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William Butler Yeats
Poeta, narrador y dramaturgo irlandés nacido el 13 de junio de 1865 en Dublín. Creció y estudió en Londres, premio Nobel de Literatura en 1923.
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Poeta, narrador y dramaturgo irlandés nacido el 13 de junio de 1865 en Dublín. Creció y estudió en Londres, premio Nobel de Literatura en 1923. Fue una figura central en la transición entre el simbolismo decimonónico y el modernismo del Siglo XX. Su poesía evolucionó desde un estilo lírico y musical, influido por el folklor celta y el simbolismo francés, con una voz filosófica y cargada de metáforas. En su obra temprana dominan la melancolía, el misticismo y el deseo de evasión; en la madura, la preocupación por el tiempo, la historia y el alma colectiva, a menudo expresadas mediante símbolos personales como el halcón, la espiral o la máscara. Formó parte del Renacimiento literario irlandés y combinó en su arte lo político, lo mítico y lo metafísico, consolidándose como uno de los grandes poetas modernos de habla inglesa.

Publicó su primer libro en 1889, Las peregrinaciones de Osián y otros poemasSu obra incluye libros como El crepúsculo celta (1893), La Rosa secreta (1897), Ideas sobre el bien y el mal (1903), En los siete bosques (1903), Descubrimientos (1907), El yelmo verde (1910), The Cutting of an Agate (1912), Versos escritos en el abatimiento (1913), Responsabilidades (1914), Sueños de infancia y juventud (1916), Los cisnes salvajes de Coole (1917), Per Amica Silentia Lunae (1918), El gato y la Luna (1924), Una visión (1925), Estrangement (1926), Autobiografía (1926), October Blast (1926), La Torre (1928) y La escalera de caracol (1929), entre otras. 

traducción de gerardo gambolini, nicolás suescún y hernando valencia goelkel.

 

Recuerdo de juventud

Los momentos pasaban como en el teatro;
tenía la sabiduría que el amor hace nacer;
tenía mi cuota de sentido común,
y a pesar de todo cuanto podría afirmar,
y aunque tenía por eso el elogio de ella,
una nube venida desde el norte despiadado
ocultó de repente la luna del Amor.
Creyendo cada palabra que decía,
yo alabé su espíritu y su cuerpo
hasta que el orgullo hizo brillar sus ojos
y sonrojó sus mejillas el placer
y volvió ligeros sus pasos la vanidad;
nosotros, sin embargo, a pesar de esos elogios,
en lo alto veíamos tan solo oscuridad.
Nos sentamos silenciosos como piedras,
sabíamos, aunque ella no hubiera dicho una palabra,
que aún el mejor amor debe morir,
y se habría destruido en forma cruel
de no ser porque el Amor,
ante el grito de un grotesco pajarillo,
arrancó de las nubes su luna maravillosa.

La muerte
Ni miedo ni esperanza
acompañan al animal que muere;
el hombre aguarda su final
temiendo y esperando todo;
muchas veces murió,
muchas se levantó de nuevo.
Un gran hombre con su orgullo
al enfrentar asesinos
hunde en el escarnio
la cesación del aliento.
Él conoce la muerte a fondo:
el hombre creó la muerte.

La máscara

“Quítate esa máscara de oro en llamas

con ojos de esmeralda”.

“Oh, no, querido, te atreves tanto

para ver si es sabio o salvaje el corazón.

Y no es frío sin embargo”.

 

“Sólo quiero encontrar lo que allí hay,

si el amor o el engaño”.

“Fue la máscara lo que ocupó tu mente

y puso a latir tu corazón después,

no lo que hay tras ella”.

“Pero a menos que seas mi enemiga,

yo debo indagar”.

 

“Oh, no, querido, olvida todo eso.

¿Qué importa que haya sólo fuego

en ti, en mí?”.

A LA ROSA SOBRE LA CRUZ DEL TIEMPO

¡Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días!
Acércate mientras canto las antiguas tradiciones:
Cuchulain plantando cara a la marea inclemente;
el gris Druida hijo del bosque, el de tranquila mirada,
que asedió a Fergus con sueños y desastre inenarrable,
y tu propio desconsuelo que las estrellas, marchitas
por bailar sobre las aguas con sandalias plateadas,
entonan con solitaria y orgullosa melodía.
Ven, que ya no más cegado por el destino del hombre
encuentre bajo las ramas del amor como del odio,
en todas las necias cosas que viven un solo día,
la belleza sempiterna vagando por su camino.

 

Ven, acércate a mi lado y abre un pequeño espacio
para que todo se colme con el olor de la rosa.
Que pueda seguir oyendo cosas comunes y ansiosas;
el gusano que se oculta en su pequeña caverna,
el ratonzuelo corriendo junto a mí sobre la hierba
y mortales esperanzas que se afanan y transcurren;
no escuchar sino las cosas extrañas que dijo Dios
al corazón luminoso de los que han muerto hace tiempo,
y salmodiar una lengua que los hombres desconocen.
Ven, acércate; quisiera, antes que llegue mi hora,
cantar la Irlanda de antaño y las viejas tradiciones:
Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días.

Versos escritos en el abatimiento

Cuando vi por última vez

los redondos ojos verdes y los largos cuerpos sinuosos

de los negros leopardos de la Luna,

las brujas hurañas, señoras nobilísimas,

con todo y sus escobas y sus lágrimas,

sus coléricas lágrimas, se fueron.

Se perdieron los sacros centauros de los montes;

sólo me queda el amargado Sol.

La heroica madre Luna se perdió en el destierro;

tengo cincuenta años, y ahora

he de sufrir la timidez del Sol.

Sueños rotos

Hay gris en tus cabellos;

los jóvenes ya no se quedan sin aliento

a tu paso;

acaso te bendiga algún vejete

porque fue tu plegaria

la que lo salvó en el lecho de muerte.

Por tu bien  –que ha sabido de todo dolor del corazón,

y que ha impartido todo el dolor del corazón,

desde la magra niñez acumulando

onerosa belleza–, por tu solo bien

el cielo desvió el golpe de su sino,

tan grande su porción en la paz que estableces

con sólo penetrar dentro de un cuarto.

 

Tu belleza no puede sino dejar entre nosotros

vagos recuerdos, recuerdos nada más.

Cuando los viejos se cansen de hablar, un joven

le dirá a un viejo: «háblame de esa dama

que terco en su pasión nos cantaba el poeta

cuando ya su sangre debiera estar helada por los años».

 

Vagos recuerdos, recuerdos nada más.

Pero en la tumba todos, todos se verán renovados.

La certidumbre de que veré a esa dama

reclinada o erecta o caminando

en el primor inicial de su feminidad

y con el fervor de mis ojos juveniles,

me ha puesto a balbucear como un tonto.

 

Era más bella que cualquiera,

no obstante tu cuerpo tenía una tacha;

tus manos pequeñas no eran bellas,

y temo que has de correr

y las hundirás hasta la muñeca

en ese lago misterioso, siempre rebosante,

donde todos los que cumplieron la ley sacra

se hunden y resurgen perfectos.

Deja intactas las manos que besé,

por bien del viejo bien.

 

Muere el último toque de media noche.

Todo el día, en la misma silla

de sueño a sueño y rima a rima he errado,

en charla incoherente con una imagen de aire:

vagos recuerdos, recuerdos nada más.


Escrito por Redacción


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