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T-MEC, en beneficio de las trasnacionales
En realidad, el T-MEC representa el interés de las trasnacionales y refuerza el dominio imperialista; daña al sistema productivo mexicano, a la pequeña empresa, los campesinos y la clase trabajadora.
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Inicia el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) y sus propagandistas lo ponderan y cifran grandes esperanzas en él para nuestra decaída economía. En palabras del propio Presidente: “El haber conseguido este acuerdo representa un gran logro en beneficio de las tres naciones y de nuestros pueblos”. La realidad no parece confirmar este optimismo. Por el contrario, el tratado refuerza nuestro sometimiento al poderío norteamericano, el saqueo de la riqueza y su acumulación. En primer lugar, no debe confundirse la necesaria interdependencia entre naciones con la dependencia, como la nuestra hacia Estados Unidos (EE. UU.), del que somos primer socio comercial: es destino de 82 por ciento de nuestras exportaciones, lo cual le confiere gran poder como comprador casi único. Es sensato diversificar las relaciones comerciales para amortiguar los shocks externos y reducir la dependencia. Además, nuestra economía está distorsionada: volcada hacia el exterior, a las exportaciones, desatiende el mercado doméstico. Según el Banco Mundial, 80 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) depende del comercio exterior. Durante la vigencia del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), el intercambio comercial con EE. UU. se sextuplicó.

Pero no debe deslumbrarnos el éxito exportador, importante, sí, pero que lamentablemente ha beneficiado a las élites de ambos países, pues mientras tanta riqueza cruza la frontera, el número de pobres y el hambre han aumentado. El boom exportador oculta el castigo al mercado interno, al no distribuir el ingreso y restringir así la capacidad de compra de la población. Producimos para el extranjero mientras millones de familias carecen de lo indispensable. Además, ese éxito disfraza nuestro carácter de economía maquiladora, basada precisamente en la mano de obra barata. De todas formas, analizar el T-MEC es necesario, por lo que contiene y porque, en jerarquía, tratados como éste son, solo por abajo de la Constitución, superiores a las leyes mexicanas.

Un antecedente útil. En septiembre de 2016, Donald Trump clamaba que el TLCAN era “el peor acuerdo económico de la historia de EE. UU.”, y que beneficiaba a México. Derogarlo fue su bandera. Lo hizo, e impulsó el T-MEC, marcadamente proteccionista. Sospechosamente, nadie –incluido el gobierno mexicano– ha dicho, concretamente, cómo el TLCAN era dañino, en qué consistía el abuso de México y cómo se superó; en otras palabras, a qué “beneficios exagerados” renunciamos. Total silencio. El clausulado del T-MEC (34 capítulos) es también, en varios puntos, intencionalmente vago. En su interpretación decidirá la fuerza. De todas formas, algo deja ver.

Sobre Reglas de Origen, en el sector automotriz, en el TLCAN se requería para exportar sin aranceles o impuestos compensatorios, que el Valor de Contenido Regional fuera 62.5 por ciento; ahora será 75: reduce la incorporación de componentes de otros países, y nos deja como mercado cautivo. Igual ocurre con el acero y el aluminio en los productos: 70 por ciento deberá ser de la región. La industria norteamericana de estos metales no es competitiva, y se nos obliga a comprarlos, impidiendo importarlos más baratos de otros países. Similar criterio se aplica a la industria textil, cuyas materias primas deberán contener mayor valor producido en la región. En los automóviles, entre 40 y 45 por ciento del valor debe ser aplicado por trabajadores con salario mínimo de 16 dólares por hora; así, se presiona a las armadoras a trasladar producción a EE. UU. o Canadá.

En transporte de carga, advierte la Canacar: “se reserva el gobierno de EE. UU. el derecho de cancelar los permisos que ya haya otorgado a empresas mexicanas para servicios de largo recorrido, es decir, aquellos que van más allá de la zona comercial y también se reserva el derecho de no dar nuevos permisos (...) Lo más grave es que esa reserva solo la otorga el gobierno de EE. UU. para el autotransporte mexicano, ni siquiera para el transporte canadiense, y lo que es todavía más grave es que esa misma reserva no la estableció el gobierno mexicano para el autotransporte proveniente de EE. UU.” (José Refugio Muñoz, Vicepresidente Ejecutivo Canacar, 20 de junio 2019).

Respecto al mercado de software, se endurecen penalizaciones y se aplican “candados digitales” contra uso de dispositivos y medios utilizados hasta hoy en forma más o menos libre; en un mayor control sobre derechos de propiedad intelectual, podrá impedirse el acceso a libros electrónicos. Contenidos que ahora pueden ser modificados podrán ser protegidos; y su uso, sancionado.

En agricultura, la estacionalidad agrícola es una relativa ventaja de los productores mexicanos que aprovechan la temporada en que no hay cosecha en EE. UU. Aquel país limita las importaciones para proteger a sus agricultores. Esto se ignoró. (EFE, cuatro de julio). Bajo el T-MEC, podrán impedirse exportaciones mexicanas “bajo sospecha” de infracción, como el empleo de trabajo infantil. Los agricultores norteamericanos, fuertemente subsidiados, seguirán saturando nuestro mercado con productos artificialmente baratos, afectando a los pequeños productores. Nada dice el tratado. En cambio, en el Capítulo 20.7 establece que los países deberán ratificar o incorporarse a la Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, conocida como Ley Monsanto, que impone pagos a quienes trabajen con semilla híbrida patentada. México deberá hacerlo en máximo cuatro años. Con esto ganarán trasnacionales como Bayer, que patentan semilla genéticamente modificada.

Con el T-MEC perdemos soberanía: “La entrada de cualquiera de las partes en un acuerdo de libre comercio con un país que no sea de mercado, permitirá a las otras partes rescindir este acuerdo...” (Capítulo 32.10). Nos impide así establecer tratados de libre comercio con países como China, que no gusten a EE. UU. También afecta nuestra relación comercial con Latinoamérica, lo que importamos se verá limitado por las normas del T-MEC. Algo así acontecía en tiempos del dominio español, cuando la metrópoli frenaba nuestro desarrollo prohibiendo el comercio entre sus colonias. Hoy es neocolonialismo. Por otra parte, se otorga (oficialmente) a EE. UU. injerencia en el diseño y aplicación de nuestras normas laborales mediante los “Sistemas de Acción Rápida” y paneles trilaterales. Los sindicatos “deberán ser democráticos”, a juicio de EE. UU. “Ya no habrá corrupción”, pero nuestro vecino (disfrazado en “paneles”) podrá determinar qué es corrupción, quién es corrupto y qué debe hacerse.

El T-MEC, firmado por la administración anterior, fue refrendado por la 4T. Hoy el Presidente, con su discurso de izquierda, pero en ignominiosa sumisión al gobierno de Donald Trump, pretende que este tratado traerá progreso a la sociedad mexicana. En realidad, el T-MEC representa el interés de las trasnacionales y refuerza el dominio imperialista; daña al sistema productivo mexicano, a la pequeña empresa, los campesinos y la clase trabajadora en su conjunto. Solo preludia más saqueo y empobrecimiento. Ante esas ilusiones que hoy se nos venden, la tarea sigue siendo desarrollar nuestra economía, su capacidad tecnológica, su productividad y competitividad, para alcanzar verdadero bienestar social, mayor libertad política internacional y una presencia diplomática digna.

 

 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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