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La pintura de Gauguin, como la de muchos pintores, siempre estuvo en constante transformación. Cuando definimos a un artista, resulta complejo ver las difusas líneas de demarcación en donde muchas veces se confunden las características limitantes de su propuesta específica. Sin embargo, uno de los múltiples cambios que sufrió este artista nos permite reflexionar sobre lo mucho que el arte es influenciado por la historia de la sociedad.
En 1891, Gauguin decidió hacer su primer viaje a Tahití, ¿La razón? La misma que lo había llevado a salir de Europa en ocasiones anteriores: buscar imágenes de una vida aún no influenciada por la civilización europea para sus lienzos. La nueva sociedad de ésta influía en la decadencia del arte y lo condenaba a la homogeneización; los estándares de belleza tenían que ser los europeos, así como el estilo y las representaciones de la vida cotidiana debía expresar la civilización moderna. Por todo esto, Gauguin pretendía revolucionar el arte volviendo a lo primitivo, pintando un mundo aún diverso, sin las normas morales de los burgueses y sin los colores de un mundo pisoteado por las botas de los colonizadores.
Antes de llegar a Tahití había ensayado otros destinos. Inglaterra y sus tradiciones, que enorgullecían a los ingleses, o el atrasado Perú, donde no le dieron lo que buscaba. En Tahití apenas un rastro del mundo primitivo en transformación lo inspiró para trabajar en sus pinturas y grabados, pero la desilusión vino pronto al ver cómo la religión europea y su adoctrinamiento estaban influyendo en el espíritu de la gente.
El mundo que Gauguin quería pintar era el que estaba desapareciendo ante la modernización y la globalización de la ideología occidental. Su huida hacia un mundo puro representaba para él la renovación del arte a través de la vuelta a lo salvaje, en el que esperaba hallar lo bello y alejarse del mundo plagado de contradicciones. Sin embargo, la rueda de la historia no camina hacia atrás. No obstante, su experiencia debió enseñarle que no podía evadir sin consecuencias el nuevo cambio al que estaba asistiendo.
La historia de la filosofía nos ha dado ejemplos de pensadores que, al ver las crueldades de las que es capaz la sociedad civilizada, plantean un regreso a tiempos primitivos donde todo era mejor. Sin embargo, este pensamiento no pasa de ser una utopía sin fundamento. Incluso este pintor no pudo, en contra de sus deseos, separarse del dinero para sobrevivir; no pudo encontrar una vida donde se mantuviera únicamente con lo que la naturaleza le diera mientras se dedicaba a pintar los mitos y demonios que causaban terror a los salvajes.
A pesar de la invasión occidental en los rincones más alejados del mundo, Gauguin consiguió hacer su arte a partir de los resabios de otras; retrató a personas desconocidas y al paso de los años, logró que su trabajo fuera reconocido por su aportación valiosa. Pero esa escapatoria de las contradicciones de lo moderno se nos antoja ahora lejana. Hoy, más que antes, es imposible la huida de las tendencias del arte del capital. Pero por eso mismo, la salida hacia una transformación del arte se ve más clara sin su sustento utópico: el arte dedicado a la transformación de la sociedad actual a través de la transformación de la cultura dominante.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).