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No cabe duda que quienes dirigen la industria cinematográfica en el mundo –es decir, los grandes empresarios de los países con mayores ingresos económicos, que producen y distribuyen más películas– saben “reinventar” su negocio. Digo esto, amigo lector, porque, en la reciente entrega de los premios de la Academia de Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos (EE. UU.), los telespectadores de dicha ceremonia pudieron percatarse de la insistencia con que los comentaristas –tanto gringos como mexicanos– resaltaron el “nuevo” formato de dicho evento. Un formato en el que no hubo un conductor general, sino muchos actores de diferentes edades, razas, preferencias sexuales y aun complexiones físicas (hubo varios actores y actrices obesos), que desempeñaron el papel de presentadores. En síntesis: fue una entrega “inclusiva” donde no se “discriminó” a artistas afroamericanos, asiáticos, latinos, y que se consideró tanto a los incipientes y veteranos, como a los heterosexuales y homosexuales, etc. Y, para no dejar ninguna sombra de duda, la cinta más premiada fue surcoreana, ya que obtuvo los oscares a la “mejor película”, la “mejor película extranjera” y el “mejor guion original”. En efecto, Parásitos, del director Bong Joon Ho, triunfó por encima de filmes estadounidenses y europeos, dirigidos por realizadores tan prestigiados como Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Todd Philips o Sam Mendes. El mismo ganador en la categoría de “mejor actor”, Joaquín Phoenix –quien interpreta a Joker en la cinta del mismo nombre, del realizador Todd Philips– al recibir su trofeo, dijo: “Estaba pensando mucho en algunos de los temas agobiantes que enfrentamos. Creo que a veces uno se siente que está defendiendo causas diferentes. Pero yo veo un elemento común: creo que ya sea que hablemos de desigualdad de género, racismo, derechos de minorías, de los indígenas o de los animales, es la lucha contra la injusticia, contra la creencia de que una nación, un pueblo, una raza, un género o una especie tiene el derecho de controlar, usar, dominar y explotar a otra de manera impune”.
Pero si uno da una mirada más profunda a esta nueva política “inclusiva”, advierte que quienes administran y dirigen la industria cinematográfica estadounidense están enfrentando la dura competencia que actualmente hay en el mundo del cine-espectáculo –“diverso” en cuanto a su origen racial, cultural, sexual, educativo, etc.–, precisamente a través de una “democratización” de sus ofertas artísticas para atraer a toda clase de públicos. Es decir, se han dado cuenta que un cine “excluyente”, para “minorías”, “demasiado blanco”, racista u homofóbico sería una oferta que no atraería a mucha gente y no obtendría las altas ganancias monetarias que dichos empresarios buscan.
Pero además, amigo lector, quiero compartirle otra opinión, que está destinada al análisis de las cintas consideradas para obtener el Oscar. Parásitos es una crítica al parasitismo social, pero no al de los de arriba, sino al supuesto “parasitismo” de los de abajo que, en tiempos del desprestigiado neoliberalismo vigente, no deja de ser algo que tengan que agradecer los grandes potentados del orbe. A Joker, que solo fue premiada con una estatuilla –la de “mejor actor”– le ocurrió lo mismo que a Avatar (2009), de James Cameron, en la entrega de los Oscares de 2010, cuando se le negó el premio “mejor película” por su contenido crítico hacia la destrucción ecológica del mundo y al imperialismo gringo. Joker es una cinta con mayores aportaciones críticas a la sociedad capitalista actual.
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Escrito por Redacción