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Rotas las negociaciones, la URSS se halló literalmente entre la espada y la pared. Estaba claro que Occidente había decidido aliarse con Hitler para un ataque conjunto en su contra y, por otro lado, no había duda de que los japoneses estaban decididos a apoderarse de los territorios rusos en el Lejano Oriente. No hacía mucho que habían sido frenados en Mongolia gracias al arrojo del Ejército Rojo y a la dirección acertada del futuro mariscal soviético Gueorgui Zhúkov, héroe de la batalla de Jaljin-Gol. No quedaba más opción que aceptar la oferta de Hitler de un tratado de paz y cooperación mutua entre ambos países, por muy repugnante y deshonrosa que pudiera ser. Aliarse con Hitler era asirse a un clavo al rojo vivo, pero la realidad no dejaba otro camino: había que ganar tiempo para salvar al país y a la Revolución.
No es difícil explicar por qué Hitler rechazó la oferta británica y prefirió la alianza con Stalin. Ya dije antes que el verdadero propósito de Hitler no era ya un nuevo reparto del mundo sino su dominio completo, pasando por encima de todos y de todo, incluidos el imperio británico y el emergente imperialismo norteamericano. Por esa razón, el Führer no quería paz sino guerra, guerra sin cuartel y sin fin hasta consumar su ambicioso proyecto o perecer en el intento. Por eso no le interesó en lo más mínimo la oferta de Chamberlain.
Para la invasión segura de Polonia, Hitler necesitaba asegurar su frente oriental y evitar así el riesgo de una lucha en dos frentes, el occidental, que podía verse reforzado por las tropas británicas y francesas, y el oriental, que dependía enteramente de la URSS. Su plan de invadir Francia al año siguiente y a la propia URSS en 1941 le exigía, además, asegurarse la provisión de materias primas como el petróleo, y el acopio de granos y otros alimentos, de todo lo cual Rusia se ofrecía como una fuente segura y suficiente. Éstas fueron las razones que inclinaron al jefe nazi a sellar el pacto de no agresión con la URSS, el llamado pacto Ribbentrop-Molotov firmado el 23 de agosto, es decir, al día siguiente de la ruptura definitiva de las negociaciones con Occidente.
La proximidad de ambas fechas sirve de argumento a muchos para acusar a Stalin de un doble juego. Sobran las fuentes para demostrar que esto no es cierto, pero su exposición detallada cae fuera de los límites de este trabajo. Es verdad, en cambio, que el pacto reportó a la URSS la ventaja esencial de recuperar su frontera occidental de antes de la Primera Guerra Mundial; pero no se trataba, como dicen sus críticos, de un expansionismo y de un despojo a sus vecinos que lo igualan con los nazis, sino de la necesidad estratégica de recuperar sus antiguas fronteras, que perdió en Versalles, para contar con una línea occidental más segura y más fácil de fortificar en prevención de un futuro ataque alemán. Esta pretensión legítima fue comunicada en su momento a los aliados occidentales, y fue una de las razones de éstos para rechazar la alianza que les proponía Stalin: no querían ayudar a defenderse a su peor enemigo. Hitler, más astuto y pérfido, aceptó la demanda pensando en recuperarlo todo más tarde.
La verdadera Segunda Guerra Mundial no comenzó con la declaración formal de Gran Bretaña del tres de septiembre de 1939, sino con la invasión de Francia en mayo de 1940 y el escape apresurado de los ejércitos británicos ante el empuje arrollador de Alemania. Los británicos y norteamericanos no se decidieron a luchar en serio contra Hitler sino cuando quedó claro que éste iría contra ellos tarde o temprano para hacerse con el control mundial. A pesar de eso, salvo los bombardeos ineficaces de Hitler a Londres, la participación de ambas potencias puede calificarse de marginal. Desde la rendición de Francia el 25 de junio de 1940, británicos y norteamericanos se constriñeron a la guerra en el norte de África contra las tropas de Rommel, con el único objetivo de defender los intereses del Imperio británico en el Magreb y para mantener funcionando el canal de Suez, por donde circulaban las mercancías y las materias primas de y hacia las islas británicas. Nunca tuvieron un verdadero cuerpo a cuerpo con las fuerzas de Hitler. Esto le permitió al Führer concentrar el 75 por ciento de sus efectivos terrestres y aéreos en el ataque a la URSS.
Mucho se ha alegado que el rápido avance alemán de las primeras semanas y el enorme costo en vidas y recursos de todo tipo que tuvo que pagar la Unión Soviética fueron responsabilidad de la confianza ciega de Stalin en la palabra y la firma de Hitler. Su ejército y su armamento, dicen, eran una verdadera ruina comparados con las modernas tropas de Hitler. También esto es falso, aunque tampoco puedo entrar en los detalles. Me limitaré a tres argumentos de carácter general, pero absolutamente evidentes: 1) El propio pacto Ribbentrop-Molotov, cuyo objetivo principal era ganar fronteras seguras en previsión de un ataque proveniente de Alemania. 2) El triunfo aplastante de la URSS. Salvo que se crea en los milagros, resulta punto menos que imposible imaginar cómo en tan poco tiempo y bajo el nutrido fuego alemán, se pudo remontar el desastre que dicen hasta convertirlo en una resonante victoria. 3) La situación material de Rusia en el momento del ataque. Sus críticos olvidan que el país de los soviets venía a) de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, que fue un costoso desastre, en particular para sus fuerzas navales; b) de la primera revolución de 1905-1907, que cobró cientos de vidas e ingentes recursos para aplastar a los trabajadores; c) de los terribles daños de la Primera Guerra Mundial que, además de los miles de muertos en el frente, desorganizó su economía, dislocó el transporte y redujo drásticamente la producción de alimentos, ya que el 80 por ciento del ejército eran campesinos uniformados que dejaron el arado para empuñar el fusil. Y a esto hay que añadir la sangrienta guerra civil de 1918-1920 y la feroz lucha ideológica contra Trotski y Bujarin, que duró desde la muerte de Lenin hasta el congreso del partido en 1927. Rusia, pues, no pudo retomar el crecimiento sino a partir del primer plan quinquenal, que comenzó a aplicarse en 1928. Cuando Hitler inició el ataque, el 22 de junio de 1941, iban escasamente poco más de dos planes quinquenales y medio.
La debilidad económica y militar de Rusia, en la medida en que realmente existían en el momento del ataque alemán, nacen de aquí y no de la falta de visión estratégica ni de la ciega confianza de Stalin en la palabra de Hitler. Y a pesar de esas debilidades, la URSS se rehízo rápidamente, superó los daños profundos de la primera embestida y derrotó a la Wehrmacht y a la Luftwaffe de Hitler, con todo y su fama de imbatibles. Y todavía hay quien dice que la Revolución de Octubre fue un error y un horror que la humanidad no debe volver a repetir. Por todo lo dicho hasta aquí y teniendo en cuenta la peligrosidad del enemigo, los 26 millones de muertos, las mil 500 ciudades arrasadas y las más de 100 mil aldeas desaparecidas, los miles de aviones destruidos en tierra, las decenas de grandes fábricas derribadas y saqueadas y las miles de hectáreas de cultivos destruidos, junto con la participación marginal de los aliados, me parece que no hay duda de que fue la URSS quien ganó la Segunda Guerra Mundial.
Curiosamente, en los días posteriores a la derrota de Hitler, nadie ponía en duda esta verdad elemental. Es muy conocido el mensaje que Churchill envió a Stalin el ocho de mayo de 1945, el mismo día en que Alemania firmó su rendición: “Las generaciones futuras reconocerán su deuda con el Ejército Rojo en una forma tan franca como lo hacemos nosotros que hemos vivido para presenciar estas pujantes hazañas”. ¿Qué sucedió después? ¿Por qué cambió tan radicalmente el punto de vista de Churchill? La explicación consiste en que tanto Churchill como sus aliados consideraban que la URSS debía darse por satisfecha con tales elogios y que debía regresar a casa tranquila y satisfecha pero con las manos vacías. Y no fue así. La Europa Oriental liberada por el Ejército Rojo optó por organizarse como repúblicas populares o socialistas y unirse a la Unión Soviética para construir juntos un mundo mejor. Hitler y las potencias occidentales fraguaron y pusieron en ejecución una guerra mundial devastadora para acabar de raíz con el socialismo, pero lo que obtuvieron fue exactamente lo contrario: un bloque de naciones socialistas que representaba una fuerza mucho mayor y más invencible que la antigua URSS en solitario.
Esto redobló la decisión de acabar también con tal enemigo empleando cualquier medio lícito o ilícito. Se reactivó e intensificó como nunca antes la Guerra Fría, ahora con nombre y apellido creados por el periodista norteamericano Walter Lippman, pero que, en los hechos, venía operando desde los días de Wilson, como ya vimos. El objetivo era dar un giro de 180 grados a la imagen que el mundo tenía de la nación vencedora de la “bestia nazi”; había que transformar al héroe en villano y al amigo de antes en el enemigo de hoy. Para eso se valieron de todo tipo de infundios y calumnias contra la URSS y el socialismo; les negaron hasta el más pequeño mérito y resaltaron y exageraron hasta la caricatura sus defectos y errores. Así nació la arbitraria y falsa equiparación de Stalin con Hitler, y de la URSS con la Alemania nazi, y así nació también el combate contra el “mito” de que la URSS ganó la guerra.
Después de la caída del bloque socialista en 1991, la Guerra Fría amainó: el enemigo había sido vencido y ahora era considerado por Occidente como una nueva y vasta colonia, lista para ser explotada por sus capitales. Pero la dialéctica del desarrollo les tenía una nueva sorpresa: sin saber cómo ni cómo no, de pronto se encontraron con que las “nuevas colonias” se habían vuelto a transformar en potencias mundiales que cuestionaban, ahora con nuevas armas y con nuevos recursos, su hegemonía mundial. Esto reavivó con más fuerza la Guerra Fría. El portal español MUNDO OBRERO relata con elocuencia en qué consiste, antes y ahora, esta guerra ideológica:
“Pero para darle la vuelta a la realidad y que 80 años después la mayoría de los europeos piensen que los norteamericanos derrotaron a Hitler (…) pusieron en marcha un plan sistemático de adoctrinamiento secreto que ha estado funcionando como mínimo hasta los años setenta. En la construcción de “la Gran Mentira” (…) movilizaron la práctica totalidad de la poderosísima industria cultural: cine, medios de comunicación, universidades, teatro, música culta y popular. Contaron con dinero a espuertas (…) utilizaron hasta 164 fundaciones para canalizar los fondos reservados, algunas creadas por la CIA y otras tan conocidas como la Fundación Rockefeller, la Carnegie o la Ford. Tiene su gracia macabra que la Fundación Ford estuviese propagando la afinidad entre Stalin y Hitler, cuando era conocida la mutua admiración que se profesaban Henry Ford y Adolf Hitler. El único cuadro que adornaba la oficina nazi del Führer en Viena era un retrato de Ford. Entre 1963 y 1966, casi la mitad de las donaciones que recibieron esas 164 fundaciones procedían de los fondos de la CIA”.
Es en este contexto que aparece y se explica la aparentemente extemporánea pregunta de ¿quién ganó la Segunda Guerra Mundial?, así como los intentos, absurdos a primera vista, de reescribir la historia. Es la nueva Guerra Fría que busca distorsionar la imagen de China y Rusia con miras a someterlas o exterminarlas, como el único obstáculo serio que se opone al proyecto imperialista de dominación mundial. Y así se explican también la solitaria celebración de la victoria por la Federación de Rusia y el silencio sepulcral de Occidente.
El presidente de Rusia dice verdad cuando afirma “La guerra la ganamos nosotros”. Y también cuando remacha dirigiéndose a los veteranos: “Ustedes salieron vencedores absolutos en la batalla contra el nazismo y eternizaron la memoria del nueve de mayo de 1945. Siempre recordaremos que fue el pueblo soviético (subrayado de ACM) quien demostró el máximo heroísmo (…); durante los tiempos más duros de la guerra, durante las batallas cruciales (…) contra el nazismo, nuestra nación estaba sola en el camino penoso, heroico y abnegado hacia la victoria”. ¿Alguna duda, señores que hoy se cuelgan con todo cinismo la medalla del triunfo? Y Putin actualiza su mensaje: “Desafortunadamente, se intenta desplegar una gran parte de la ideología nazi (Ucrania y sus protectores y aliados, ACM) y las ideas de aquellos que estaban obsesionados con la teoría delirante de su propia supremacía (como hoy Estados Unidos, ACM). Y advierte: “Aquellos que están tramando nuevas agresiones no pueden ser perdonados ni justificados”. Como dice nuestro pueblo: bajo advertencia no hay engaño.
Sin embargo, pienso que Rusia no debería olvidar que la Guerra Fría, la guerra sucia de desprestigio y calumnias sin nombre contra el heroico pueblo soviético, recibió una ayuda invaluable de la denuncia, unilateral y artificialmente inflada, de los “crímenes de Stalin” por parte de Nikita S. Jruschov (ucraniano, por cierto), en el XX Congreso del PCUS. Esa soga en el cuello acabó ahogando, junto con otros factores negativos, a la URSS, y es la misma que hoy no deja moverse con libertad y orgullo a la Rusia actual. No puede emprender ni decir nada radical y decisivo para la humanidad sin que de inmediato surjan “los crímenes” del feroz “dictador soviético” para acallar su voz. Ya es hora de que Rusia y los rusos se sacudan de encima este sambenito, documentando y publicando un estudio completo, detallado y preciso sobre quién fue realmente Stalin, qué fue lo que hizo bien y qué lo que hizo mal y por qué. No olvidemos que, al final del día, fue él quien condujo a la URSS a la victoria sobre los nazis de que se enorgullecen con razón las nuevas generaciones de rusos. Hay que dar la cara al mundo con la verdad en la mano para que Rusia sea libre de hablar y actuar sin que le saquen los cadáveres del clóset. Tal vez ésa es la señal que la juventud rusa espera para volver a hacer de su país una verdadera potencia socialista al lado de China.
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Escrito por Aquiles Córdova Morán
Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.