Cargando, por favor espere...

¡Que viva la libertad!
Es también, por su contenido, un manifiesto estético que rechaza toda forma almidonada, toda hipocresía, y pugna por la frescura y la sinceridad, que rayan en la “desvergüenza”, como cuando dice: un seno en que dos palomas / tiemblan sin poder salir.
Cargando...

Musa Callejera (1883) es el nombre de una de las obras del poeta y patriota Guillermo Prieto (1818-1897); de él diría, en 1940, el ilustre crítico Francisco Monterde: “no dejó de tener un blanco adecuado –el Emperador y su corte– para clavar en él agudas flechas literarias. Él dio, con los versos satíricos de Los Cangrejos, un himno a los liberales. En las luchas de Reforma, padeció persecuciones; emprendió viajes, con frecuencia forzosos, que le permitieron ver con atención y curiosidad las costumbres de su país y del ya influyente vecino”.

Suscinta descripción de aquella caótica época en que Ejército y Clero asolaban la joven nación, los versos perennes de Los Cangrejos, escritos en el Siglo XIX, parecen adaptarse a los tiempos actuales, en que los tiranos de Palacio Nacional y Casa Aguayo, ciegos de soberbia al ver exhibidas su ineptitud y sus mentiras, mandan a las fuerzas castrenses a golpear e intimidar a jóvenes artistas, hijos del pueblo humilde, mientras anuncian que hemos entrado en una era de paz y prosperidad que solo ellos pueden ver.

 

Cangrejos, al combate,

cangrejos, a compás;

un paso pa’ delante,

doscientos para atrás.

 

Casacas y sotanas

dominan dondequiera,

los sabios de montera

felices nos harán.

 

¡Zuz, ziz, zaz!

¡Viva la libertad!

¿Quieres inquisición?

¡Ja-ja-ja-ja-ja-ja!

Vendrá “Pancho membrillo”

y los azotará.

 

Maldita federata

qué oprobios nos recuerda,

hoy los pueblos en cuerda

se miran desfilar.

 

¿A dónde vais, arrieros?

Dejad esos costales:

Aquí hay cien oficiales

que habéis de transportar.

(…)

Orden, ¡gobierno fuerte!

y en holgorio el jesuita,

y el guardia de garita,

y el fuero militar.

Heroicos vencedores

de juegos y portales,

ya aplacan nuestros males

la espada y el cirial.

(…)

En ocio el artesano

se oculta por la leva,

ya ni al mercado lleva

el indio su huacal.

(…)

Compuesto por nueve estrofas de ocho versos octosílabos, el poema ¡Que viva la libertad! forma parte de esa poesía popular, nacionalista, que retrata las costumbres, indumentaria y giros del idioma; en su recreación verbal del movimiento, con precisión “cinematográfica”, permite imaginar el ágil desplazamiento de los personajes; es también, por su contenido, un manifiesto estético que rechaza toda forma almidonada, toda hipocresía, y pugna por la frescura y la sinceridad, que rayan en la “desvergüenza”, como cuando dice: un seno en que dos palomas / tiemblan sin poder salir.

Pero el decano de la Academia de Letrán no se limita a proponer una sinceridad exterior, forrada de lentejuela y charol; la suya es una defensa de la libertad poética y social. Así, la frescura, belleza y sensualidad de la amada solo importan al poeta porque son atributos de una convencida partidaria de la Independencia de su Patria que repudia al invasor francés.

 

¡QUE VIVA LA LIBERTAD!

“Si al fin, muchacha, no cuadra

con tu carilla traviesa

ese empaque de abadesa

con que me estás viendo a mí;

si al cabo, linda morena

disfrazando está el suspiro

la franca risa que admiro

en tus labios de carmín

 

Si al cabo con esa cara

de réquiem eterno, chula,

más la fiebre se estimula

de mi adorada pasión;

y a ese severo entrecejo

que ¡alto! me marca, tirana,

el alma toca la diana

y repica el corazón;

 

Ancha frente, dos ojazos

que están rebosando bromas,

un seno en que dos palomas

tiemblan sin poder salir;

un talle ¡Virgen del Carmen!

que induce a los extravíos,

pregunto: ¿éstos son avíos

para llorar y gemir?

 

“¡Qué airoso es tu cuerpo, amada,

si el baile lo descoyunta!

¡qué dulce verte en la punta

de tu brevísimo pie!

¡qué grata relampaguea

la luz de tu dentadura,

si tu labio de ventura

llega a empapar el placer!

 

“Deja los tristes coloquios

y los románticos dúos,

para esos amantes, búhos

que piden sepulcro y cruz,

cuando por dentro les dicen

del corazón los acentos:

déjense de cumplimientos

por nuestro Padre Jesús.

 

“Deja que ampona catrina,

amarilla como cera,

hondo soponcio prefiera

al reír de buen humor.

“Amar no es buscarse ruido

en sociedad de tormento:

es un cielo en que el contento

debe alumbrar como el sol.

 

“Vamos… Te acercas… me miras,

¿digo bien o me rebajo?

“Responde con desparpajo;

–¿Qué me respondes? –¡Que güi!

¡Cómo güi, mi bien, mi china!

¿Tú a la francesa? ¡Traidora!

Por eso tan de señora

y tan faceta te vi.

 

“¿Güi? Pues vete y no recuerdes,

tirana, que fui tu esclavo;

permita el cielo que un suavo

te ponga en el cuello el pie.

“Permita Dios que un sargento

de nariz de remolacha,

por traidora y vivaracha

te relegue a San Andrés”.

 

–¡Bueno! ¡Bravo!, así te quiero,

como siempre, chinacate;

aquí tienes por remate

mis brazos de par en par.

–Acabaras… de coraje

Me temblaban las rodillas.

–Y ora, ¿que sientes? –¡Cosquillas!

¡Que viva la libertad!


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


Noticia anterior
Mary y Marta
Noticia siguiente
Mario Benedetti

Notas relacionadas