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John Quincy Adams, presidente de Estados Unidos (EE. UU.) entre el año de 1825 y el año de 1829, dijo una gran verdad: “EE. UU. no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes”. Hoy sigue siendo cierto. Podría decirse que su dominación hegemónica en el mundo empieza a ser contundente después de la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética había ganado la guerra, destruido las hordas hitlerianas, avanzado sobre Europa oriental y había tomado Berlín; no obstante, el precio en seres humanos, recursos materiales e infraestructura que había tenido que pagar era altísimo, el país había quedado exhausto. Europa, por su parte, después de años de ocupación y explotación criminal nazi, tampoco tenía fuerza económica y social. EE. UU. había entrado tarde a la guerra, tuvo muy pocas bajas, había hecho grandes negocios, se había apoderado de grandes territorios y había expandido y fortalecido su influencia.
La guerra todavía no terminaba, era el 1º de julio de 1944 y, en EE. UU., en una población turística del estado de New Hampshire, en Bretton Woods, se inauguraba una Conferencia Internacional en la que se discutieron y resolvieron las condiciones en las que en adelante se realizarían los intercambios comerciales y se llevarían las relaciones financieras entre los países capitalistas de mundo. Acorde con el poderío que tenía a esas alturas de la guerra, se resolvió que el equivalente universal, la moneda con la que se realizarían las operaciones internacionales, sería el dólar norteamericano y que EE. UU. se haría responsable de garantizar su libre convertibilidad en oro. EE. UU., pues, tendría en sus manos una poderosísima herramiemnta de dominación mundial. Cabe agregar que la “libre convertibilidad” solo era un acuerdo escrito, que Fort Knox, la base militar en la que desde 1937, supuestamente, se almacenaba el oro de respaldo, ya entonces era solo una leyenda, nunca nadie constató la veracidad de los reportes que se realizaban. No es todo, en 1971, el presidente Richard Nixon declaró unilateralmente que suspendía la convertibilidad de la moneda estadounidense con el oro y otros activos de reserva acordada en Bretton Woods. Desde entonces, el respaldo del dólar es el dólar, es decir, la fuerza militar de EE. UU.
Así se imponía EE. UU. al mundo entero, incluyendo, desde luego, a los países capitalistas. La sumisión está viva. Se ha difundido por el imperialismo, apoyado en su maquinaria propagandística, que la operación de desmilitarización y desnazificación de Ucrania, una operación defensiva y de sobrevivencia que lleva a cabo Rusia, es una agresión. Falso. Rusia se defiende de la expansión de la OTAN hasta sus fronteras y defiende a sus compatriotas que habitan desde hace muchos años el Donbás. EE. UU. hace creer al mundo que solo defiende a la agredida y débil Ucrania. Tampoco es así. Sus acciones están dirigidas no solamente contra Rusia, están encaminadas también a debilitar y a someter a los países económicamente más poderosos de Europa, a Alemania, a Francia y al Reino Unido.
El conflicto del gobierno de Ucrania contra la población rusoparlante del este de ese país, más bien, la agresión armada, encabezada por las fuerzas proyanquis y nazistas que dieron un golpe de Estado en el año 2014, podía haberse resuelto pacíficamente, ya se habían firmado acuerdos precisos en Minsk, pero la parte prooccidental no los cumplió. No se trataba, pues, de establecer la paz, se trataba de cercar a Rusia, reforzar las fuerzas a su alrededor para preparar un ataque y destruirla.
Ahora queda claro que no se trataba tampoco de defender a Ucrania, se trataba también de destruirla. ¿Quedará algo de Ucrania después del sacrificio espantoso al que se ha sometido a su población para defender a los nazis y a los imperialistas? ¿Con qué se va a pagar la deuda descomunal que diariamente contrae el títere Volodímir Zelenski pidiendo municiones y armas de todo tipo? Con esclavitud asalariada de sus hijos y de sus hijas y, también, desde luego, con sus inmensos recursos naturales y sus tierras de cultivo. Ucrania se extinguirá como país. Ucrania, también era el objetivo.
¿Y Europa? Las sanciones a Rusia que ha ordenado el imperialismo están dañando gravemente a Europa, a su clase trabajadora, en primer término, pero no solamente, también a muchas e importantes empresas cuyo crecimiento y consolidación estorban al imperialismo norteamericano. No debe pasarse por alto, de ninguna manera, que la ofensiva imperialista en Europa cuenta con la activa participación de las élites gobernantes y el sector subordinado de la burguesía que se beneficia haciendo negocios con los imperialistas, siempre ha habido cómplices locales. Los graves daños de las sanciones no son, pues, efectos secundarios, nadie se engañe, son efectos principales y muy bien calculados, como los de la voladura del gasoducto que surtía gas ruso a Europa.
Así se explica la nota siguiente: “En 2022, Alemania experimentó la mayor salida de capitales jamás registrada en el país, puesto que ese año un récord de alrededor de 132 mil millones de dólares de inversión directa abandonaron la principal economía de la Unión Europea, informó este miércoles el Instituto Económico Alemán (IW)… Los números son alarmantes: en el peor de los casos, éste es el comienzo de la desindustrialización”, advirtió el IW… La semana pasada, el Instituto Ifo de Múnich pronosticó que la recesión en Alemania será más intensa este año de lo que se esperaba, con una caída del PIB estimada del 0.4 por ciento. (RT, 29 de junio).
Por supuesto, así hay que explicarse la enérgica reacción defensiva de la clase trabajadora en varios países de Europa cuyos niveles de vida descienden a cada hora mientras que se le exige más disciplina y más trabajo. “En Gran Bretaña, trabajadores ferroviarios, postales, de telecomunicaciones, enfermeras, paramédicos, maestros de escuela, profesores y funcionarios públicos se han unido a una ola de huelgas que ahora dura siete meses y abarca a millones” (WSWS, 10 de febrero).
Y no queda fuera de las consecuencias de la crisis en Europa la enorme reacción violenta de cientos de miles de jóvenes franceses, hijos y nietos de emigrados, ocupados en los más bajos niveles de salario o, de plano, desocupados, ante el asesinato de un muchacho de 17 años por parte de un policía. “Según medios locales e imágenes publicadas en las redes sociales, se registraron grandes incendios en las ciudades de Nanterre, Toulouse, Sevran, Lille, Lyon, Montreuil, Roubaix, Saint-Denis, entre otras… Se precisa que al final de la mañana de esta jornada, 119 edificios públicos fueron atacados, incluidos 34 ayuntamientos, 28 escuelas y otros 57 inmuebles. Los alborotadores también atacaron 79 establecimientos de la Policía, comisarías y gendarmerías. Además, se informa de un gran número de saqueos de supermercados y tiendas, pero no se dispone de las cifras totales… Según el medio, un total de nueve mil 900 bomberos se han desplegado en las últimas 24 horas para combatir las violentas llamas. Durante la última noche se contabilizaron más de tres mil 800 incendios en la vía pública y otros mil 900 contra vehículos. Entre ellos, 565 automóviles, 21 autobuses, 36 camiones y cinco máquinas de construcción” (RT, 30 de junio).
Todo esto es consecuencia de los graves daños que están sufriendo las empresas (no todas, como queda dicho) y, sobre todo, la clase trabajadora europea. Más allá de las frías estadísticas, estos estallidos, estos cataclismos sociales, gritan la pobreza, la opresión y la esclavitud de los jóvenes y los adultos que viven o deberían vivir de la venta de su fuerza de trabajo. El imperialismo, apoyado en los sectores entreguistas que actualmente gobiernan, aprieta a sus competidores, a los que alguna vez creyeron que eran sus “amistades permanentes”, y les abre paso a sus fríos intereses económicos. Para mí, someter a Europa, también es el objetivo de EE. UU., ¿y para usted, estimado lector?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".