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Brasil está en peligro y con el gigante sudamericano, el mundo. Porque tras la elección como presidente de Estados Unidos del empresario y radical derechista Donald John Trump, el ascenso al poder de los neofascistas en Italia y del neonazismo en Europa, el coloso de Sudamérica puede elegir a un fascista por presidente; un hombre que ha defendido a la dictadura militar, xenófobo y racista, advirtió Manuel Castells en su carta abierta a intelectuales del mundo.
En la primera ronda electoral, el pasado siete de octubre, el ultraderechista inculto y demagogo Jair Bolsonaro, obtuvo el 46 por ciento de votos. Su único adversario es Fernando Haddad, respetable académico designado por el Partido de los Trabajadores (PT), ante el encarcelamiento del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el ocho de abril, tras ser acusado –sin evidencias– de corrupción y lavado de dinero.
Lo relevante en la próxima elección es el reacomodo y fortalecimiento de las fuerzas de la derecha radical, que impulsan el retorno del fascismo a Brasil. Para algunos analistas, el ascenso de Bolsonaro pone al país al borde del extremismo militar rendido al interés de las corporaciones trasnacionales y las élites locales del negocio agropecuario.
Para otros, es “síntoma de lo conflictivo que se ha vuelto el gigante sudamericano”, apuntaban los reporteros Ernesto Londoño y Shasta Darlington en The New York Times. Para los seguidores del excapitán, él es la solución para que cambie el destino del país, hoy aquejado por la violencia, la corrupción y la imparable recesión.
Detrás de este fenómeno, está la crisis económica de Brasil, que comenzó en 2013 y persiste hasta ahora, llevando a la precariedad laboral y al endeudamiento general a los brasileños. A ello se suma la creciente violencia, en gran medida auspiciada por el narcotráfico y que ha provocado que el gobierno de facto de Michel Temer habilitara a los militares en el reguardo del orden público.
Expertos advierten que este contexto favorece la percepción entre la población de que las fuerzas armadas sean vistas como salvadoras, al tiempo que propician la militarización de las grandes ciudades brasileñas. De ahí que no sea casual que un excapitán abandere hoy la elección.
Perfil de un fascista
Bolsonaro defiende la portación de armas y el catolicismo; es antisemita, misógino y homófobo, sostiene que la familia tradicional es la única válida; tiene cinco hijos de dos matrimonios: dos varones y una niña que, admitió en una ocasión, significó “una debilidad” de sus capacidades. El excapitán del Ejército y diputado ultraderechista de 63 años podría ser el próximo presidente de Brasil a partir del próximo 28 octubre.
Hace tiempo que la actitud desafiante del exmilitar atraía a la derecha local. El excapitán ha medrado de forma hábil entre la derecha. El Partido Social Liberal (PSL) es el octavo por el que transita, y el que lo postuló en enero a la presidencia. Según el analista Mario Osava, se trata de uno de los pequeños “partidos de alquiler” del voto en que se ha fragmentado la representación parlamentaria en Brasil.
Tras el entramado judicial que impidió la candidatura de Lula da Silva, fue abanderado como outsider (o ajeno a la política) y hoy es ícono del populismo brasileño. Refuerza su imagen antisistema, diseñada por sus propagandistas con polémicas declaraciones que atraen a los sectores más radicales de la sociedad brasileña.
Pese a su larga experiencia parlamentaria, pues es diputado desde 1991, el llamado Le Pen brasileño también, ha anunciado que delegará los asuntos económicos en su asesor Paulo Guedes, un neoliberal que propone más privatizaciones y reducción del Estado. Con ello, intenta calmar los ánimos de inversionistas extranjeros y empresarios foráneos.
El ataque con navaja a manos de un perturbado, que Bolsonaro sufrió el seis de septiembre, catapultó su campaña. Tras ese acontecimiento, el candidato a vicepresidente general Hamilton Murao amagó: “Si quieren utilizar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros”.
La inclinación por la mano dura se evidenció en días pasados, cuando el candidato del PSL afirmó que no aceptaría ningún resultado que no fuese su victoria. Por primera vez en la historia política de Brasil, un aspirante dudaba de la transparencia del sistema electoral. El 29 de septiembre, el exmilitar abrió también la posibilidad de que las fuerzas armadas intervengan contra un hipotético gobierno de izquierda.
Botín derechista
Tal como siempre actúan, las fuerzas de ultraderecha se reagrupan hoy en la elección presidencial de Brasil. Las élites económicas abandonan su inicial desconfianza y deciden favorecer al candidato del PSL, que admite ser ignorante en economía. Eso no importa, pues al capitalismo corporativo le convienen gerentes manipulables. De ahí que el mercado financiero respalde al aspirante conservador: el poderoso lobby agrícola y ganadero, terratenientes representados por la “bancada ruralista” de 261 congresistas y el obispo Edir Macedo, líder de la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios que representa a millones de evangélicos.
No es casual esa alianza. Hace dos años que Bolsonaro pertenece a la Evangélica Asamblea de Dios; se incorporó por influencia de su segunda esposa que es fiel de la iglesia Bautista Actitud. La alianza del exmilitar con las iglesias data de hace tiempo; ha cultivado el apoyo político de las corrientes derechistas que en 2016 influyeron en el triunfo de Marcelo Crivela como alcalde de Río de Janeiro.
Con ese respaldo, el candidato del PSL logró subir en las encuestas y ganar con el 46 por ciento la primera vuelta electoral. Ante ese veloz repunte, los politólogos advierten que con Bolsonaro sucedería igual que con el también outsider derechista de Estados Unidos, Donald Trump, quien ganó la presidencia de su país contra todo pronóstico.
Con su característico discurso, la derecha brasileña afirma que la nueva generación de jóvenes “desencantados con el proyecto de Lula” quiere implementar un modelo neoliberal. Además de que tal deseo resulta inconcebible, pues esos jóvenes –de entre 16 y 34 años– han sido los más beneficiados de las políticas sociales de los gobiernos de Lula y Dilma, nadie en el Brasil de hoy apoyaría el neoliberalismo que ha dejado a ese país sin crecimiento, con alza en el desempleo y nulo bienestar.
Con el mismo modelo subversivo que utilizan contra los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia, organizaciones “humanitarias” y “académicas” antiprogresistas eligen a miembros del lumpenproletariado (jóvenes incultos, desempleados y manipulables) como raperos, que son convencidos para confiar en que un agresivo exmilitar gobierne su país.
Tal sería el caso de Luiz o Visitante, de 22 años, rapero cuyas melodías son de derecha, nacionalistas y religiosas que acompañaron las marchas a favor del juicio político contra Dilma Rousseff en 2016. Fue adoptado por Eduardo Bolsonaro, el también diputado e hijo del candidato, y ha cedido su música a la campaña del militar, al que apoya de forma gratuita.
La base electoral del ultraderechista Bolsonaro está formada paradójicamente por el 60 por ciento de jóvenes, cuya mitad es menor de 24 años. También figuran feministas “anti-ortodoxas” como la anti-abortista Sara Winter que defiende a la familia tradicional y la intervención militar en seguridad.
Para cooptar a esa base electoral, existe una estrategia para crear “líderes” financiada por empresarios nacionales e internacionales. “No son movimientos espontáneos, sino dirigidos; impulsados por el think tank llamado Brasil 200 que reúne a ese número de empresarios poderosos e influyentes del país”, explica el politólogo de la Universidad Federal de Río, Carlos Eduardo Martins.
Incluso, ofrecen becas a jóvenes negros y gays que eligen mediante un certamen. “En verdad, el discurso de Bolsonaro en las clases bajas es ínfimo, no llega a los pobres, a pesar de que hay organizaciones que financian a esos supuestos nuevos líderes”, subraya Martins.
Otra falacia de la derecha brasileña consiste en afirmar que los pobres están cansados de los gobiernos del PT y apoyan el neoliberalismo. Para ello crea organizaciones como Movimiento Brasil Libre (con 2.7 millones de afiliados en redes sociales), y Vem pra Rua (Trabajo de calle) con 1.9 millones de adeptos.
Esas dos agrupaciones se formaron entre 2015-2016 y fueron imprescindibles en la vertebración de manifestaciones anti-Dilma y a favor de su juicio, explica en el diario español El confidencial, Valeria Saccone. Sin embargo, esos “militantes” solo son instrumento de las élites brasileñas en su objetivo de impedir que viren hacia la izquierda.
La joven de izquierda Dani Monteiro refuta ese discurso. Afirma que la prensa corporativa y la derecha “han creado una dicotomía entre los comunistas –encarnados por el PT, que en realidad está lejos de ser comunista– y del otro lado los ‘bien-nacidos’ que dicen querer mejorar la situación de las mayorías y que en realidad solo los usan”.
México ha tenido en Brasil a un hermano latinoamericano y socio estratégico en foros internacionales y regionales. Cualquier evolución en esa alianza perturbaría el proyecto a futuro de nuestro país. Lo mismo pasará con los gobiernos progresistas que apenas hace un lustro fundamentaron su relación con el gigante económico de América Latina.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.