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“De Balbuena a Sigüenza y Góngora, de Mateo Alemán a Sor Juana Inés de las Cruz, las élites del Siglo XVII se entregaron a las seducciones de la ciencia, la poesía, el teatro y con menos frecuencia a la sátira. Manierista, después barroca, singular y brillante, la Ciudad de México aprendió a vivir al ritmo de la urbe y de la corte, como sucedía en otras ciudades de Europa y el Siglo de Oro”, así empieza el Capítulo X (India, española, negra y mestiza) en el que se reseña a grandes rasgos el contenido integral de La Ciudad de México. Una historia (París, 1995-México 2017, FCE), del historiador francés Serge Gruzinski (París, 1949).
Este libro es en realidad una crónica de la construcción y destrucción de una obra de arte comunitaria a lo largo de seis siglos –del XIV al XX–, en la que abundan las referencias a obras de arquitectos, pintores, escultores, músicos, cineastas y escritores de teatro, poesía, prosa, y donde hay una reivindicación manifiesta: desde surgida como urbe prehispánica en 1321 o en 1325 hasta finales del XX, sus gobernantes, artistas y ciudadanos se han propuesto configurarla como una joya artística y actualizarla conforme a los modelos modernos. A este último objetivo, explica, se han debido sus múltiples destrucciones parciales.
El historiador francés afirma que en los gobiernos de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada –empeñados en borrar “todo lo español” en la Ciudad de México (CDMX)– desapareció casi el 100 por ciento de la arquitectura colonial, especialmente la del Siglo XVI; la del Porfiriato (neoclásica y francesa) fue destruida por los gobiernos de la Revolución Mexicana de 1910 y la ínfima que sobrevivía de la colonia española fue arrasada por el exregente Ernesto P. Uruchurtu entre 1952 y 1967. Revela también que la Plaza de la Constitución (Zócalo) no debe su nombre a la Carta Magna de 1857, sino a la Constitución de Cádiz de 1812 (española); que el Himno Nacional fue cantado por primera vez en 1854 durante una función de ópera con la voz de dos artistas italianos (mujer y hombre) y que la célebre escultura de Carlos IV (El Caballito, 1803), de Manuel Tolsá, fue la primera obra de arte civil en México porque, anteriormente, la mayor parte de las obras plásticas (pintura, escultura y arquitectura) eran de contenido religioso.
Gruzinski destaca la intensa labor de urbanización en la CDMX del virrey Conde de Revillagigedo quien, en solo cinco años (1789-1794), implantó el barrido diario de basura en calles; el uso de carros colectores de mierda para que no se fuera a los canales; en éstos instaló puentes de mampostería y sustituir los de madera; reconstruyó el acueducto Arcos de Belén-Chapultepec; abrió nuevas calzadas; pavimentó y puso nombres a las calles; y quitó de éstas cristos y santos para volverlas laicas. Durante las obras de infraestructura fueron descubiertas las esculturas de la diosa Coatlicue y la Piedra del Sol, cuya preservación ordenó Revillagigedo porque era muy culto y tenía gran afecto a los pueblos americanos, ya que había nacido en La Habana, Cuba.
Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural