para llegar a sus comunidades. “Enfermarse en algunas de las poblaciones representa casi una sentencia de muerte por la falta de clínicas rurales y hospitales, y, sobre todo, por lo alejado de las poblaciones… los indígenas tienen que cargar a sus enfermos en sillas de madera y cruzar entre montañas y ríos para que reciban atención médica”; asimismo, “para obtener agua potable, recorren entre uno y dos kilómetros hasta llegar a los ríos, para ahí cargar, en su mecapal, una cubeta de 25 litros”.

Añade que: “el promedio de ingresos para sostener a una familia de hasta ocho integrantes es de 50 pesos diarios. Así, la dieta tradicional en la región la conforman los frijoles, el chile y el café. La carne y el huevo sólo se comen de manera esporádica en la cabecera municipal, y casi nunca en las comunidades”. En cuanto a los ingresos, las mujeres:

tienen que trabajar meses enteros para ganar unos cuantos pesos, como en el caso de Manuela San Agustín Casiano, de 64 años de edad, quien dedica cinco meses para bordar un mantel, para recibir por él sólo 400 pesos… Desde hace cinco años se ha tenido que emplear como maquiladora de los “tenangos” (famosos y solicitados bordados a mano, de animales), una artesanía originaria de la vecina población de Tenango de Doria que alcanza precios de hasta 5 mil pesos, sobre todo fuera del país… Sin embargo, a los indígenas que los elaboran se les paga a sólo 100 pesos el metro.

En otras partes la situación es la misma. De una población de 2.2 millones de habitantes, 800 mil son analfabetos. El reportaje, con base en INEGI, nos dice que en Hidalgo hay 815 poblaciones de “muy alta marginalidad” y 2,700 de “alta marginalidad”. Pero lo más preocupante, si cabe, es la insensibilidad de los gobiernos federal y estatal, que se ofenden ante todo reclamo de los afectados, que consideran como delito.

Amartya Sen, pues, tiene razón, porque su teoría refleja nuestra realidad. Y mientras ésta subsista, de acuerdo con su tesis, desarrollo y democracia serán conceptos hueros, vil palabrería. Y creo que podemos coincidir con él en que sociedad civil y gobierno deben eliminar los obstáculos que impiden la marcha de los pueblos hacia la verdadera libertad y, finalmente, a su felicidad: meta última de toda economía racional.


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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