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No basta denunciar, es necesario educar y organizar
La falta de politización y la apabullante campaña ideológica llevaron a los votantes a ignorar el sentido común y a cerrar oídos ante quienes denunciamos que los políticos con que se nutrió ese partido
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Nada es eterno. “No hay mal que dure 100 años, ni enfermo que lo soporte”, reza el adagio popular. Y dice bien: la realidad social cambia, se mueve y en ocasiones estos cambios, que por momentos son imperceptibles, entran en una etapa de aceleración vertiginosa, de tal forma que se recorre en meses, incluso en días, lo que en otros momentos se cursa en años.

En los últimos dos o tres años de vida de nuestro país, la inmensa mayoría de la población, independientemente de la claridad con que haya entendido nuestra realidad nacional, ha demandado un cambio en la política que se traduzca en una mejora en sus condiciones de vida. Esta exigencia se demostró de manera visible con el aumento de la participación en el pasado proceso electoral. ¿Qué provocó esa convicción de que se necesita un cambio? Fue el hartazgo de la sociedad mexicana hacia la descomposición de los gobernantes y de la clase política en general, manifiesta en la creciente corrupción y en los abusos del poder, a la par que han aumentado las carencias de la inmensa mayoría de ciudadanos.

La inconformidad con el gobierno de Enrique Peña Nieto y con el Partido Revolucionario Institucional, que dejaron de representar los anhelos de los sectores más pobres, dio como resultado el arribo al poder de Andrés Manuel López Obrador, quien aprovechó y capitalizó el hartazgo y la necesidad de un cambio, generando un discurso que encontró eco en los inconformes cuya desesperación los llevó a aceptar promesas con poco sustento y ninguna prueba de viabilidad sin reflexionar lo suficiente en la autenticidad del proyecto que se presentó como la solución a los problemas que aquejan al país y, que por tanto, indujeron a 30 millones de mexicanos a votar por el Movimiento Regeneración Nacional y sus candidatos.

La falta de politización y la apabullante campaña ideológica llevaron a los votantes a ignorar el sentido común y a cerrar oídos ante quienes denunciamos que los políticos con que se nutrió ese partido que se hace pasar por una organización de izquierda han saltado de un partido a otro persiguiendo los puestos sin haber dado muestras reales de su compromiso con las necesidades de los mexicanos más humildes, que son la inmensa mayoría.

Y el resultado está a la vista: la realidad demuestra hoy que teníamos razón quienes denunciamos que Morena, sus candidatos y su proyecto eran demagogia pura; que ante la falta de credibilidad de los partidos tradicionales, la clase en el poder necesitaba otro partido que, con apariencia y un discurso diferente, permitiera el buen funcionamiento del actual modelo económico, que es excepcionalmente eficaz para producir riqueza pero absolutamente incapaz de distribuirla de manera justa. Es decir, la permanencia de un statu quo en el que la clase trabajadora siga controlada, a costa de su precaria vida, en beneficio de las clases altas.

Nadie que emita un juicio racional y objetivo puede negar que tenemos un gobierno sin rumbo; que ha despedido masivamente a la alta burocracia, provocando que lleguen a puestos clave de instituciones públicas importantes personas sin la preparación necesaria para operarlas; que amparados en el discurso de la guerra contra la corrupción, se han desmantelado programas sociales, sin revisar realmente su operatividad y, sobre todo, sin tener planes o proyectos que superen en serio las deficiencias de los que, según el gobierno, era necesario desaparecer; que las promesas de campaña quedaron en eso: en promesas; que no ha bajado el precio de la gasolina; que no hay corruptos ni huachicoleros en la cárcel; que el ejército sigue en las calles y no regresó a los cuarteles; y que no solo no se ha muerto el neoliberalismo –al cual hace unos días el Presidente de la República dijo haber eliminado– sino que se está fortaleciendo, pues el programa de su gobierno se sustenta en el asistencialismo en su más amplia expresión para contener con migajas la inconformidad generalizada, mientras impulsa la inversión extranjera, se rehúsa a aplicar una política de impuestos progresiva y endeuda al país, como se comprobó recientemente con la consecución de un préstamo de ocho mil millones de dólares con bancos internacionales.

El problema esencial de nuestra sociedad está en su falta de politización y conciencia de la realidad, lo que da como resultado el poco entendimiento de los problemas que nos aquejan, de sus causas y consecuencias. Por lo tanto, cuando se promete un cambio como el de la autodenominada “Cuarta Transformación” y se dice que ésta consiste en acabar con el “neoliberalismo”, una gran cantidad de mexicanos cree en el cambio prometido sin cuestionar en qué consiste éste y en qué consisten la transformación y el neoliberalismo.

Esta falta de claridad no permite a la población saber y entender que en las etapas más progresistas del país se crearon políticas asistencialistas que funcionaron prudentemente, pero que desde el salinismo se han estado utilizando para ejercer el control de la inconformidad social de la gente más pobre, como ahora se evidencia en los programas de transferencia directa que maneja la “Secretaría del Bienestar”, una burda caricatura de política social que tiende a sumir a los grupos populares en el conformismo, aceptando las migajas que ofrece el Gobierno Federal.

 Por ello, ante el panorama tan difícil que se avecina en nuestro país, es necesario que los intelectuales, los analistas y los medios de información, que se la pasan señalando verdades obvias o a medias, paguen su deuda con el pueblo mexicano con la crítica veraz, y denuncien con claridad y objetividad los desaciertos políticos del actual gobierno.

La tarea del momento consiste en realizar un verdadero análisis político con el que las clases populares puedan allegarse los elementos necesarios para hacer una lectura correcta del momento histórico en el que vivimos y que les permita unirse, cohesionarse y emprender un movimiento social auténticamente popular y fuerte con el que asuman la defensa de sus derechos conculcados; una lucha social de la que surjan líderes verdaderamente comprometidos con el progreso del pueblo de México y cuyos compromisos se concreten en hechos palpables y no queden en discurso y promesas demagógicas.


Escrito por Dimas Romero González

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