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Cuando la clase trabajadora tomó el poder político en Rusia, en 1917, conducidos por el grupo de socialdemócratas bolcheviques, se enfrentaron a un sinnúmero de problemas. El empeño por hacer fracasar al Estado de los más humildes no solo impulsó a los burgueses rusos y sus aliados, sino también a las clases dominantes de otros países capitalistas, entre ellos el Reino Unido y Estados Unidos (EE. UU.).
Fundaron un ejército contrarrevolucionario, lo subvencionaron con armas y dinero y reclutaron soldados a sueldo provenientes de las capas del proletariado más atrasado y campesinos marginados. Boicotearon la administración bolchevique: burócratas que se negaron a hacer funcionar las dependencias de gobierno; terroristas que quemaron y destruyeron vías férreas, caminos, trenes y almacenes de alimentos; arrasaron aldeas enteras con la mentira de que eran órdenes de los rojos; promovieron genocidios y todo lo necesario para generar hambruna y caos. Una guerra civil que mostraba palmariamente la disputa del poder entre los ricos y sus aliados contra los pobres de ese país.
En aquel momento difícil, ¿cómo lograron los bolcheviques, encabezados por Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, alcanzar el triunfo? Con la unidad de acción, organización y de pensamiento de los trabajadores. Para ello arraigaron la ideología revolucionaria entre los más pobres. La educación política corrió a cargo de nuevas instituciones de enseñanza y cultura. A este noble propósito se sumaron grandes literatos y artistas. El complemento: el uso masivo del cartel.
Ciertamente, los bolcheviques no fueron los inventores del cartel, sin embargo, son considerados los innovadores de su utilidad y difusión masiva. En el plan para consolidar la consciencia comunista, en un decreto gubernamental de 1918, el arte del afiche ocupó un lugar primordial, solo detrás de la arquitectura y la industria del cine. Su aparición fue temprana: en la primavera de 1918, siete meses después de la Revolución de Octubre. Su publicación fue comandada por órganos de propaganda y edición del Partido Comunista de Rusia (PCR); y desde entonces su producción creció y se desarrolló más.
El contenido no fue banal porque conjugaba un mensaje claro y entendible, pero no a despecho de la calidad artística. En la riquísima variedad que se conserva, hay muestras magistrales con rasgos de vanguardismo, arte abstracto, realismo o constructivismo; así como la exploración en otros géneros de figuras alegóricas, simbólicas, luboks, satíricas o caricaturescas; fotomontajes e ilustraciones dramáticas. Su número se estima, al menos durante el periodo revolucionario, en tres mil 500 carteles.
El origen del cartel se halla en la tradición iconodulia rusa, pero su influencia directa es indiscutiblemente del lubok, una especie de sátira cómica de origen popular del Siglo XVI. Una expresión pictórica campesina elaborada sobre madera, con representaciones de la vida aldeana y religiosa. En el Siglo XVIII, este arte gráfico adquirió vocación política, pues los dibujos se volvieron satíricos y mordaces… muchos de ellos anónimos. Un ejemplo notable fue el grabado Los ratones sepultan al gato, en evidente alusión al zar Pedro el Grande. En el Siglo XIX, la política se vuelve un tema casi exclusivo y no son pocas, por ejemplo, las sátiras de la fracasada campaña napoleónica en Rusia.
Ya con el gobierno revolucionario, a finales de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se creó el taller El lubok contemporáneo, verdadero club que agrupó artistas destacados como Kasimir Malevich, fundador del supremacismo y Vladimir Maïakovski, creador del movimiento de los poetas futuristas. El estilo del cartel soviético no estuvo exento de controversias entre los partidarios en torno a que su contenido fuera meramente esteticista o vanguardista (el arte por el arte mismo) y el realista, cuyos creadores se sentían comprometidos con la necesidad de concientizar al pueblo mediante el uso del arte como portador de mensajes que coadyuvaran a la comprensión política de las mayorías; estos artistas no se ruborizaban porque sus creaciones fueran utilizadas exclusivamente con fines propagandísticos. No obstante, como queda asentado, no fueron tendencias excluyentes. Su presencia en la llamada Gran Guerra Patria fue primordial para introducir vigor y entusiasmo al pueblo soviético y soportar además de combatir la invasión nazi en sus tierras.
El cartel soviético resume arte y propaganda. Habrá quien repugne el arte con fines políticos. Respetable; pero en ciertos momentos históricos el talento artístico ayuda a salvar a la humanidad del abismo (como lo fue el nazismo), más que el arte creado para algunos privilegiados. ¿Nuestros tiempos reclaman artistas que exploren expresiones y estilos parecidos al cartel soviético, pero ahora desde las redes sociales? Nuestros tiempos no son menos convulsivos ni menos apocalípticos que los vividos por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista