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Carmen Conde
Nació el 15 de agosto de 1907 en Cartagena, España. Fue una poetisa, prosista, dramaturga, ensayista y maestra española, considerada una de las voces más significativas de la generación poética del 27. Fue la primera académica en la Silla K de la Real Academia Española, pronunciando su discurso Poesía ante el tiempo y la inmortalidad en 1979. Su relación con el poeta Antonio Oliver Belmás contribuyó a consolidar su personalidad poética y compromiso revolucionario, junto a él fundó la primera Universidad Popular de Cartagena. En 1933 fundó la revista Presencia y por esa misma época conoció a la chilena Gabriela Mistral, quien prologó su siguiente poemario en prosa, Júbilos (1934), editado al año siguiente e ilustrado por la pintora argentina Norah Borges.
Tras la Guerra Civil Española, en la que ella y su marido habían tomado partido por el bando republicano, se instaló en Madrid, donde fue vecina de Vicente Aleixandre, publicó bajo los seudónimos “Florentina del Mar” y “Magdalena Noguera”. En estas condiciones lanzó libros como Pasión del verbo, Honda memoria de mí, Signo de amor, Ansia de la gracia y Una palabra tuya. En 1967, la publicación de Obra poética 1929-1966 le valió el Premio Nacional de Literatura; paralelamente escribió libros infantiles, por los que recibió también el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1987. Publicó asimismo varias novelas: En manos del silencio (1950), Las oscuras raíces (1953), A este lado de la eternidad (1970) o Soy la madre (1980), en las que junto a la tendencia psicológica predomina el tono poético de su prosa. Falleció en Majadahonda, el ocho de enero de 1996.
Historia
Este mar es un mar arracimado
en dos brazos de tierra, clamorosos
de jaloque y leveche...; es un espeso
vino viejo de sales y de yodo.
Es un mar para jóvenes intactos;
y es un mar para seres que ya saben
lo que el mar lleva en sí, desde la tierra.
Es un mar sin jinetes, no galopa.
Y este olor de milenios a que huelen
sus orillas de pinos y palmeras,
es del mar sobre el mar: es ya celeste
como manos de arcángeles quedadas.
¡Oh su luz y su son, sus grandes nubes
que el levante desprende de los cielos
y que vuelca en el campo, como ríos
que regresan de Dios, el mar de bronce!
Pacto
Pactemos, mi mar.
Corrobórame íntegro el pacto.
Cuando me vaya a la selva de casas
y de acuciantes urgencias anónimas,
has de acudir, tal y como te veo,
apenas mi corazón desmaye,
levantándome ante mí, arcangélico azul inmenso,
bañándome el duro mundo de mi contorno humano.
Y por las noches de ti, apenas callen
sus extensos rumores pinar y viento,
has de evocarme tú, has de escucharme,
diciéndote:
¡quisiera yo ser eterna, solo por verte!
Ante ti
Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran
esa rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.
Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.
He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzo que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo.
Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada viva.
¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy...? ¿qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?
Hay dolores fluidos, del color de la sangre...
Hay dolores fluidos, del color de la sangre,
que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.
Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos
que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio
Dolores de locura, como vinos malditos
que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia
de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!
¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,
y espeso y resbalante, sangre densa, ya muerta,
que avanza por el suelo de nuestro ser...
que avanza y deja frío el marmóreo piso
que somos, rezumándolo, los que estamos dolientes;
Dolores que acribillan esta piel vulnerable
del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;
dolores que nos hacen poco a poco insensibles,
dolores sin un pliegue, dolores de coraza.
¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes
que el fuego derritió y ahora va despacio,
dejándonos teñidos de una noche sin alba?
¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte
cogido por grilletes, por cadenas sin quiebro!
Ese dolor del cuello que se espera tajado
por un hacha que corta aunque una madre rece.
Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:
el que mi nuca sufre quedándose sujeta
por la masa de sangre negra, muerta, incesante...
¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana
de una mañana abierta como una rosa entera!
¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca
y toda soy un charco de gritos de agonía!
En la tierra de nadie
En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.
Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros «saben» que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.
Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, solo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.
Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.
Aquel pedazo de tierra
Desnudado. La yerba arrasada.
Hambrientos rebaños.
Pueblos, en pantanos sumergidos;
añorando deshielos.
Gente padecida se derrumba
a su oscura miseria.
Minerales montañas desdichan
a los que ya envejecieron.
Los prados no alientan, tan secos
cual comidos por fuego.
Las casas alzadas por siglos
abren su boca a la muerte.
Huyó la juventud, dejando
duro manto del olvido.
Escrito por Redacción