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El mito de Pigmalión y Galatea es uno de los más conocidos, tal vez porque se convirtió en fuente de inspiración para grandes artistas como Jean-León Gerome, Auguste Rodin y Francisco Goya, entre otros. Este pasaje de la mitología narra la historia de un habilidoso escultor que cincela como si fuera real una mujer que lo seduce. Pigmalión se enamora tanto del producto de su trabajo que decide pedir la intervención de la diosa del amor, Venus, para que esa escultura, insensible a sus caricias y palabras cariñosas, deje atrás la frialdad del mármol y adquiera el calor de la vida. Venus concede el favor pedido: Pigmalión logra sentir la respuesta de su adorada obra, Galatea, a sus actos de amor y ésta es capaz de sentir y responder al cariño del artista.
Las interpretaciones del mito son variadas y resulta difícil aceptar que alguna sea la innegablemente correcta. De entre todas hay una que rescata la puerta que el arte abre para que el ser humano sea capaz de reflejar sus inquietudes más profundas a través de la producción artística, aunque ésta es solo un modo posible donde el ser humano puede materializar su subjetividad, ya que cualquier actividad transformadora de la realidad hace posible esto. Tal interpretación parte de que el ser humano es una criatura que debe modificar constantemente su entorno para sobrevivir, y la forma que adquiere la materia reconfigurada permite conocer al sujeto que la ha cambiado. Siendo esto así, se espera que el transformador logre reconocer su intervención, su persona, en el producto final de su trabajo, pero esto no siempre sucede.
Son muchas las razones por las que no se alcanza a notar que el producto del trabajo humano es una muestra material de la subjetividad de quien la realizó, y cada una de aquéllas dependerá de las condiciones concretas en las que se da el desgaste de trabajo. En nuestra sociedad, una razón por la que no se logra el pleno reconocimiento del trabajador, en el producto de su labor, consiste en la mercantilización de la fuerza de trabajo; es decir, en la obtención de un salario a cambio de una actividad a realizar, hecho que interrumpe lo que la individualidad quiere, sino lo que el comprador del trabajo necesita.
Las consecuencias de que el trabajador no alcance a reconocerse en los productos de su actividad son variadas, aunque la que impacta profundamente en la vida del trabajador consiste en que no le permite considerar al mundo que lo rodea como producido por él mismo, sino como algo otorgado de antemano y que él no puede transformar porque no tuvo nada que ver con su creación.
La historia de Pigmalión va justamente en contra de este principio de no reconocimiento del autor en su obra, pues este escultor sabe que Galatea es producto de su trabajo, y cuando se enamora de la escultura se enamora, en último término, de su propio trabajo. El enamoramiento del trabajo propio por cuenta de Pigmalión –ya sea hacia la profesión, al tipo de trabajo que se realiza o al resultado obtenido– traído a nuestro contexto representa un elemento necesario para que los trabajadores comprendan que este mundo, con todo y sus deficiencias, es creación humana y es, por tanto, transformable a partir del mismo trabajo que lo engendró, que no es otro que el suyo, pero no como individuo, sino como colectivo.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.