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La capacidad de abstracción es fundamental para el ser humano. Gracias a ella, se ha desarrollado la ciencia, la filosofía, el arte y se ha alcanzado un conocimiento profundo de la realidad de difícil acceso desde la inmediatez. Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en delimitar la abstracción porque presentó el concepto; y aunque ha habido nuevas aportaciones, puede decirse que en el proceso del conocimiento hay un momento en que las características accidentales de un fenómeno son eliminadas para quedar únicamente lo esencial de éste.
Gracias a la abstracción, los humanos han conocido, en el plano científico, fenómenos fundamentales como el átomo y la gravedad; en la economía, el valor de las mercancías o el aspecto abstracto del trabajo; en el lenguaje ha sido crucial para la formación de vocablos; en la filosofía ha permitido la formulación de conceptos base como “ser” y “nada”, los más abstractos alcanzados por el ser humano. En el arte, la abstracción ha demostrado, cada vez con mayor claridad, su centralidad; pues de la representación directa de la realidad en las obras artísticas –que también es una forma de abstracción, aunque menos elevada– ha pasado a las que representan conceptos o emociones, que sin duda contienen mayor abstracción. Como se ve, la eliminación de lo accidental para obtener lo esencial de un fenómeno es fundamental para el desarrollo de la humanidad en cualquiera de sus ámbitos.
Entonces surge la pregunta: ¿Tiene un límite la abstracción? La respuesta es desconocida, porque hasta ahora no se le ha encontrado un final; pero precisamente por ello, y en pro del desarrollo mismo de la humanidad, es un error poner límites a una capacidad genérica, sin la cual no seríamos lo que somos y no habríamos encontrado otros caminos tal vez mejores.
Sin embargo, hay una línea muy delgada entre la abstracción por la abstracción misma y la abstracción producida por otra de las características propias del género humano: su capacidad para conocer la realidad y transformarla. Desde esta perspectiva, la abstracción no es un simple espejo, sino la capacidad del género humano para intervenir en la realidad, en las ideas y en las emociones del sujeto que está abstrayendo.
El problema no es la aplicación de la abstracción en cualquier terreno del pensamiento humano, sino que ésta puede trocarse en su antagónico y contribuir a un deslinde entre el pensamiento y la realidad/transformación, precisamente por su ausencia de límites; es decir, cómo está aplicándose esa abstracción. La segunda perspectiva propone que la abstracción regrese a su origen, a lo material, pero con la visión de totalidad adquirida gracias al conocimiento abstracto para que sea útil en el sentido amplio del término, es decir, para que el sujeto pueda transformar.
En el arte abstracto, el problema no es la ausencia de formas definidas, cuyo producto es comprensible para pocos espectadores; tampoco lo es la diferencia de perspectivas en la “utilidad” del arte; pero si se quiere influir en la mayoría de éstos es necesario que los induzca hacia un conocimiento más profundo de sí mismo y su realidad social e histórica para que después pueda transformarla. Para esto es indispensable la abstracción, pero no puede ser la base exclusiva, porque hay otra cualidad, tal vez más innata al género humano: la transformación.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.