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En 2020 se celebran 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven. La pandemia opacó muchos festivales conmemorativos en el mundo. Con todo, la obra del nacido en Bonn, Alemania, afortunadamente brillará mientras haya humanidad; pues este músico eminente no solo era digno de admirar por la calidad artística de sus obras, sino también por su bonhomía y humanismo ejemplares: “cuando veo a un amigo necesitado si mi bolsillo no me permite acudir inmediatamente en su ayuda, no tengo más que sentarme en la mesa de trabajo y en poco tiempo lo he resuelto”. En otra parte escribió: “mi arte debe consagrarse al bien de los pobres”.
Orientar la vida hacia el bienestar de los más desfavorecidos es una actitud que no ha sido muy frecuente entre los grandes personajes que vivieron en el periodo histórico emergente de la burguesía europea; pero Beethoven perteneció a una época de vertiginosos cambios en los que el ideal republicano, democrático e igualitario se hallaba en ascenso y contagió de optimismo a las mejores almas.
Nació en 1770 en un hogar de altibajos económicos, su padre fue un músico borracho y vividor; a la muerte de éste, desde muy joven, se hizo cargo de sus hermanos; en estas condiciones, el camino para consolidar su carrera eran muchísimo más adversas que las de un artista nacido en el lujoso confort cortesano. Desde los 26 años comenzó a sufrir los estragos de una sordera irreversible. Este dolor no podría ser menor, pues cuando descubrió su enorme talento y su carrera iba en ascenso, la sordera lo acompañó de forma cada vez más intensa. En esos días confesó a un amigo que intentó suicidarse. La razón de su arrepentimiento: su amor a la vida. Parece que a partir de entonces, las agresiones viles de la vida templaron su carácter; y en vez resignarse y solicitar la conmiseración de los demás, se sintió más fuerte y asumió que la salida del suicidio sería ruin y le haría renunciar a la vocación para la cual había nacido. Declara: “No, no lo soportaré ya, quiero morder al destino, que no ha de lograr doblegarme. ¡Es tan bello vivir mil veces la vida!”. A esto le agregamos que su vida amorosa no tuvo fines agradables, a pesar de su enorme talento, su estrechez económica y su sordera, le alejaron de la posibilidad de verse correspondido por sus amadas. Sus dificultades económicas fueron el pago de su rebeldía. Si Haydn y Mozart nunca pudieron sustraerse del yugo cortesano, en Beethoven esta liberación fue fundamental para su vida y su obra. Esto se advierte en el número mucho menor de sus sinfonías, en comparación con los dos primeros. Esto se debió a que Beethoven no produjo para vender y someterse al gusto de los nobles, que eran los únicos mecenas de los grandes genios. Beethoven meditaba sus obras, gustasen o no a los demás.
En el fondo, no creía en las relaciones de vasallaje y arremetía: “no reconozco otro signo de superioridad más que la bondad”. Sus amigos dicen de él: “amaba los principios republicanos y era partidario de la libertad sin limitaciones”. Quería que Francia tuviera sufragio universal y confiaba en que Napoleón lo instaurase. Se discute aún si la Sinfonía no. 3, la Heroica, fue inspirada por este revolucionario francés. Lo cierto es que nunca renunció al fervor que representaba la epopeya de Bonaparte y siempre se opuso a las pretensiones contrarrevolucionarias de la Santa Alianza.
Por ello es falso que su aparente misantropía y hosquedad en el trato fuese producto de un odio a la humanidad. Nada más lejos de la verdad. Tenemos a un hombre leal y honrado, fiel a sus ideales, aunque un tanto temperamental; como si el destino tortuoso le hubiese acendrado su sensibilidad nata; solo este espíritu libre y talentoso pudo acuñar obras como Sinfonía no. 6, La pastoral, en la que el supuesto misántropo se siente embelesado y sumergido por la naturaleza.
Beethoven hizo de la sinfonía un medio o formato musical en el que quedó plasmado el sentimiento con toda su intensidad emocional y artística. El romanticismo no volvió a tener la diversidad instrumental que traspasó los límites de su época, pues fue más allá. Verbigracia: en sus 17 cuartetos para cuerdas sintetizó el amplio espectro de zonas musicales que exploró, adelantándose a épocas posteriores en la historia de la música. Cuando se estrenó el Cuarteto no. 7, la crítica vituperó: “Una mala farsa enloquecida. Música de un chiflado”. A lo que Beethoven respondió: “Esto no es para ustedes, es para el futuro”.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista