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El cuatro de septiembre de 1947 fallecía en su exilio en la Ciudad de México, el escritor, periodista y poeta Alfonso Guillén Zelaya, nacido en Juticalpa, Olancho, Honduras, el 27 de junio de 1887. Su acta de defunción señala como causas de la muerte hipertensión arterial y angina de pecho. Considerado uno de los más grandes editorialistas hondureños, son notables su aguerrido periodismo antiimperialista, su patriotismo y su insobornable combate a las trasnacionales, especialmente a la Standard Fruit Steamship desde El Tacoma –primer diario bajo su dirección en su natal Juticalpa– y más tarde en El Cronista. Esta combativa labor periodística lo llevaría a exiliarse en México de 1933 a 1947, coincidiendo con el cardenismo.
Su poesía, inscrita en el modernismo, conjunta imágenes y ritmo para expresar ideas superiores, como en Vendrán los nuevos días, en que afirma su confianza en el arribo de una sociedad libre de injusticias no como una dádiva o un milagro, sino como algo necesario. Pleno de símbolos, este poema alcanza universalidad heroica y lo coloca en primera línea del modernismo.
Vendrá el mañana libre. Vendrá la democracia,
no por mandato extraño, ni por divina gracia;
vendrá porque el dolor ha de unirnos a todos
para barrer miserias, opresores y lodos.
Vendrá la libertad. Sobre el pasado inerte
veremos a la vida derrotando la muerte.
Tendremos alegría, tendremos entusiasmo,
la actividad fecunda sucederá al marasmo,
y en la extensión insomne de todos sus caminos,
se alzarán majestuosos tus cumbres y tus pinos.
Pinares hondureños, pinares ancestrales,
enhiestos, eminentes, serenos, inmortales,
bandera de victoria contra las tiranías,
vendrán los días de oro, vendrán los nuevos días.
Fue el primero que escribió poesía social en su país; desde sus artículos periodísticos, Alfonso Guillén Zelaya denunció al fascismo, combatió la injerencia de Estados Unidos en Latinoamérica y la desigualdad social. La pena de muerte, la necesaria unidad de Centroamérica, los derechos de las mujeres y la libertad de prensa son otros tantos temas recurrentes en su obra.
“Lo esencial no está en ser poeta, ni artista, ni filósofo, lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo, el orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho, de querer lo suyo”: así comienza Lo Esencial, ensayo ampliamente difundido en su país y en el que plasma su concepción del trabajo como fuente de prosperidad social: “Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo son cosas admirables; hacer fecunda la heredad estéril y poblarla de florestas y manantiales, tener un hijo inteligente y bello y luego pulirle y amarle; enseñarle a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, ésas son cosas eternas”, apunta. A este ideal social se suma El Oro, poema en alabanza al comunismo primitivo y que remite obligadamente al discurso de Don Quijote a los Cabreros sobre la Edad de Oro (*).
Mató el oro a los hombres la comunión nativa,
y dividió la tierra y pervirtió el cariño,
la palabra de Cristo no es posible que viva,
solo pudo vivir cuando el mundo era niño.
Hoy acúñanse discos para atenuar el hambre,
antaño no existía ni la ingenua permuta,
ni las cercas de piedra ni las redes de alambre,
que por todos los campos era libre la fruta.
Eran libres las aguas, la caza, la llanura;
y como no había dueños, jamás hubo ladrones,
la vida era de paz, de amor y de dulzura;
las gentes eran buenas como las bendiciones.
Jamás alzóse el párpado para ver la miseria,
ni lloraron los niños de frío en las nevadas;
el mundo fue en aquel tiempo la generosa arteria
que dio al hombre la gracia de las cosas ansiadas.
¡Oh, los atardeceres de la frescura antigua,
envueltos en el alma de los ritos lejanos,
cuando todos bajaban a la fuente contigua
a beber el agua en el hueco de las manos!
¡Oh, sol de aquellos siglos que solo hubiese aurora,
no para enviar al surco las legiones de obreros,
sino para que diese la bondad de tus horas,
esperanza a la vida por campos y senderos!
Así en albas y en tardes, por collados y montes,
caminos y llanadas, en hermandad de ovejas,
fue vuestra planta libre dilatando horizontes
bajo el alegre cielo, dichosas gentes viejas…
¡Qué moral más hermosa que esta moral primera
de vivir para todos y con todos ser uno!
los hombres no morían en luchas de frontera
porque la tierra estaba sin valladar alguno
¡Mas, Señor de los buenos, vuestros dones son idos:
venimos condenados a vivir sin fortuna
todos los que hemos hecho nuestros propios vestidos
con oro de los astros y plata de la luna!
* FUENTE: Sabido Sánchez, Fernando. PoetassigloXXI.blogspot.com
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.