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A lo largo de los 20 kilómetros de playa de las tres áreas en que la industria turística divide a Acapulco (Tradicional, Dorada y Diamante) laboran miles de trabajadores informales que lo mismo ofrecen antojitos y bebidas, que servicios náuticos para sobrevivir a la crisis económica agravada por la pandemia de Covid-19.
Este semanario recorrió Barra Vieja y Pie de la Cuesta, playas ubicadas en el sur y el norte de la bahía, para preguntar a los niños, mujeres, hombres y adultos mayores que se dedican al comercio informal cómo han logrado superar la baja sensible de turistas nacionales y extranjeros en los periodos vacacionales y los fines de semana.
La mayoría de los entrevistados coincidió en que sus ventas disminuyeron 80 por ciento y que a su fuerte pérdida de ingresos personales y familiares se ha agregado un problema no menos grave: la indolente actitud represiva de la alcaldesa de Acapulco, Adela Román Ocampo, militante del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
La señora Beatriz Estrada, quien desde hace 16 años vende comida en Playa Suave, denunció que, en junio de 2020, personal policiaco y operativo del Ayuntamiento llegó una madrugada con maquinaria pesada para dedicarse a destruir cabañas, palapas y puestos donde se vendía comida, con mesas, sillas y todos los enseres de cocina.
Previamente, los policías y los empleados de la alcaldía bloquearon la vía rápida que conduce al hotel Kristal para evitar que los vendedores pudieran proteger sus pertenencias y aunque pudo lograrlo, la mayoría de sus compañeros perdieron sus bienes y negocio –el único sostén de sus familias–, pese a que todos tienen permisos vigentes para vender.
En Playa Suave hay comerciantes que ofrecen comida y otros productos desde hace 50 y 60 años y que perdieron todo durante el cruel operativo. “Nos desalojaron como si fuéramos delincuentes. La Secretaría del Bienestar nos brindó un apoyo económico y, durante el cierre de las playas por la pandemia, la situación empeoró y estuvimos con miedo, con hambre y sin trabajo.
“Durante los cuatro meses que permanecieron cerradas las playas tuvimos que salir a la calle a pelear por una despensa para sobrevivir... Afortunadamente siempre encontramos gente altruista que nos apoyaba con un desayuno, tortas, un kilo de arroz y, solo en una ocasión, el personal del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) nos dio una despensa después de andar persiguiéndolos”.
Doña Beatriz hace una pausa en su relato debido a que el llanto le impide seguir hablando; una vez que se tranquiliza y respira hondo, continúa: “mis trabajadores empezaron a conseguir, con los pescadores, el producto a bajo costo y salimos otra vez a la calle a vender… Esto fue posible gracias a que todos los comerciantes fijos y ambulantes de la zona nos unimos. La tragedia nos hizo familia… es lo único bueno que dejó la pandemia”.
Luego de esta experiencia, la señora Estrada volvió a sus actividades cotidianas, terminó de colocar su puesto de comida bajo unas palmeras, acomodó varias mesas de playa junto a sus sillas sobre la arena. Los vendedores de comida solo tienen permitido colocar entre 25 y 30 sillas, y todos riegan constantemente el área que ocupan para mantenerlo fresco.
En esta área no se ha registrado ningún contagio por Covid-19, quizás a causa de los intensos rayos del Sol. Las ventas, que al inicio de la pandemia cayeron en 80 por ciento, comenzaron a mejorar en el último trimestre del año pasado, y doña Beatriz tiene confianza de que en 2021 las cosas no sean peores. “La economía estuvo muy mal, pero el mar es noble y no nos dejó sin comida, teníamos pescado y cocos”, agregó con sentido del humor.
Doña Ana Torres Campos, vecina de la colonia Lucio Cabañas, ubicada en la periferia de Acapulco, donde muchas personas también se dedican al comercio de diversos productos, artesanías y comida, contó a buzos que tarda aproximadamente una hora para llegar a la playa Papagayo, desde la que inicia una ardua caminata sobre la arena para ofrecer a los turistas caracoles, conchas y estrellas de mar.
Su recorrido empieza a las 10 de la mañana y concluye a las 18 o 19 horas, lapso en el que trabaja a paso lento para ofrecer sus mercancías a todos los turistas que retozan en las playas. Antes de la pandemia, en un día normal de trabajo ganaba entre 200 y 400 pesos, pero hoy solo hace dos ventas al día; en ocasiones, una y muchas veces ha regresado a su casa sin un solo peso en los bolsillos.
“Hay poco turismo; solo pedimos a las autoridades que nos permitan trabajar para llevar sustento a la familia. Dependemos primero de Dios y después del turismo. Ojalá no cierren las playas y nos dejen trabajar”, pide con esperanza.
La señora Ana recorre las playas en compañía de su esposo Wenceslao Gómez, quien tiene 65 años, de los cuales 55 ha dedicado al comercio. Es decir, lleva la mayor parte de su vida “vendiendo para sobrevivir”. Don Wences, con frecuencia, hace sonar un caracol para atraer la atención de los turistas, la mayoría de los cuales se desentienden de la oferta.
La pareja de vendedores viste ropa holgada, calzan sandalias, portan sombreros para cubrirse del Sol y usan cubrebocas, siguiendo el protocolo sanitario impuesto por las autoridades.
La Plaza Politécnica, ubicada en la Costera Miguel Alemán, consta de dos pasillos, donde 76 comerciantes venden piezas de cerámica, pulseras, trajes de baño, gorras, tazas, llaveros y barquitos de madera, entre otras artesanías. Está abierta de las ocho a las 22.00; pero sus vendedores han resultado muy afectados por el confinamiento sanitario debido a la pandemia.
Antes del Covid-19 vendían hasta mil 500 pesos; y 800 pesos diarios, en temporada baja de turismo; actualmente solo en ocasiones venden 300 pesos en un fin de semana. “Las ventas cayeron en 80 por ciento y estamos elaborando productos porque no podemos comprar. A veces tenemos que trabajar en otro sitio para sobrevivir y llevar el sustento a la familia, porque el negocio no da”, lamentó uno de los comerciantes.
Están en la lona los servicios náuticos
Arturo Pantoja Guatemala, presidente de la Unión de Sociedades Cooperativas Vanguardia por Guerrero, y representante de los prestadores de servicios náuticos y de playa, advirtió que sus agremiados no permitirán que continúen los desalojos arbitrarios de vendedores ambulantes, y exigió al gobierno municipal que el reordenamiento del comercio de playa se realice de manera incluyente y no autoritaria, ya que de éste depende el sustento económico de miles de familias porteñas. “¿Dónde está su eslogan de Primero los pobres?”, cuestionó.
Los propietarios y prestadores de servicios náuticos son alrededor de mil 500, entre propietarios y operadores, quienes atienden al turismo en 64 módulos instalados desde La Roqueta hasta la Base Naval, ofreciendo paseos en paracaídas, “bananas”, lanchas con fondo de cristal, motos acuáticas y nados de buceo.
La pandemia también los ha puesto “en la lona”, ya que, para sobrevivir, muchos han tenido que solicitar préstamos, empeñar algunos bienes o malbaratado otros, porque las autoridades federales solo dijeron: “¡Quédate en casa!”, pero no brindaron ningún apoyo económico, ni ninguna otra opción. Su única oferta consistió en el otorgamiento de créditos a la palabra y ahora tienen que pagarlos, pese a que la crisis económica continúa.
Con la apertura de las playas en diciembre, la situación mejoró un poco, pero los turistas que llegaron fueron pocos. “Aun así, la situación es complicada porque estamos arriesgando la salud al recibir a turistas, que en su mayoría vienen de la Ciudad de México y el Estado de México, donde el semáforo epidemiológico está en rojo, y se suspendieron las actividades no esenciales durante tres semanas. Nos estamos arriesgando, si bien es cierto que la economía se reactiva con los turistas, el riesgo de contagio crece y se prevé un gran contagio”, alertó.
Pantoja señaló que la postura de los prestadores de servicios náuticos es “sí al turismo”; pero que éstos se realicen con los filtros sanitarios requeridos, y exigió a los hoteleros, restauranteros y vendedores ambulantes a proveerse de las condiciones sanitarias indispensables para que los turistas se sientan seguros y a gusto, y para que ellos no se arriesguen; ya que actualmente carecen de servicios de salud pública y de recursos para encargarse de sus gastos médicos.
El dirigente social comentó que, mientras en un fin de semana normal, aproximadamente unas 100 personas utilizaban el servicio de paso en paracaídas, durante las semanas de vacaciones de diciembre, solo fueron requeridos un par de servicios cada día. El dirigente social denunció que los gobiernos Federal y municipal, ambos de Morena, no han concretado ningún apoyo, pese a que la alcaldesa Román Ocampo prometió, al principio de la pandemia, que enviaría despensas a los domicilios.
Los prestadores de servicios náuticos y vendedores ambulantes –la mayoría habitantes de colonias marginadas y periféricas del área porteña, como Caudillos del Sur, Nicolás Bravo, Leyes de Reforma y Nopalitos– trabajan en las playas La Roqueta, Caleta, Caletilla, Paseo del Pescador, El Morro, Las Hamacas, Suave, Tamarindos, Golfito, Papagayo y La Condesa; y cuando la administración municipal comenzó a reprimirlos y perseguirlos, se unieron y formaron el Frente de Defensa de Concesionarios de Zona Federal Marítima Terrestre para evitar los desalojos violentos y exigir un reordenamiento incluyente y respetuoso de sus derechos humanos.
Pero el futuro inmediato les ha planteado otro reto: la amenaza de una posible privatización de las playas. Sin embargo están conscientes de este peligro, se están preparando “con todo” para enfrentarlo y confían en que con la reapertura de las playas, Acapulco recupere paulatinamente “su brillo”.
Esta posibilidad, de ningún modo, es remota pues, en las vacaciones de diciembre, las reservaciones de hoteles, condominios y plataformas de servicio hotelero particular estuvieron hasta el tope y los 15 mil ambulantes de playa, urgidos de ventas para llevar dinero a sus familias, se expusieron a un gran riesgo de contagio masivo porque los filtros y las medidas sanitarias no resultaron suficientes.
Según el Secretario de Turismo Municipal, José Luis Basilio Talavera, aún con las restricciones por la pandemia, las reservaciones en hoteles del puerto de Acapulco estuvieron llenas casi en su totalidad desde el inicio del periodo vacacional de invierno y las festividades de Navidad y Año Nuevo, pese a las restricciones sanitarias para evitar la propagación de Covid-19.
De acuerdo con esta oficina, entre el 28 de diciembre y la primera semana de enero de 2021, el número de reservaciones confirmadas alcanzó la máxima capacidad permitida en las hospederías, que representa el 50 por ciento, lo cual significa que al menos unos 350 mil turistas visitaron Acapulco. Pero existe la impresión de que la cifra pudo duplicarse fácilmente debido a que varios visitantes prefirieron hospedarse en condominios de tiempo compartido, unidades de segunda residencia y propiedades particulares que se ofertan a través de plataformas como Airbnb y redes sociales.
Esta situación puso en alerta al gobierno de Guerrero, que decidió cancelar uno de los eventos más atractivos: la Gala de Pirotecnia, que cada fin de año (31 de diciembre) se realiza a lo largo de la bahía de Acapulco y en los principales destinos turísticos del estado.
Esta exhibición es una de las mejores promociones turísticas pero, de acuerdo con autoridades del Sector Salud, podría aumentar el número de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos por Covid-19 en Guerrero.
El gobernador Héctor Astudillo Flores anunció oficialmente la cancelación de la Gala Pirotécnica 2020 y la prohibición de venta y uso de globos aerostáticos, decisión que fue respaldada por la Asociación de Hoteles y Empresas Turísticas de Acapulco, luego de que el Ejecutivo estatal asegurara que el presupuesto para este espectáculo, el cual reúne a más de 300 mil personas en las playas guerrerenses, está asegurado para 2021.
“Doña, don, joven, compre empanadasˮ
De regreso a Playa Suave, entre un sol radiante y un clima extraordinario, encontramos a los hermanos Hilario (Layo) y Pepe, de 10 y siete años de edad respectivamente, cuya piel morena se acentúa con el intenso Sol. Ambos caminan descalzos sobre la arena mientras, con mirada alegre, ofrecen las empanadas que su madre prepara y ha colocado sobre un pedazo de madera.
–Doña, don, joven, compre empanadas– expresan risueños mientras recorren la cálida arena de las playas de Acapulco. Ellos no entienden aún el peligro de la pandemia, ni de la crisis económica; únicamente han escuchado hablar de ambos problemas, porque solo saben que deben colaborar con el gasto familiar y lo hacen con gusto.
En un recorrido por Playa Suave se observa a una gran cantidad de personas que ofrecen, al igual que ellos, diversos productos como llaveros, trajes de baño, ropa, salvavidas, aceites, fundas para teléfonos celulares, pelotas, pulseras, conchas de mar, pulpas de tamarindo, cocos, refrescos, mangos con chile, donas, pan, pescadillas, ceviche, ostiones, mojarras, camarones preparados al mojo de ajo, a la diabla, en caldo o en brochetas; paletas de hielo, servicio de masaje, elaboración de trenzas, tatuajes, paseos en motos acuáticas, en paracaídas, en lanchas con fondo de cristal; buceo y un sinfín de actividades que hacen de Acapulco uno de los destinos más visitados por turistas nacionales y extranjeros.
En febrero, Bolivia sufrió una escasez de dólares. Esa coyuntura habría servido para romper con la dependencia de la divisa estadounidense.
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Escrito por Olivia Ortíz
Reportera