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Nació el 10 de noviembre de 1759 en Marbach am Neckar, Alemania. Fue un poeta, dramaturgo, filósofo, historiador y editor alemán. Es considerado, junto a Goethe, el dramaturgo más importante de Alemania, así como una de las figuras centrales del clasicismo de Weimar. Muchas de sus obras de teatro pertenecen al repertorio habitual del teatro en alemán.
Schiller vivió durante la transición del absolutismo a la burguesía, la época de la Revolución Francesa. Debido a que la burguesía no podía articularse políticamente dentro del absolutismo de los pequeños Estados que formaban Alemania, la literatura se convirtió a partir de la segunda mitad del Siglo XVIII en su principal medio de expresión. Bajo esta influencia acabó su Don Carlos (1787), obra que marca la frontera entre su primera etapa revolucionaria y clasicista. Según la crítica, su obra más lograda es la trilogía en verso Wallenstein (1776-1799), un drama en el cual los acontecimientos históricos adquieren una dimensión ideológica en los personajes que los protagonizan. Durante su estancia en casa de Körner escribió también su himno A la alegría (1775), incorporado por Beethoven a la novena sinfonía. En 1787 se dirigió a Weimar con el ánimo de conocer a Herder, Wielan y Goethe, se dedicó a la investigación histórica y obtuvo la cátedra de historia en la Universidad de Jena. Escribió algunos trabajos en los que expuso su concepción idealista de la historia, así como los poemas filosóficos Los dioses de Grecia (1788) y Los artistas (1789).
Fue un aplicado lector de Kant, fruto de su estudio publicó algunos tratados estéticos en los que combinó su ideal de perfección moral a la busqueda de la belleza, los dos valores que según él determinan los progresos y las transformaciones de la sociedad si son asumidos individualmente. Junto a Goethe publicó una colección de epigramas Xenias (1797) y, un año más tarde, cada uno de ellos publicó por separado sus Baladas, inspiradas principalmente en la Antigüedad y la Edad Media.
Dedicó los últimos años de su vida al teatro; en 1804 publicó Guillermo Tell: el amor y la glorificación de la libertad, ideal constante en el escritor, se manifiestan de la forma más armoniosa y eficaz en esta pieza. Falleció un año después sin haber podido dar cima a su tragedia más ambiciosa, Demetrio, sobre el hijo de Iván el Terrible. Murió el nueve de mayo en Weimar, de una pulmonía probablemente causada por su tuberculosis.
LOS IDEALES[1]
¿Quieres pues, desleal, de mí apartarte
con tus encantadoras fantasías,
con tus dolores, con tus alegrías,
con todo, huir inexorablemente?
¿Nada en la huida detenerte puede,
¡oh, tú!, edad dorada de mi vida?
Es inútil, tus ondas presurosas
ya de la eternidad al mar descienden.
Se apagaron los soles placenteros
que alumbraron mi senda juvenil,
y deshechos están los ideales
que el ebrio corazón otrora henchían,
ella perdióse al fin, la dulce fe
en seres que mi ensueño hizo nacer,
de la hostil realidad volvióse presa
lo que una vez divino y bello fue.
Como un día con ansias vehementes
Pigmalión a la piedra se abrazaba
hasta que ardiente en las mejillas frías
de mármol derramóse el sentimiento,
así me uní con amoroso abrazo
a la naturaleza, con placer
juvenil hasta que empezó a alentar
y a templar en mi pecho de poeta,
y al compartir mis férvidos impulsos
un lenguaje encontró la que era muda,
el beso devolvióme del amor
y de mi corazón oyó el latido;
árbol y rosa para mí vivían,
plateadas fuentes para mí cantaban,
y hasta lo inanimado percibía,
el eco claro de mi palpitar.
Dilató con impulso poderoso
un todo parturiento el pecho angosto,
para salir de sí hacia la vida
con imagen y son, palabra y obra.
Qué grande era este mundo por su forma
cuando aún el capullo lo ocultaba,
pero que poco ¡ay! se ha descubierto,
y este poco, qué pobre y qué pequeño.
Cómo saltó, alado por su arrojo,
dichoso en la quimera de su sueño,
aún no sujeto por cuidado alguno,
el joven, al camino de la vida.
Hasta el astro más pálido del éter
el vuelo levantólo de sus planes,
nada tan alto, tan lejano había,
adonde con sus alas no llegase.
¡Qué fácil hasta allá llevado era!
Para el feliz, ¡qué había muy pesado!
¡Cómo el ligero séquito danzaba
delante del carruaje de la vida!
¡El amor con la dulce recompensa,
con su guirnalda de oro la ventura,
la claridad con su estelar corona,
y la verdad en el fulgor solar!
Mas, ¡ay! ya en el medio del camino
desorientáronse los compañeros,
sus pasos apartaron, desleales,
y así uno tras otro se apartó.
Volando la ventura huyó ligera,
el afán de saber quedó sediento,
ciñeron de la duda negras nubes
la figura solar de la verdad.
Las sagradas coronas de la gloria
en la frente vulgar vi profanadas,
¡ay!, que pronto, tras corta primavera,
el tiempo bello del amor huyó.
Y siempre más silencio y siempre más
abandono por la fragosa senda,
apenas si encendía una vislumbre
en la lóbrega vía la esperanza.
De todo aquel cortejo alborozado,
¿quién junto a mí permaneció amoroso?
¿Quién, a mi lado aún, me da consuelo,
siguiéndome hasta la morada oscura?
Tú, la que todas las heridas sanas,
de la amistad, callada y tierna mano,
que compartes las cargas de la vida,
tú, a quien busqué ya pronto y pronto hallé,
y tú, la que con ella bien se enlaza,
la que la tempestad del alma aleja,
ocupación, la que jamás se cansa,
la que, lenta al crear, jamás destruye,
que para edificar eternidades
si un grano alza de arena sobre otro,
también de la gran deuda de los tiempos
borrando va minutos, días, años.
Tres palabras de fortaleza
I
Hay tres lecciones que yo trazara
con pluma ardiente que hondo quemara,
dejando un rastro de luz bendita
doquiera un pecho mortal palpita.
II
Ten Esperanza. Si hay nubarrones,
si hay desengaños y no ilusiones,
descoge el ceño, su sombra es vana,
que a toda noche sigue un mañana.
III
Ten Fe. Doquiera tu barca empujen
brisas que braman u ondas que rugen,
Dios (no lo olvides) gobierna el cielo,
y tierra, y brisas, y barquichuelo.
IV
Ten Amor, y ama no a un ser tan solo,
que hermanos somos de polo a polo,
y en bien de todos tu amor prodiga,
como el sol vierte su lumbre amiga.
V
¡Crece, ama, espera! Graba en tu seno
las tres, y aguarda firme y sereno
fuerzas, donde otros tal vez naufraguen,
luz, cuando muchos a oscuras vaguen.
[1] Este poema, escrito en 1795, es la primera composición poética de Schiller tras un periodo consagrado a los estudios históricos y filosóficos.
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Escrito por Redacción