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Caos total. No terminaba ni siquiera la primera semana de 2020 cuando todo mundo se volcó a lo que sucedía en el Capitolio norteamericano. La euforia incontenible del imperio en descomposición o “la democracia más grande del mundo” al coro de: “¡U-S-A! (iu-es-ei)”. El terror de los inconformes tocó la puerta de aquellos que con tanto desprecio hicieron crecer el odio a la sombra de su indiferencia.
El asalto al Capitolio de 2020 no fue una excepción de Estados Unidos (EE. UU.) provocada por el malestar de Donald Trump en redes sociales, sino parte de la trayectoria de una crisis sin retorno.
La rústica oratoria trumpista no es autora de la decadencia gringa, la implosión imperial tiene bases aún más profundas. La realidad norteamericana es una sin trabajo, con alimentación cada vez más cara, salud en colapso y desigualdad como condena perpetua, misma que hoy está asentada en la Ley y recibe el nombre de la One Big Beautiful Bill Act (Acta de la Hermosa Gran Ley).
Matt Egan escribió en CNN: “el crecimiento de 2024-25, de abril a abril, supone aproximadamente mil millones de dólares al día para los diez más ricos. Por el contrario, el trabajador estadounidense medio ganó poco más de 50 mil dólares en 2023. En perspectiva, la Oxfam dice que se necesitarían 726 mil años para que diez trabajadores estadounidenses con ingresos medios ganaran esa cantidad de dinero”.
Durante los procesos electorales, las redes sociales han sido determinantes en los resultados, pero su influencia no se limita únicamente a las elecciones, sino a la permanente degradación del tejido social. Los promotores de las campañas de odio han sido de gran utilidad para la fabricación de enemigos públicos perfectos, pulidos y calzados a las necesidades de los grupos en el poder.
La tendencia de las redes sociales para privilegiar la discusión en torno a temas de odio no es más que la consecuencia del modelo de negocio de las redes sociales occidentales, crear modelos de algoritmos con sólo dos polos de discusión.
Cada que un grupo de personas (de una zona o sector socioeconómico) reacciona frente a un tema con tendencias similares, como una posición en condena al incremento del precio de la tortilla, los algoritmos harán lo posible por colocar cientos de temas similares, o variantes del problema, en nuestra pantalla sin que éstas sean necesariamente explicaciones profundas sobre las raíces del problema, sino una simplificación absurda; pueden llegar a tratar de adjudicar la responsabilidad del incremento al precio de la tortilla para una persona, y no a un fenómeno más complejo como la inflación.
Las redes esbozan así caricaturas de enemigos públicos y burdos, donde originalmente hay problemas laberínticos y dignos de análisis más profundos, el modelo de un negocio simple y rentable, meta de la empresa de Zuckerberg, ha publicado el escabroso funcionamiento de su producto desde 2022.
Las redes sociales no son plataformas neutrales, sino herramientas de propaganda ideológica comprometida con los intereses de los grandes capitales; no son promotoras de discusiones para madurar las democracias, sino para minar las relaciones sociales y confrontar a los individuos y paulatinamente destruir la posibilidad de unirse a todos los que comparten los mismos males como una clase social.
Las redes de la web no tienen el objetivo de fomentar las organizaciones sociales, sino dividir a la sociedad mediante la confrontación, llámenle “pueblo bueno” y “conservadores” en México o good american y bad hombres en EE. UU.
Fuera de la burbuja digital, nuestro objetivo es que la máquina del odio no cumpla sus fines; es necesario educarnos, cohesionarnos en ideas de la realidad con lo digital para no ser usados como engranes de ideologías ajenas. Una alternativa contraria a la máquina del odio es lo que debemos hacer.
Así como la manipulación genética altera las bases más simples de un organismo vivo, las redes manejan nuestra mente desde su composición más elemental, los memes.
L as máquinas fueron construidas para facilitar el trabajo del obrero.
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Escrito por Óscar Manuel Pérez
Licenciado en Comunicación por la UNAM.