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El cine argentino es uno de los más desarrollados de América Latina. A diferencia del cine mexicano, que en la década de los 40-50 alcanzó su auge (gracias a que las potencias hegemónicas se distrajeron en la Segunda Guerra Mundial y dejaron el espacio vacío al mercado hispanoamericano y de otras latitudes), la cinematografía argentina debió esperar varios años para alcanzar su alto nivel, propiciado por la censura de la dictadura militar (1976-1984) que comenzó con la muerte de Juan Domingo Perón en 1974 y con el bienio de María Estela Martínez, su sucesora.
En ese lapso, los militares restringieron la libertad de expresión y reprimieron toda manifestación popular o artística, incluida la cinematográfica. Hecho que propició el “cine nuevo”, que tiene algunas semejanzas con el cinema nuovo brasileiro o la nueva ola francesa, además de la ya apuntada disimilitud con el cine mexicano que, pese a la existencia de directores influidos por el realismo soviético y el neorrealismo italiano –Emilio El Indio Fernández, Roberto Gavaldón, etc.–, fue muy comercial.
En el año 2002 se filmó Un oso rojo, cinta dirigida por el realizador uruguayo –avecindado en Argentina– Israel Adrián Caetano, en la que se nos cuenta la vida de Rubén (Julio Chávez), quien al salir de la cárcel tras siete años de prisión se encuentra con la novedad de que su esposa, Natalia, (Soledad Villamil) tiene otro cónyuge, un desempleado y borrachín.
Rubén vuelve a ver a su pequeña hija Alicia (Agostina Lage), quien tiene siete años y a quien desde el primer momento procura su amor, llevándola a la escuela, a comer a restaurantes, y regalándole libros y juguetes. Rubén consiguió un trabajo en el que utiliza un automóvil. En alguna ocasión encuentra en la calle al esposo de Natalia –Sergio (Luis Machín)– y lo agrede. Natalia visita a su exmarido y le lleva todos los regalos que Rubén dio a Alicia y le exige que no agreda a Sergio porque la forma de resolver el problema es mediante una acción legal.
Sergio se dedica a las apuestas y se halla endeudado con el dueño de una empresa de este tipo de negocios, a quien pide más crédito, sin conseguirlo. Pasado cierto tiempo, Sergio da un cabezazo al dueño de la casa de apuestas mientras se encontraba ebrio, y el empresario ordena a sus empleados golpearlo, pero llega Rubén, lo defiende y lo lleva a su domicilio.
Un mafioso, que regentea un negocio negro en un lugar de Buenos Aires, le debe a Rubén 50 mil pesos, por lo que el viejo gangster, apodado El Turco (René Lavand), no solo le escamotea el dinero, sino que además intenta asesinarlo; no obstante, en las escenas finales él logra eliminar a quienes tratan de liquidarlo.
La cinta de Caetano tiene dos de los principales ingredientes del “cine nuevo” –realismo crudo y denuncia de las condiciones socioeconómicas que propician las conductas de los personajes– y un elemento crítico mucho más profundo de lo que se ofrece a simple vista: sus personajes viven en una atmósfera de desesperanza, soledad y pesimismo, producto de la descomposición en la sociedad capitalista argentina. En este filme, el cine opera como un vehículo idóneo para mostrarnos una realidad que debe ser cambiada.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA