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Siglo XXI: el capitalismo regresó a su carril
Sobran los ejemplos del deterioro en las condiciones de vida de los trabajadores; pero ahora solo anotaremos una: el aumento en las horas de las jornadas laborales. Según la OIT y OMS, 500 millones de trabajadores laboran al menos 55 horas a la semana.
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El Siglo XX terminó con el impresionante desarrollo de una de sus fuerzas productivas más importantes: las tecnologías de la información, que permiten la difusión instantánea del acontecer mundial, mayor automatización de los procesos industriales, generan mayor precisión a los medios de transporte; hacen funcionar de manera sorprendente el sistema just in time de las cadenas de valor y aumentan espectacularmente el consumo de las masas. Estos grandes avances, que incrementaron sustancialmente la productividad y la riqueza, constituyeron la base material de la economía global.

Con buena intención pudiera pensarse que este desarrollo de las fuerzas productivas mejoraría las condiciones de vida de los trabajadores y que, como vendieron la idea los promotores de la globalización, habría transferencias de tecnología y capitales hacia los países pobres para ampliar su producción, elevar su productividad y nivelarlos con los países desarrollados, pues la riqueza de éstos gotearía en las naciones pobres, aunque para ello había que dejar que los ricos incrementaran su riqueza sin ninguna traba. ¿Ha sucedido así?

Sobran los ejemplos del deterioro en las condiciones de vida de los trabajadores; pero ahora solo anotaremos una particularmente esclarecedora: el aumento en las horas de las jornadas laborales. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), que desde 1955 organiza cada tres años el Congreso Mundial sobre Seguridad y Salud en el Trabajo con dirigentes sindicales nacionales e internacionales –y con resultados nulos– informó que, en 1999, habían muerto 1.1 millones de trabajadores debido a causas laborales; y en su reunión de 2011 reveló que, en 2003, esa cifra se había incrementado a 1.95 millones.

La OIT reveló también que, entre las enfermedades de trabajo más frecuentes, se había reportado un aumento significativo: el cáncer y los males circulatorios. En 2008, el número de decesos por trabajo creció a 2.02 millones; y la OIT destacó que la crisis financiera global de 2008 causó los daños más importantes en la salud y seguridad de los trabajadores. En 2017, la cifra de muerte por trabajo fue de 2.78 millones de trabajadores; y hace unos días, el director de la OIT, Guy Ryder, durante un evento realizado en México, declaró que la cifra de decesos laborales se acercaba a los tres millones anuales sin contabilizar los provocados por el Covid-19.

Hay que explicar que la mayoría de las víctimas son de América Latina, Asia y África, donde los países tienen los más elevados subregistros laborales y menor seguimiento de las autoridades nacionales y la propia OIT. También hay que destacar que, desde el año 2000, se difunde que las muertes por trabajo son sustancialmente mayores que las provocadas en conflictos bélicos, en accidentes de tránsito, incluso por violencia delictiva; que en gran medida son fruto de las extenuantes jornadas laborales y que el gran capital las cubre con un silencio espeluznante para ocultar sus atrocidades.

En el Siglo XX se redujeron las jornadas laborales, pero en el XXI, en los países con mayor desarrollo capitalista, se han estancado o retrocedido. (https://bit.ly/3ckIYeQ). Según la OIT y la Organización Mundial de la Salud (OMS), las horas de trabajo están aumentado considerablemente, pues cerca de 500 millones de trabajadores (el nueve por ciento de la población mundial) laboran al menos 55 horas a la semana. Esto se debe a que, desde finales del Siglo XX, el capital arremetió contra los trabajadores organizados tanto en los países ricos como en los pobres y aplastó su poder de negociación.

Se trata de la vieja lucha de clases. En esta batalla fue decisiva la desaparición de la Unión Soviética, que dejó campo libre al capital imperialista estadounidense. El capital ya no otorgó concesiones a los trabajadores y mostró su verdadero rostro. Volvió a su redil y al curso natural que describió Carlos Marx en El Capital, su mayor obra de análisis económico: la ley general de la acumulación capitalista. Pero la última batalla aún no se ha decidido y las cosas están cambiando aceleradamente en el mundo. Habrá que prepararnos.


Escrito por Gladis Eunice Mejía Solís

COLUMNISTA


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