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Seudónimo de Ercilia Brito Letelier, nació en Iquique, Chile en 1899. Desde muy joven comenzó su carrera literaria y alcanzó renombre en revistas y folletos locales hasta 1917, cuando apareció en la antología Selva Lírica que recopilaba la poesía chilena. Gabriela Mistral la describió como “la mejor poetisa de Chile, pero más que eso: una de las grandes de América, próxima a Alfonsina Storni por la riqueza del temperamento, a Juana de Ibarbourou por su espontaneidadˮ. Dirigió la revista Para todos y se casó con el escritor, periodista y crítico literario Armando Donoso.
Reconocida por transmitir preocupaciones cotidianas con un lenguaje transparente, desprovisto de retórica y con un “verso fácil que rebalsa la copa llena de sentimiento, fácil por la plenitudˮ, según Gabriela Mistral, es posible observar tres periodos estéticos en la poesía de la apasionada escritora: su juventud, su etapa de madre y su búsqueda de una identidad definitiva.
En su vida, Monvel editó siete libros de poesías. Uno de los últimos, publicado en 1934 y titulado Sus mejores poemas, fue una antología preparada por ella misma que abarca diez años de su labor poética. El 25 de septiembre de 1936, con tan solo 37 años de edad, María Monvel murió tras una prolongada enfermedad.
Berceuse
Duerme. Tus juguetes se durmieron ya.
Si la niña duerme, dormirá mamá.
Y, ¡pobre mamá, bien lo necesita!
¡Se doblan los brazos de la mamaíta!
y aunque eres en mi alma un montón de luna,
te mezo, te mezo tierna y fatigada…
¡Duerme, mientras llenas de luna mi almohada
y vuelves contigo de plata la cuna!
Duerme, que después, ¿dormirás tan quieta
como duermes entre mis brazos sujeta?
¿Dormirás tan dulce, tan hondo dormida
como ahora duermes al seno prendida?
¡Duerme mientras puedas! Más tarde, bien mío,
te dará el amor vivo calofrío,
te desvelará con sus inquietudes
y terrible guerra dará a tus virtudes.
El Deseo en llamas quemará tu lengua
y la desazón te infringirá mengua
y del desengaño la desilusión
hará nido muelle de tu corazón.
¡Duerme mientras puedas! ¡Arrorró, mi vida!
¡Qué dicha mirarte, dormida, dormida!
Más tarde, después, arruga primera
dará desazón a la mi hechicera.
La primera cana te dará tortura
y te oprimirá como soga dura
y el sueño, arrorró, no vendrá jamás...
Duerme, que después ya no dormirás.
Duerme, que más tarde tus bracitos breves,
serán cuna de otros fardos así leves,
y cuando tus ojos se cierren cansados
has de abrirlos luego, grandes y asustados
porque tu bebé te despertará
como tú despiertas ahora a mamá.
Duerme, que también yo quiero dormir.
¡Mis brazos son frágiles para resistir!
Y te dejaré caer, pobrecita,
en aquel rincón con la muñequita,
entre tus juguetes, gatos y corderos,
¡gloria la de tus amores primeros!
Y desde un rincón el toro vendrá
y en castigo, fuerte fuerte, mugirá.
Comerá muñeca, comerá niñita,
llorará solita, ¡pobre mamaíta!...
Se durmió. La acuesto. Su cuerpo en la cuna,
fulge leve, como si fuera luna.
Interior
Hoy vi reír a una chiquilla.
¡Qué dientes claros! ¡qué luz clara
sobre su simpática cara,
sobre su dorada mejilla!
Mi ojo pálido y penetrante
la miró todo deslumbrado,
¿pero es que también reí antes
en un nebuloso pasado?
¿Y fue así tan fresca mi risa?
¿mis ojos así centellearon?
¿Tales relámpagos brotaron
estos montones de ceniza?...
Y hoy la vi llorar. No es cosa rara
risa y llanto en un mismo día.
Joven era la que reía
como joven la que llorara.
¡Oh, desconsuelo juvenil!
¡Oh ingenuidad desesperada!
¡Qué honda amargura reflejada
en aquel semblante pueril!
Y también antes he llorado.
¡Dichosos tiempos! Hoy que vivo
atenta el corazón cautivo
tan hoscamente reservado,
no sé llorar. Ya no me bebo
la sal del llanto con los labios.
Ya no disuelvo mis agravios
en un licor que ya no pruebo.
Rostro de esfinge y de ceniza.
Espejo gris del desencanto
sin el claro sol de la risa,
sin la lluvia clara del llanto.
ME PESABA su nombre
Me pesaba su nombre como un grillo de hierro,
me pesaba su nombre como férrea cadena,
me pesaba su nombre como un fardo en los hombros,
como atada a mi cuello me pesara una piedra.
Ya no está junto al mío la injuria de su nombre,
¡y... me pesa!
Me pesaba su amor ambicioso y mezquino,
me pesaba su amor de deseo y de queja,
me pesaba su amor que más que amor fue odio,
su dignidad abrupta que más era soberbia.
Ya no tengo su amor, su dignidad, su odio,
¡y... me pesa!
Me pesaban su celos pendientes de mis gestos,
me pesaban sus celos candentes de tragedia,
me pesaban sus celos adustos, implacables,
envolviendo mi cuerpo con obscura sospecha...
Ya no tengo sus celos, su sospecha, su injuria,
y ¡Dios mío!, me pesa...
NO ENTENDIÓ
No entendió mi cariño,
que era un amor de madre
y era un amor de niño.
No entendió mi ambición,
que si le hurtaba el cuerpo,
le daba el corazón.
No entendió mi locura,
que le abrasó las manos,
sedienta de ternura.
No entendió mi martirio:
buscar, buscar un alma
con singular delirio.
No comprendió mi amor,
diamante bien pulido
con llamas de dolor.
¡No me comprendió nunca!,
y así fue como entonces
quedó mi vida trunca...
Cuando busqué sus labios,
me mordieron sus dientes,
infiriéndome agravios.
Cuando busqué sus ojos,
me hirieron sus miradas
como dos dardos rojos.
Cuando busqué su pecho,
me asaltó su deseo
como huracán deshecho...
No me entendió... partimos
por sendas diferentes
y... ¡ni adiós nos dijimos!
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Escrito por Redacción