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Leopoldo Alas Clarín
Novelista español, autor de La Regenta (1884-1885), una de las máximas creaciones de la narrativa decimonónica. Junto con Benito Pérez Galdós, es el principal representante en España del realismo y el naturalismo del Siglo XIX.
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Leopoldo García Alas nació el 25 de abril de 1852 en Zamora, España. Novelista español, autor de La Regenta (1884-1885), una de las máximas creaciones de la narrativa decimonónica. Junto con Benito Pérez Galdós, es el principal representante en España del realismo y el naturalismo del Siglo XIX. A sus siete años se mudó a Oviedo, ciudad que se convertiría en el escenario de su obra maestra. En la revolución de 1868 despertó sus simpatías por la causa republicana y liberal, con el seudónimo de Clarín, se convirtió en uno de los colaboradores más activos de la prensa democrática. Sus artículos literarios y satíricos se publicaron en la revista Madrid Cómico, alcanzaron gran popularidad, pero su mordacidad le valió enemistades e incluso duelos, dentro de su producción crítica destacan Los folletos literarios (1886-1891).

En 1890, al sentir que no pertenecía a ninguna de las clases sociales históricamente activas poco a poco sustituyó su ideología liberal por una teoría individual que planteaba la emancipación del hombre mediante la cultura. Escribió también relatos breves y teatro, donde estrenó Teresea, considerada actualmente como uno de los intentos más notables de renovación del teatro español del Siglo XIX. Falleció el 13 de junio de 1901, en Oviedo.

 

El ángel desde dentro

Desangelados, sin alas, sin brillo,

en las brasas de los últimos fuegos.

Así hemos llegado a creernos,

avanzando entre el lodo como vehículos

sin ruta y sin pasajeros.

Pero el ángel está en nuestros silencios,

guiando nuestros desvaríos, amansándonos la fiera.

Y el ángel no tiene alas:

se ha plegado a la vida con nosotros,

se ha rendido a las cosas

(sus formas, su número y su precio),

tiene solo una oportunidad y un cuerpo que es el nuestro.

Y casi nunca nos abandona.

Como sueña, pesa más.

Como piensa, nos confunde y nos eleva.

Como siente, nos hiere.

El ángel que no nos salvará

tiene a ratos nuestros cabellos

y muy de vez en cuando mira con nuestros ojos.

Si toma prestadas nuestras manos, acaricia, crea, limpia.

Cuando está en nuestros labios, sonríe y besa con ellos.

Y si camina con nuestros pies, se detiene.

Hay un vértigo en el ángel que no es nuestro,

una curiosidad hambrienta que nos implica.

El ángel miente en el espejo,

ama por nosotros y ve por lo que vemos.

 

Cuando el tiempo, que es un mísero contable,

nos doblegue con la suma de los días que ha perdido,

el ángel se preguntará una vez más

a quién sirve sin alas si su señor termina,

por qué es traslúcido en un cuerpo que se apaga,

por qué ubicuo en un viajero que no regresa.

¡Todo lo que quiso amar el ángel,

la que pudo alcanzar, la que alcanzó a pensar!

¡Todos los ángeles que conoció,

hablándole cautivos de otros cuerpos

como se habla desde dentro, para salir hacia afuera!

¡Todas las cosas que te ayudó a imaginar

cuando no había nadie contigo,

las que quiso interpretar

y las que estaba dispuesto a construir!

 

Pero entre tanto, el ángel no puede dejarte.

Y al pensar en esto con sus pensamientos,

el agua sacia tu sed y el pan te alimenta.

Las nubes dibujan mensajes

para que el ángel, que eres tú, los lea

como se lee lo que nada significa y puede significarlo todo.

Y en la pasión del ángel, te rindes a ti mismo.

 

Espectros de una vida que se agota

¿A qué viene esconderse de los espectros?

Entonces no era así.

Íbamos juntas las almas en busca de cuerpos

porque en uno solo no cabía la conciencia.

Qué arteras artimañas usamos por no vernos,

qué orgullo solitario en nuestras cuevas

adornadas con estampas del deseo.

 

Hablaron de un camino que lleva a la derrota.

También de una cascada que da la bienvenida

y de una comunión de sombras exaltadas.

Sabemos ya que el tacto nos daba la medida

de nuestra pretensión, pero el recuerdo borra

la intensidad vital, el sol, la llamarada.

 

Espectros de una vida que se agota,

hemos llegado hasta aquí.

Vamos juntas las almas al olor de los cuerpos,

que en esa confusión estaba la respuesta.

Por absurdo que parezca el desafío,

habrá felicidad en el rencuentro.

Cuando hagan la señal, salgamos de las cuevas.

 

Un canto y unos versos

Nos han visto postrados al rumor de unos rezos

que aprendimos de niños, cuando todo era bueno.

Después de haber crecido como la mala hierba,

pletóricos de ausencia y en pantanosas tierras;

de haber dudado tanto, de habernos confiado,

por pálidos reflejos, a credos nada claros...

Teoremas formulamos y frases aprendimos

y en nubes de ilusión buscamos raciocinio.

Capítulos trazamos de complicada historia

que ahora, sin nosotros, se desenvuelve sola.

Y estamos al amparo de débiles recuerdos:

la señal de la cruz, un canto y unos versos.

 

Poética

En los tiempos que corren, salvo si tengo miedo,

prefiero estar sin preguntarme nada.

No importa dónde quedan los días que han pasado

ni entender si es eterna la vida, breve o larga.

Lo único que pido son sentimientos claros

y ver la luz del sol cuando despierto.

 

Comprendo que se va estrechando el cerco

y que el azar me tiende inesperadas trampas.

Los sueños no me alteran porque sé que son vanos

y olvidar me libera de penosas jornadas.

En mañanas oscuras, pocas veces al año,

me cubro con la sábana y lloro por los muertos.

 

Si cambio de opinión

Las leyes de la versificación

crean los conceptos, y no al revés.

Lo leo en la reseña que hace Dobry en Babelia

sobre Parménides, de César Aira.

Cuenta que el sabio griego no escribió su poema

Sobre la naturaleza, pilar de la metafísica;

que se lo encargó a un negro llamado Perinola

y el negro lo compuso como le iba saliendo,

juntando disparates y ocurrencias.

Así, lo sublime se vuelve banal…

Una teoría ontológica fundamental

en la tradición filosófica de Occidente

se muestra como el ejercicio retórico

de un humilde poeta a sueldo.

 

Esta tarde he creído verte

asomado por encima de un cartel publicitario

que decía: “¿Y si cambias de opinión?”.

Tú te reías de ella. A mí, con la poesía,

me pasa lo que al negro con los versos.

Que escribo lo que escribo

en función del ritmo y de la medida,

de normas que me obligan y de otras que me invento

para que no se diga ni decir demasiado.

 

Con la rima no sé que ocurriría,

qué formas me impondría,

a qué conclusiones me llevaría.

Prefiero no saberlo todavía.

Si cambio de opinión, te enterarías.


Escrito por Redacción


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