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Hegel describe en la Fenomenología del espíritu el desarrollo de lo que él denominó espíritu absoluto, sosteniendo que este espíritu le da sustento a lo real, que es el movimiento de éste lo que crea todos los fenómenos del mundo. Pero este desarrollo, este movimiento es explicado por medio del método dialéctico, uno de los grandes aportes del pensamiento filosófico y que se vino desarrollando casi desde la aparición misma de la filosofía.
El espíritu se va desarrollando dentro de la historia, se va autoconociendo dependiendo de la forma en que se manifieste, de tal manera que cada momento histórico representa parte de la Idea universal. Cuando el espíritu avanza, cuando pasa de un momento histórico a otro, lo hace resolviendo las contradicciones internas de la sociedad que abandona para adoptar las contradicciones propias de la nueva sociedad.
Este limitado resumen de lo central en el importante libro de Hegel sirve para rescatar la siguiente idea: cuando se hace necesaria la revolución, cuando las contradicciones de la vieja sociedad ya no pueden sino provocar un momento revolucionario para abandonar lo viejo, el salto hacia lo nuevo no implica negación total de lo viejo. Con otras palabras, la negación dialéctica es de cierto tipo, permite negar lo viejo sin exterminarlo, sino incorporándolo en una nueva forma, en beneficio y función de lo nuevo. Así, la sociedad va aprendiendo de lo anterior cada vez más rápido, lo viejo se desarrolla a un nuevo nivel, y lo nuevo se posa sobre los hombros de lo ya conocido.
Aunque en ocasiones pareciera que hay cosas que se desarrollan de la nada, o que lo pasado ya quedó olvidado, en realidad, para construir algo nuevo es necesario pasar por los niveles anteriores del desarrollo; aunque por la historia, evolución o desarrollo del pensamiento, las etapas transcurran cada vez más rápido. Engels ilustra esto en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre cuando, haciendo gala de sus conocimientos de Hegel poco reconocidos, menciona que en la vida del ser humano se ve el desarrollo de miles de años en espacio de una vida, viendo cómo el recién nacido tiene que pasar por todo lo aprendido a través de la historia en tan solo sus primeros años para, a partir de ahí, autodeterminarse y hacer su propia historia.
Por esto la estética marxista siempre ha puesto atención en las nuevas corrientes y en la forma en que plantean su nueva creación. El asunto no es si se rechaza lo nuevo por parecer demasiado nuevo para la sociedad, por lo menos no para el punto de vista revolucionario, sino cómo se propone. Clara Zetkin recuerda en sus memorias que teniendo una plática sobre el arte nuevo de Rusia, y manifestando sus dudas sobre si eso debería ser promovido o no, Lenin intervino en la discusión para manifestar su postura: todo artista tiene derecho a crear libremente sin depender de nada. El nuevo arte era manifestación del mundo nuevo en la medida en que se había quitado el yugo de la creación que complacía al Zar, en esa medida debería apoyarse a todos los artistas, pero a su vez el arte nuevo no puede olvidar y desechar, sino a riesgo de construir rayas en el agua, lo ya desarrollado por sus antecesores; lo completamente nuevo se transforma en su contrario, deja de referirle algo a las masas, deja de hablarle directamente. En el mejor de los casos se convierte en deleite de una minoría capaz de probar, como dice Lenin, “dulces y refinados bizcochos”. ¿Y las masas?
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).