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Conocer los pormenores biográficos de los poetas a menudo atrae la curiosidad de posibles lectores; pero las circunstancias que rodean su muerte despiertan sin duda gran interés cuando éstas se alejan de lo común. Muertos en heroica lucha, víctimas de la represión y la tiranía, por una decisión suicida, en un lamentable accidente, atacados por una dolorosa e inevitable enfermedad y… de risa.
Cuenta la leyenda que en 1556, durante un banquete, mientras su hermana le contaba una anécdota escabrosa, el poeta italiano Pietro Aretino sufrió un repentino ataque de risa, se desplomó de la silla y murió, víctima de una apoplejía, a los 64 años. Peculiar fue su muerte, pero no es la única que se ha registrado bajo circunstancias similares. El 21 de octubre de 1893, poco antes de cumplir 30 años, y mientras cenaba en casa de un amigo doctor en su natal Cuba, el poeta modernista Julián del Casal estalló en carcajadas (algo poco frecuente, dada su personalidad taciturna) al escuchar la ocurrencia de uno de los invitados, sufriendo la ruptura de un aneurisma con la subsiguiente hemorragia que le arrebatara la vida; hay, sin embargo, quien sostiene que esta versión es también una forma de hermosear los hechos y que el poeta padecía tuberculosis pulmonar, muy común y de consecuencias casi siempre fatales en aquella época, y cuyo agravamiento, considerados algunos síntomas, habría causado su muerte.
Pero si la conseja de su fallecimiento fuera falsa, no lo es el tono sombrío y contradictorio en la obra de Julián del Casal, que hacía tiempo se aferraba a la perspectiva de una muerte liberadora ante el profundo deterioro de su salud, documentado en la correspondencia con su amigo, el gran poeta nicaragüense Rubén Darío.
Es Julián del Casal uno de los grandes exponentes del modernismo en Latinoamérica, cuyos precursores murieron todos de forma prematura (José Martí, en el heroico y temerario enfrentamiento en Dos Ríos; José Asunción Silva a los 30, por suicidio; Gutiérrez Nájera a los 35 años por una hemorragia a causa de la hemofilia).
La vida atormentada de este poeta cubano, llena de penalidades y estrechez económica, no le impediría convertirse en un innovador de la métrica y la musicalidad, influyendo en Darío, quien reconocería su admiración por él. ¿A qué altas cumbres hubiera llegado su poesía si no hubiera muerto a edad tan temprana? Jamás lo sabremos, pero es seguro que en su inspirada creación influyó no solo una gran sensibilidad, sino el sufrimiento hubo de enfrentar.
En la obra de Julián del Casal el color es una constante. Asistimos a sus composiciones como quien contempla un cuadro en movimiento. En Neurosis, por ejemplo, la bella cortesana posa en un ambiente decorado con elementos chinescos; su movimiento es pausado y armonioso:
Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.
Y solo en la última estrofa, Del Casal expresa la antítesis entre la apariencia exterior y la vida interna de los seres, al intuir que la actitud calma del personaje es solo fingimiento ante las preocupaciones pecuniarias:
¿Pero qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del gabinete,
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un desliz?
A diferencia de los vibrantes tonos anteriores, un ambiente sombrío y opresivo predomina en el soneto Tristissima Nox (poema homónimo de Gutiérrez Nájera); el irremediable pesimismo, el absoluto convencimiento de la imposible felicidad se refleja en la naturaleza; elementos terrestres y marinos del paisaje resuenan mientras su alma atormentada y extraordinariamente consciente, alumbra como un faro en medio de su oscuridad interior.
Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.
Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.
Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
solo mi pensamiento vela en calma,
como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.