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En una secuencia de la cinta española Los renglones torcidos de Dios (2022), del realizador hispano Oriol Paulo, el director de un hospital siquiátrico le dice a un comisario de la policía: “Dios hizo a los seres humanos a su imagen y semejanza, pero en el caso de los enfermos mentales, se puede decir, que éstos son los renglones torcidos de Dios”. Dios también puede equivocarse, parece advertirnos el personaje; sin embargo, la cinta basada en la novela homónima de Torcuato Luca de Tena, y escrita en 1979, intenta mostrarnos realmente la sordidez y la profunda descomposición que había en los centros de curación siquiátrica al concluir el periodo franquista en España.
La historia narrada por Oriol Paulo, sin embargo, no intenta hacer un juicio crítico del periodo franquista; más bien su enfoque tiene un sello de cine de suspenso (un poco al estilo del de Alfred Hitchcok) y de cine de intriga policial. Es cierto que el ritmo y las actuaciones son de buena factura; esto no demerita a la cinta, todo lo contrario: atrapa al espectador en un relato interesante. En Los renglones torcidos de Dios se narra el intento de Alice Gould (Bárbara Lennie) por descubrir al homicida de un interno. Alice es licenciada en química y diplomada como detective. Para poder ingresar al sanatorio siquiátrico urde una estratagema con la que finge paranoia. Dentro del hospital conoce a personajes disímbolos algunos de los cuales podrían ser –por sí mismos– una veta para narrar sus vidas a modo de novela o cinematográficamente. Paulatinamente, Alice, de ser una investigadora, se convierte en una enferma mental. Ya no es la detective convencida por un amigo de su marido para hacer la investigación esclarecedora de un homicidio, sino que se vuelve en enferma, quien es acusada por su propio marido de intentar envenenarlo. Ella se defiende y logra descubrir que su marido la enganchó en esa aventura detectivesca para que, ya en el hospital, fuera considerada enferma mental y él pudiera quedarse con su dinero y propiedades.
El tema de los hospitales siquiátricos, y de los pacientes recluidos en ellos, ha sido abordado ya por la literatura y el cine. Vale la pena mencionar una obra cumbre de la literatura rusa: La sala número seis de Antón Chéjov. En esta novela, Chéjov narra el ambiente de un hospital siquiátrico en un pueblo lejano de la Rusia zarista. Pero Chéjov no se limita a describir los horrores al interior de un manicomio y a los internos que padecen desequilibrios mentales; en realidad Chéjov utiliza una metáfora para denunciar a la profundamente injusta y arbitraria sociedad de finales del Siglo XIX. Y, al igual que León Tolstoi, muestra la brutalidad del régimen para con los desahuciados mentales –y en el caso de Tolstoi, en su novela Resurrección, a los presidiarios– que sufren vejaciones y un maltrato inhumano. Chéjov nos cuenta, en La sala número seis, lo que menciona Iván Dmítrich Grómov, un enfermo mental durante sus soliloquios:
“Habla de la mezquindad humana, de la coerción que maniata la justicia, de lo maravillosa que será la vida un día sobre la Tierra, de las rejas de la ventana, que le recuerdan a cada instante la cerrazón y la crueldad de sus opresores. En definitiva, un batiburrillo deslavazado e incoherente de tópicos que, por viejos que sean, no han perdido del todo su vigencia”. Definitivamente, Chéjov está haciendo una crítica demoledora del régimen zarista.
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA