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No pocas veces la expresión “concepción materialista de la historia” provoca confusiones o prejuicios. El más frecuente entre éstos consiste en suponer que la voz materia designa “alguna cosa que está por debajo o frente a otra cosa más alta y más noble llamada espíritu”. En este caso, opera el hábito o la inercia de contraponer la palabra materialismo, entendida en un sentido peyorativo y despreciativo, “a todo lo que compendiosamente llámase idealismo”, es decir, “al conjunto de toda inclinación y acto anti-egoístico”.
Entre las confusiones más comunes destaca la que estriba en deducir su sentido del análisis puramente literal de las palabras que componen dicha doctrina. A partir de este procedimiento se concluye que ésta se limita a explicar “todo el hombre con el solo cálculo de los intereses materiales”, mientras que niega “cualquier valor a todo interés ideal”. De este modo, se le clasifica y descarta facilonamente como una variedad más del “materialismo económico”, dando por hecho que la concepción materialista de la historia o materialismo histórico consiste en atribuir al “factor económico” una función exclusiva en la vida social.
–Pero el hombre se compone de alma y cuerpo (exclaman los partidarios de cierta filosofía “antitotalitaria”).
–El hombre (explican estos “espíritus libres”) se compone de dos sustancias completamente diferentes: la materia, por una parte, y el espíritu, por la otra.
De esta opinión resulta que el “materialismo económico” peca de “unilateralidad” por cuanto trata de explicar los fenómenos mediante una sola de ambas sustancias: las necesidades físicas del hombre, en tanto que ignora olímpicamente sus necesidades espirituales. A diferencia de este materialismo “unilateral”, los representantes de la “multilateralidad” filosófica se sitúan por encima del uno y del otro extremo (la materia y el espíritu) y con esto se figuran haber alcanzado un punto de vista que no es ni idealista ni materialista. Sin embargo, semejante “multilateralidad”, por más crítica, abierta o tolerante que parezca, no significa más que adoptar el principio “de un lado, del otro lado”. De este modo se llega a la trivialidad ecléctica o al misticismo de que todo está en conexión con todo. Por cosas como ésta, a menudo se ha creído que la dialéctica representa una apología del absurdo. Así, por ejemplo, el “sí es no y no es sí” dialéctico ha sido visto como un obstáculo para tener una idea clara de la naturaleza y la vida social. En cambio, la fórmula opuesta, el “sí es sí y no es no”, permite una relación sobria y exacta con la realidad. De acuerdo con esto, la abstracción “o una cosa u otra” produce ideas claras y exactas; las “bellezas dialécticas”, por el contrario, introducen confusión en las “nociones definidas” mediante una especie de juego de palabras, un mero recurso literario que consiste, simple y sencillamente, en dar una vuelta de tuerca al significado habitual de las palabras, empleando una expresión en su sentido opuesto. Desde este punto de vista, la dialéctica no es más que un razonamiento que va y viene, “en el cual falta el fondo y en el cual esta insuficiencia se disfraza por medio de la impresión de sutileza que produce este razonamiento”.
Frecuentemente, los partidarios de la abstracción “o una cosa u otra” arguyen que el “sí es no y no es sí” dialéctico establece la ambigüedad de que “todo es uno y lo mismo”. La dialéctica plantea que “todo lo acabado se caracteriza por ponerse a sí mismo de lado”; esto es, “que lo propio de todo acabado es la negación de sí mismo, la capacidad de transformarse en su contrario”. Para demostrar que la realidad desmiente la fórmula “sí es no y no es sí”, muchas veces se argumenta que los cambios a los que está sometido un contenido dado (por ejemplo, una manzana) no lo pueden convertir, a pesar de todo, en un ser de distinta especie (por ejemplo, un sombrero). Mas la dialéctica cubre esta clase de objeciones. A esta hondura de pensamiento responde que la transformación de un fenómeno en otro “solo puede llegar a ser real mediante lo que encierra en sí como posibilidad”; en otras palabras, que las transformaciones del ser se producen “tan solo con ayuda de la naturaleza peculiar de cada fenómeno”. A esto cabe agregar que “no es contradictorio más que lo que es idéntico y no es idéntico más que lo que es contradictorio”. La manzana y el sombrero “no son contradictorios y no forman unidad”.
En suma, la dialéctica no sigue el principio ecléctico “de un lado, del otro lado”, “sino que indica en todos los casos” el momento de unidad de los contrarios, es decir, su lado dominante o determinante. De acuerdo con esto, la concepción materialista de la historia rechaza prejuicios dualistas tales como la tesis de que el hombre es un compuesto de alma y cuerpo. Si bien no le atribuye al “factor económico” una función exclusiva en la vida de las sociedades humanas, ni mucho menos considera que la estructura económica es una causa sui, reconoce que “una vez existente, esta estructura determina por sí sola toda la superestructura que se levanta sobre ella”. Y aun así comprende que es inadmisible recurrir perpetua y permanentemente a lo “económico” para explicar los fenómenos sociales.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.