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La premisa que concibe al hombre como un compuesto de alma y cuerpo puede parecer muy justa. No obstante, o bien remite al punto de vista de la interacción, o bien responde a un perspectiva dualista del mundo. En el primer caso sigue el consabido principio “de un lado, del otro lado”. A primera vista, este modo de ver la vida social es el más razonable, tolerante y omnicomprensivo de todos los enfoques posibles. Por regla general plantea que “cada faceta de la vida influye a las otras y, a su vez, experimenta la influencia de todas las demás”. Cuando se critica la caricatura de la concepción materialista de la historia, es decir, el llamado “materialismo económico”, se adopta casi siempre este punto de vista aparentemente crítico, a partir del cual se considera a los objetos en su acción recíproca. Con esto suele creerse que se consideran todos los factores de la vida social y no solo el “factor económico”. En principio resulta importante reconocer que “la interacción existe indudablemente entre todos los aspectos de la vida social”. Sin embargo, esta filosofía pluralista admite la autonomía recíproca de un número ilimitado de “esencias” o “dominios” irreductibles: arte, religión, ciencia, etc., independientes de la práctica y de la vida social. Con esto, el pluralismo pierde de vista la conexión y la oposición, la diferencia en la unidad, la correlación orgánica de tales “dominios”. En lugar de una concepción unitaria, instaura un polimorfismo o liberalismo filosófico que no comprende más que el aislamiento y la confusión de las nociones. Este pluralismo no reconoce la necesidad de una teoría unitaria y desemboca en un misticismo o eclecticismo que desconoce las conexiones explicativas entre las distintas esferas de la realidad.
Así pues, el enfoque de la interacción no va más allá de la acción recíproca entre todos (o varios de) los aspectos de la vida social, mas no explica ni el origen de las fuerzas que interactúan ni las relaciones que existen entre ellas, es decir, el “factor histórico” que produce las distintas facetas o aspectos de una acción recíproca y que con ello crea la posibilidad de su interacción. Para descubrir ese “tercer término” es preciso elevarse por encima del punto de vista de la interacción, del principio “de un lado, del otro lado”, pues a pesar de que éste parezca el enfoque más “omniabarcante” y “respetuoso” de todos los enfoques posibles no es más que un pluralismo ecléctico. Pero si el polimorfismo pluralista no sirve para este propósito, menos aún la perspectiva dualista sobre el mundo. Los sistemas dualistas de cualquier clase reconocen al espíritu y a la materia como substancias separadas e independientes. A esta premisa obedecen precisamente prejuicios tales como que “el hombre se compone de alma y cuerpo”, esto es, de dos sustancias totalmente diferentes. Esta perspectiva, aparentemente “multilateral”, no puede determinar cómo es que una de estas sustancias, que están supuestamente separadas y que no tienen nada en común entre sí, puede actuar sobre la otra. En otros términos, el dualismo ignora la forma en que una de ambas sustancias puede influir en la otra.
La inutilidad de la perspectiva dualista sobre el mundo impone la necesidad de elevarse por encima de esta clase de prejuicios, por más “multilateral”, “comprensivo” y “antitotalitario” que se presente este enfoque. Por esta razón, la filosofía, o más bien, los pensadores más consecuentes se han inclinado siempre al monismo, igual que los sistemas filosóficos más importantes siempre han sido monistas, en una palabra, han tratado de “explicar los fenómenos con la ayuda de algún principio fundamental”. En este sentido, los materialistas e idealistas más relevantes consideran que “el espíritu y la materia” son “tan solo dos clases de fenómenos que [tienen] una sola causa, indivisiblemente la misma”. En suma, el idealismo y el materialismo consecuentes tienen como rasgo común “la búsqueda de una explicación monista de los fenómenos”. A este respecto, no existe diferencia entre uno y otro. Aun así, el modo en que éste y aquél efectúan tal búsqueda común es diametralmente opuesto. Por esta razón, materialismo e idealismo monista difieren radicalmente. De aquí resulta que “el materialismo es el adversario directo del idealismo”. Si éste último trata de explicar “todos los fenómenos de la naturaleza, todas las cualidades de la materia, por éstas o aquéllas del espíritu”, el materialismo pretende explicar las cualidades del espíritu “por éstas o aquellas cualidades de la materia”.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.