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Rosa Chacel
Nació el tres de junio de 1898 en Valladolid, España. Fue sobrina nieta de José Zorrilla, por lo que creció en un ambiente que le permitió desarrollar una personalidad de gran independencia, amplia cultura literaria y autonomía de pensamiento.
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Nació el tres de junio de 1898 en Valladolid, España. Fue sobrina nieta de José Zorrilla, por lo que creció en un ambiente que le permitió desarrollar una personalidad de gran independencia, amplia cultura literaria y autonomía de pensamiento. Ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y empezó a frecuentar las tertulias del café Granja El Henar y el Ateneo de Madrid, ahí empezó a colaborar con la revista vanguardista Ultra, y trabar amistad con personajes como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez, entre otros.

Al estallar la guerra civil española, permaneció en Madrid mientras colaboraba con publicaciones de izquierda y suscribió manifiestos y convocatorias que se llevaron a cabo durante el primer año de la contienda, al tiempo que era enfermera; su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio, fue uno de los responsables de que se evacuaran los cuadros del Museo del Prado durante la Guerra Civil. Peregrinó por diversos lugares de España y luego de Europa para escapar de la dictadura de Franco, en sus libros Ida y Vuelta (1982) y Timoteo Pérez Rubio y sus retratos del jardín, la autora hace referencia a este periodo, no pudiendo estar toda la familia reunida hasta el final de la contienda en 1939, cuando logran reunirse en el exilio en Brasil. Regresó a España en 1973 donde hizo un redescubrimiento de su obra que le permitió publicar y reeditar novelas, relatos y poemarios. Murió el 27 de julio de 1994 y está enterrada en el Panteón de Personas Ilustres del Cementerio El Carmen de Valladolid. 

 

La ventana que iba sobre la muerte

La ventana que da sobre la muerte,

abierta sin espacio, hueco espeso,

deja pasar la luz, pero no alienta

y se rompen la frente los suspiros

contra la piedra que creyeron alma.

 

Lo mismo que el vacío de una boca

donde la araña su labor tendiera,

a la palabra en vuelo cierra el paso

con el pálido muro de su lámina.

 

Linfa de claridad donde no entra

el vaso ni la mano se humedece,

lágrima que no cae ni se evapora,

cortina que la brisa no sacude,

espada de silencio para el ojo

que afronta el filo, llave del abismo.

 

Las oraciones van bajo la nave         

sus cuerpos a esconder y sus melenas

llamean en lo oscuro, sus lamentos

en eco curvo van bajo la bóveda.

Arrastran sus camisas por las losas,

sus pasos como huella dejan pétalos

y su murmullo tiembla y se estremece

como un ave en el nido desvelada…

 

La ventana que da sobre la muerte,

abierta flor de hielo, las acecha…

 

La carne, dulce sierpe, se recoge

arrullando con pecho de paloma

y refugia sus huevos en las grietas,

bajo la cruz, que la piedad formara.

A sus pies se desliza, conjurándola

con el tierno ondear de su cintura,

contritamente bajo la cabeza

o se mira en espejos estancados,

negros, cuajados charcos de la sangre…

 

Llora por las caricias, por las manos

que oprimían las manos como hiedra,

que besaban las manos como labios.

Llora por los alientos que se anudan,

por el roce del fuego contra el fuego.

 

La ventana que da sobre la muerte,

fuente sin pensamiento, la sentencia...

Vela sin viento en lago sin distancia,

cáscara del adiós, piel del olvido,

vigía sin vigilia, la ventana

calla, sin aldabón, sobre la muerte.

En el infierno había un violoncello...

                                    A Musia Sackhaina

 

En el infierno había un violoncello

entre el café y el humo de pitillos

y cien aulas con libros amarillos

y nieve y sangre y barro por el suelo.

 

Pero tú, resguardada por el velo

de tus cristales de lucientes brillos,

pasabas, seria y pura, en los sencillos

compases de tu fe y de tu consuelo.

 

Algunas veces fuimos, de la mano,

por las venas del bosque y la corneja

cantó melancolía en nuestras almas,

 

si nos separa el ábrego inhumano,

no llores mi amistad hoy que se aleja,

entrega al viento el talle de tus palmas.

La culpa

La culpa se levanta al caer de la tarde,

la oscuridad la alumbra,

el ocaso es su aurora…

 

Se empieza a oír la sombra desde lejos

cuando el cielo está limpio aún sobre los árboles

como una pampa verdeazul, intacta,

y el silencio recorre

los quietos laberintos de arrayanes.

 

Llegará el sueño: alerta está el insomnio.

Antes que caiga la cortina oscura,

gritad al menos, hombres,

como el pavón metálico que grazna su lamento

desgarrado en la rama de la araucaria.

Gritad con voces múltiples,

píad entre la enredadera,

entre las hiedras y rosales trepadores.

 

Buscad refugio en las glicinas

con los gorriones y zorzales

porque avanza la onda de la noche

y su ausencia de luz,

y su implacable huésped

de suaves pasos, el peligro…

Una música oscura, temblorosa...

                                    A María Zambrano

 

Una música oscura, temblorosa,

cruzada de relámpagos y trinos,

de maléficos hálitos, divinos,

del negro lirio y de la ebúrnea rosa.

 

Una página helada, que no osa

copiar la faz de inconciliables sinos.

Un nudo de silencios vespertinos

y una duda en su órbita espinosa.

 

Sé que se llamó amor. No he olvidado,

tampoco, que seráficas legiones,

hacen pasar las hojas de la historia.

 

Teje tu tela en el laurel dorado,

mientras oyes zumbar los corazones,

y bebe el néctar fiel de tu memoria.

Yo me encontré el olivo y el acanto

                                    A Nikos Kazantzaki

 

Yo me encontré el olivo y el acanto

que sin saber plantaste, hallé dormidas

las piedras de tu frente desprendidas,

y el de tu búho fiel, solemne canto.

 

El rebaño inmortal, paciendo al canto

de tus albas y siestas transcurridas,

las cuadrigas frenéticas, partidas

de tus horas amargas con quebranto.

 

La roja musa airada y violenta,

la serena deidad épica y pura

que donde tú soñabas hoy se asienta.

 

De estas piezas compongo tu escultura.

Nuestra amistad mis mismos años cuenta:

de ti hablaban mi cielo y mi llanura.


Escrito por Redacción


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