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En los últimos años ha comenzado a fortalecerse un movimiento que intenta rescatar los nombres y las obras de mujeres artistas que contribuyeron a nutrir el arte y la cultura mexicana. Esta movilización tiene como objetivo demostrar que no solo los hombres han hecho grandes cosas y que también las mujeres las realizaron aunque casi siempre fueron marginadas. Algunas de estas artistas lograron que su obra y su nombre fueran ampliamente reconocidos, como pasó con Frida Kahlo; pero muchas otras solo obtuvieron éste después de fallecidas.
Hay otro grupo de artistas que gozaron en vida de un pequeño reconocimiento, pero que su obra permanece poco conocida, pese a que hay elementos suficientes que invitan a revalorar su trabajo. En este tercer grupo se encuentra Emilia Ortiz.
Esta pintora nació en 1917 en Tepic, Nayarit, y falleció en el 2012 en esa misma ciudad. A pesar de la cercanía temporal y que actualmente su obra está expuesta en el Centro de Arte Contemporáneo del Bicentenario Emilia Ortiz, la mayoría de sus cuadros son desconocidos. Emilia comenzó su carrera artística como caricaturista, cuando a los 16 años publicó cinco dibujos de intención jocosa en un periódico nayarita. Consciente de que poseía talento para las artes plásticas, se trasladó a la Ciudad de México (CDMX) para mejorar su técnica. Emilia se enfrentó a problemas de marginalización porque se empeñaba en retratar a la “provincia”; y los temas de ésta resultaban lejanos a los intereses de las cúpulas capitalinas. Aprovechó los conocimientos que la capital le ofreció, pero pronto supo que en ésta no había espacio para su trabajo y regresó a Nayarit.
Sus primeras pinturas están fuertemente influidas por la estética figurativa y el colorido de los indígenas huicholes y coras de su estado natal, aunque posteriormente encontró otras fuentes de aprendizaje, como fue el caso del nacionalismo. La aparición de Emilia en el escenario artístico nacional de esa época no fue constante porque sus temas parecían muy lejanos para el gusto pictórico predominante en la CDMX. Sin embargo, después de cada exposición, los críticos reconocían su talento, aunque siempre agregaban, palabras más, palabras menos: “la artista es muy femenina, pero su pintura no lo es”.
¿Qué había detrás de estas críticas? Seguramente la creencia de que las mujeres deben hacer arte con técnicas y estándares ya establecidos, pues así como hay una forma femenina de vestirse y actuar, también debe haber una de pintar. Pero estas valoraciones no fueron suficientemente fuertes para que Emilia cambiara su estilo, que ciertamente se había nutrido con el estilo de hombres artistas como José Clemente Orozco y Diego Rivera, y conservó si estilo mediante líneas, colores y densidades adecuadas a sus temas.
Emilia Ortiz es solo un caso más de las artistas mexicanas desconocidas por su condición de mujer; pero su marginación también se debió a que no pintó los temas que interesaban en la CDMX, y a que se obstinó en reproducir la vida de su pueblo natal en los grandes oleos de la historia del arte. Sin embargo, el desconocimiento de su obra no solo puede atribuirse a su condición de mujer y a su “provincianismo”, ya que hay un problema estructural que no distingue géneros ni lugares de origen: la falta sistemática de apoyo al arte que sale de los márgenes trazados por el mercado. Este factor no solo permite entender el desconocimiento de las grandes artistas mexicanas, sino también por qué los artistas hombres, incluidos los más reconocidos del arte pictórico nacional, son “grandes desconocidos” por el pueblo mexicano.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.