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El cinco de agosto, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) publicó su estudio Medición Multidimensional de la pobreza en México: estimaciones de pobreza 2018 – 2020. El número de pobres aumentó (oficialmente) de 51.9 a 55.7 millones, 3.8 millones en dos años de la “Cuarta Transformación”. Para las familias de más bajos recursos, el ingreso promedio cayó entre 2018 y 2020 en un 10.7 por ciento. La pobreza extrema aumentó en dos millones de personas, a 10.8 millones. En “población con ingreso inferior a la línea de pobreza extrema”, hay 4.6 millones más. La “población con ingreso inferior a la línea de pobreza por ingresos”, subió de 61.8 a 66.9 millones. Son éstos los cálculos del Coneval, organismo encargado de las mediciones; sin embargo, el doctor Julio Boltvinik, experto de El Colegio de México en tales estadísticas, en entrevista con Canal 6 TV (viernes seis de agosto), sostiene que hay en realidad 96.6 millones de pobres, 30 millones más que los admitidos por el Coneval. López Obrador, como siempre, niega los datos, incluso los más atenuados del Coneval, que evidencian el rotundo fracaso de su política.
Y la salud de los mexicanos empeora (sin hablar aquí de los desastrosos resultados y el pésimo manejo de la pandemia, de los cuales algún día este gobierno deberá responder). El Coneval, basado en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), registra que en 2018 había 20.1 millones de personas sin acceso a servicios de salud; hoy son 35.7 millones. El actual gobierno desapareció el Seguro Popular, que tenía 42.1 millones de derechohabientes, sustituyéndolo por el Insabi, criatura nonata incapaz de atender a toda esa población, aunado esto a una reducción en el gasto en salud. El Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) “atiende” a 26.9 millones; o sea, 15.6 millones de mexicanos fueron excluidos. Como consecuencia, las familias gastan más en medicinas y consultas, reduciendo sus ingresos reales disponibles para atender sus demás necesidades, aumentando así su pobreza y sus carencias. En 2018, las familias gastaban trimestralmente en salud 901 pesos; para 2020 gastan mil 266 (ENIGH).
Y entonces viene la pregunta lógica obligada: los tan cacareados programas asistenciales, ¿qué tanto sirven realmente? Según la propaganda oficial, los pobres son primero y todos los esfuerzos van dirigidos, teóricamente, a su “bienestar”, la palabra de moda. Los resultados expuestos son evidencia suficiente y sobrada de la absoluta ineficacia de dichos programas para abatir la pobreza. A mayor abundamiento, permítaseme añadir dos textos con interesantes referencias al respecto. El primero, del Instituto de Estudios sobre Desigualdad (Indesig), es su Análisis preliminar de resultados de la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares (2020). En el estudio se exponen textos encabezando gráficas o tablas. Para comodidad del lector los presentaré en forma sucesiva, intercalando solo algunos comentarios míos entre corchetes. Cito: “Los hogares beneficiarios de programas sociales pasaron de 28 a 30% entre 2018 y 2020 [es decir, solo aumentó en dos por ciento]. El dato para 2018 sigue siendo menor al máximo histórico registrado en 2016 (…) Más para los ricos, menos para los pobres. En 2016, 61% de los hogares más pobres eran beneficiarios de programas sociales. En 2020 solo 35% lo eran. Por el contrario, entre 2016 y 2020 se duplicó el porcentaje de beneficiarios entre los hogares más ricos (…) aumentó 48% el monto de transferencias en los más ricos (…) Los montos siguen siendo muy bajos: los beneficiarios más pobres reciben alrededor de $36 diarios sumando todos los programas. En todos los casos de programas sociales de 2020, los beneficiarios más ricos reportan recibir más dinero transferido (…) Bajo impacto en ingresos. En total, las transferencias monetarias equivalen a 14% del total de ingresos de los beneficiarios (1% más que en 2018)”. En pocas palabras, el estudio exhibe el casi nulo impacto de los programas en la reducción de la pobreza y en la elevación de los niveles de bienestar de los segmentos más pobres, y cómo, por el contrario, se benefician crecientemente sectores de altos ingresos.
En segundo lugar, un artículo de Luis Miguel González en El Economista, 11 de agosto, con interesantes referencias. “¿Cuántas personas reciben beneficios de programas sociales en México? El gobierno afirma que son más de 30 millones y alrededor de 50% de los hogares. Las cifras de la Encuesta Nacional de Empleo nos indican que el dato real es mucho menor, alrededor de 30 por ciento (…) Llegar al 50% de los hogares significaría la mayor cobertura de nuestra historia. El 30% es apenas empatar el registro que se tuvo en 2015. El investigador del Colmex, Máximo Ernesto Jaramillo-Molina, lo dice en Nexos con más contundencia que nadie: es un mito que los programas sociales llegan ahora a tantos hogares como nunca antes. (…) El Presidente comunica que nueve de cada 10 pobres son beneficiarios de los programas sociales del Gobierno Federal (…) Jaramillo-Molina tiene otros datos. Para 2021, apenas 35% del veintil más pobre recibía recursos de algún programa social. ¿Los más pobres tienen preferencia? En el programa de becas para adultos mayores, el incremento en transferencias para el decil más rico fue de 457% entre 2018 y 2020. Para el decil más pobre, el incremento fue de apenas 17%, en el mismo periodo, afirma y demuestra Gonzalo Hernández Licona, ex Secretario Ejecutivo de Coneval y ahora Director de la Red de Pobreza Multidimensional de la Universidad de Oxford. En el caso de las becas para jóvenes en educación media superior y universidad, las Becas Benito Juárez sustituyeron a las del programa Oportunidades/Progresa. El monto total se redujo 35% entre 2018 y 2020, pero la reducción estuvo mal repartida. El decil más pobre vivió un recorte de 63% y el decil mas rico se encontró con un incremento de 380 por ciento. Las cuentas son de Hernández Licona”. Concluye aquí la cita.
Como puede verse, es de todo punto falsa la versión oficial de que los pobres son primero, que ahora se gasta más en ellos, que “ya nada es como antes”: las cifras oficiales exhiben que la situación está peor. Y si vamos a evaluar políticas y programas gubernamentales en función de resultados (y no del autocomplaciente y tramposo discurso oficial), la conclusión es ineludible: un rotundo fracaso. López Obrador quiere tanto a los pobres que los está aumentando a millonadas, y empobreciéndolos todavía más. Todo esto confirma también la tesis de que con programas asistenciales no se puede terminar con la pobreza, obviamente, si ésa fuera la intención, porque en México claramente éstos tienen un propósito electoral.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.