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A diferencia del Roman de la rose, con su sofisticada alegoría amorosa, los fabliaux (traducibles como “hablillas”) son cuentos humorísticos de carácter popular, relativamente breves, escritos en versos octosílabos en el medioevo francés, entre los siglos XII y XIV; aunque algunos críticos sostengan que no tienen ninguna intención didáctica o moralizante, sino solo el afán de divertir a los lectores, el retrato fiel de tipos populares y el realismo con que se describen las situaciones y peripecias, evidencia en ellos, desde el principio, una ruptura con la narrativa cortesana y el ideal caballeresco.
Actualmente se conservan más de 150 de estas narraciones en verso, en las que el autor, generalmente anónimo, recurre a la caricatura y a la exageración; algunos de los autores conocidos son Huon le Roi, Jean Bodel, Bernier, Henri d´Andeli, Garin, Jean de Condé y Rutebeuf.
Los personajes no son almas humanas bajo la forma de animales como en el Roman de Renard; tampoco simbolizan pasiones, virtudes o defectos, como en el Roman de la Rose. En los fabliaux, los personajes representan a tipos de la época: la mujer infiel, el marido burlado, el campesino tonto, el burgués avaro, el clérigo lujurioso, etc., y permiten estudiar la mentalidad de una época en que la nobleza va perdiendo fuerza, la industria y el comercio florecientes invocan un cambio en las relaciones serviles y nuevas clases sociales irrumpen en la escena.
El dinero juega un rol muy destacado en estas narraciones y, una y otra vez, aparece con connotaciones negativas, diabólicas, corruptoras, va de la mano de la codicia y sirve de vehículo para descubrir “malas” intenciones: la burguesía agrícola, enriquecida, que se casa con miembros de familias nobles venidas a menos; un usurero que negocia el matrimonio de su vástago con la hija de un aristócrata; clérigos engañados por su avaricia, etc.
En su artículo El dinero en el fabliau. Función literaria e ideología implícita, Felicia de Casas, de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que esta visión crítica del dinero en el fabliau es el reflejo de la orientación de clase de los autores, que rechazan el dinero como representante de una nueva sociedad: “Lo que refleja el fabliau es una mentalidad eminentemente conservadora… Sus autores parecen ignorar, o condenar implícitamente, todos los cambios que se producían en la sociedad en la que estaban viviendo y de los que el dinero era un síntoma. Los autores del fabliau lo condenan, tratándolo con la desconfianza propia y lógica de los siglos precedentes”.
Agrega Felicia de Casas que en el cuento titulado San Pedro y el Juglar tiene lugar “la única ocasión en que el dinero realiza una función beneficiosa en el fabliau, el autor nos traslada al infierno. Ahí bajará San Pedro para tentar a un juglar que Satanás ha dejado al cuidado de las almas”.
El argumento es el siguiente: un juglar aficionado a la bebida y a la vida licenciosa muere y se va al infierno. Ahí, Satanás, al verlo andrajoso y semidesnudo, lo pone a alimentar el fuego y a cuidar de los condenados, mientras los demonios suben a la tierra a apoderarse de otras almas:
Vigila estas almas por tus ojos; pues te pincharé los dos si pierdes tan solo un alma; te colgaré del cuello. Y yo, –le dice otro– a la vez te hago responsable. Pero que sepas bien a ciencia cierta que, si pierdes una sola, la cara entera te comeremos. Que lo sepas sin mentir; cuando regresemos con toda tranquilidad, te haré servir muy bien con un monje gordo sobre un asador, a la salsa de un usurero o a la salsa de un rufián.
El juglar se sienta junto al fuego y pronto se duerme; San Pedro, disfrazado de anciano, lo despierta y lo invita a jugar a los dados, apostando una bolsa de monedas de oro contra las almas de los condenados; el juglar no puede resistirse al vicio del juego y pierde una a una las almas a su cargo; intenta pelear contra su contrincante, pero finalmente renuncia, reconoce su derrota y paga sus deudas de juego. Los diablos regresan y encuentran vacío el infierno; entonces el demonio furioso lo “castiga” expulsándolo del mismo. El juglar, no sabiendo a dónde ir, toca a las puertas del paraíso, donde lo recibe San Pedro, ya sin el disfraz.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.