Para quien corre perseguido por un oso en medio de un agreste bosque, lanzarse a un acantilado puede parecer una buena alternativa.
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El sistema político mexicano, llamado “partidocracia” por algunos, se encuentra en plena decadencia. La “clase política” mexicana está distribuida en una decena de partidos, todos ellos utilizados por la clase dominante como instrumento para perpetuar el sistema económico sin grandes dificultades, como demandas económicas y sociales, luchas o exigencias políticas, de derechos humanos, etc.
La lucha entre los partidos comenzó como la forma de enfrentarse las clases sociales más importantes y disputarse el poder político. La creación del partido de la burguesía obedeció a la necesidad de arrebatarle el poder a los terratenientes y, más tarde, de frenar la organización del partido proletario. En México, los partidos son eslabones de este sistema; desde los más antiguos, como el que surgió para coadyuvar en la construcción de un nuevo régimen social, después de concluir el conflicto armado que iniciara en 1910; pasando por los más radicales defensores de los intereses del capitalismo; los advenedizos que en las últimas décadas pudieron compartir el poder, gobernando entidades federativas, importantes ayuntamientos u ocupando alguna curul en los congresos locales y el de la Unión; hasta los partiditos que, como falenas, pululan actualmente alrededor del foco deslumbrante del partido en el gobierno.
La clase del dinero ha sabido muy bien valerse de todos ellos para conservar el mando, engolosinando a las dirigencias, comprando a los personajes más destacados y desarrollando amplias campañas propagandísticas entre la población simulando una vocación democrática, presentándose como partidos radicales dispuestos a exterminar la corrupción y extirpar el modelo neoliberal.
Durante algunas décadas, la partidocracia estuvo formada por unos cuantos partidos políticos, uno fuerte y dos o tres paleros; en los últimos años se creó más de una decena de estos organismos, magnífica jugada de la clase dominante para mantener el poder político.
Pero como todo sistema, la clase política al servicio del poder económico ha llegado a su etapa decadente, ha entrado en una severa crisis y no cuenta con los cuadros, con los elementos que puedan colocarse al frente, en los puestos de mando. Los partidos políticos tradicionales no han formado cuadros y cada vez es mayor la falta de credibilidad que sus miembros tienen entre los votantes; por ello, desde hace varios años se han visto obligados a introducir a la contienda electoral a personajes que se han ganado la simpatía del pueblo en ámbitos como la industria del entretenimiento, los medios de comunicación o el deporte.
Otro de los síntomas de esta decadencia es la necesidad de mantener en el poder a personajes muy desprestigiados, aun en contra de la voluntad de amplios sectores de la población; un elocuente ejemplo de ello es el reciente respaldo presidencial a la candidatura de Félix Salgado Macedonio, a pesar de haber sido denunciado por violación y abuso sexual al menos por cinco mujeres y de las airadas protestas de un importante grupo de legisladoras que en el seno de su propio partido se oponen a su postulación.
Estos síntomas no aparecieron sorpresivamente en lo que va de este año; son parte de un proceso que ya dura varios sexenios pero que ha llegado a su punto más alto en la presente contienda; y ahora que le ha tocado el turno de gobernar a Morena hay ejemplos hasta para aventar hacia arriba, como dice el dicho.
Para quien corre perseguido por un oso en medio de un agreste bosque, lanzarse a un acantilado puede parecer una buena alternativa.
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Escrito por Redacción