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María del Refugio Argumedo de Ortiz
Buscaba difundir la idea de instruir a las mujeres para alejarlas de la ignorancia y llevarlas hacia el progreso.
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Nació en 1842 en la Ciudad de México, se casó con Manuel Ángel Ortiz Pérez y tuvo tres hijos. Se conoce poco de esta autora, los pocos poemas que rescata esta edición son los que se conocen de ella y fueron publicados en Las violetas del Anáhuac, semanario feminista que mantenía la ideología dominante del Porfiriato: el positivismo, que buscaba difundir la idea de instruir a las mujeres para alejarlas de la ignorancia y llevarlas hacia el progreso, así como asegurarse de formar buenas madres para que ellas, a su vez, educaran a los hijos que el país necesitaba para alcanzar el desarrollo. Falleció el 19 de febrero de 1893, a los 51 años; fue sepultada en el Panteón Francés de la Piedad de la Ciudad de México. 

HOGAR.

¡Hogar!... bendito hogar, nido de amores;

asilo contra el mal y los dolores,

donde el alma respira enajenada

las brisas del encanto y la ternura,

húmedas con la esencia de las flores.

Templo sagrado de cariño santo,

donde el ángel risueño de la dicha

tiende su azul y perfumado manto

entre celajes de oro;

arca que guarda de ternura innata

espléndido y riquísimo tesoro;

donde se encuentra la bendita calma

y se dilata en lo infinito el alma.

 

Aquí mi corazón late tranquilo;

oigo en su fondo mágica armonía,

arrullos y suspiros

que encantan mi existencia,

encendiendo la idea,

entre iris esplendentes de colores,

y estrellas y luceros

que brillan suavemente,

besando con su luz mi mustia frente.

 

Olvido aquí mi pena y mi desvelo,

mi angustia y mi amargura,

de mi vida la negra desventura.

Cercada de mis hijos dulcemente,

me aduermo enajenada,

viendo brillar en sus lucientes ojos

la hermosa luz de mágica alborada.

 

Aquí bajo su influencia y su cariño,

olvido mi desvelo,

porque es su voz sonora melodía

con sus notas dulcísimas del cielo.

Aquí no me persiguen los dolores,

la envidia y el quebranto;

que al ver el grupo de mis tiernos hijos,

gozo risueña placentero encanto.

 

Oasis de flores en mi erial camino,

que el sol inunda con sus rayos de oro,

donde escucho sonora melodía,

do no hay rencores ni fatal mudanza,

donde me alumbra con su luz divina

el ángel ideal de la esperanza.

 

Cuántas veces suspiro enamorada

contemplando a mis hijos dulcemente;

son ellos la ilusión más nacarada

que se agita en mi mente;

un poema divino

de ensueños, de esperanzas y de flores;

un idilio del cielo

que cubre un ángel con su blanco velo.

 

Los contemplo extasiada,

y al escuchar su acento peregrino,

hallo valor en mi letal quebranto

para luchar con el fatal destino.

 

Es mi bendito hogar un cuadro hermoso,

donde habita el amor, reina la calma:

unos hijos modelo de ternura

abnegados, sufridos,

encanto lisonjero de mi alma;

una madre que sufre resignada

y que goza un edén de bienandanza

a la luz sideral de su mirada.

 

¡Hogar!... ¡Bendito hogar!... aquí respiro

y olvido el egoísmo emponzoñado;

aquí con el cariño de mis hijos

se dilata mi seno apasionado.

 

Mira, Señor, desde tu inmensa altura

a una madre que sufre y que te implora;

deja caer tu bendición sagrada

sobre su mustia frente;

escucha nuestro acento,

y no dejes, dios mío, me consuma

la tristeza mortal, el desaliento.

 

Oye mi voz que con fervor te implora;

oye de mi alma el tembloroso grito,

y cubre con tus alas de diamante

los hijos de mi amor, mi hogar bendito.

Recuerdo triste

¡Qué triste late el corazón ardiente!

En hondo duelo sin cesar suspira,

y en mi memoria el pensamiento gira,

e inclino mustia mi abatida frente.

el ángel del dolor mi canto inspira;

hay átomos de fuego en el ambiente,

y en mi dolor crudísimo y profundo,

negro desierto me parece el mundo.

 

Yo recuerdo en mis horas de amargura

Una tarde en que el sol iba muriendo,

y la noche con negra vestidura

iba su manto en el zafir tendiendo.

 

La blanda brisa que de amor murmura

suspiraba tristísima gimiendo;

y la madre de mi alma agonizaba;

y en mí sus ojos con afán clavaba.

Yo la veía con intenso anhelo;

y a la luz de una lámpara muriente,

en amargo, terrible desconsuelo,

miré palidecer su blanca frente

alcé los ojos con dolor al cielo…

un suspiro exhaló, triste, doliente…

volví a mis hijos la mirada incierta…

la madre de mi amor estaba muerta…

Desaliento

Tiembla en el cáliz de la blanca rosa

la gota cristalina de rocío;

cruza ligero murmurando el río;

la niebla se levanta vaporosa:

gime suave la brisa vagarosa

entre arboleda de ramaje umbrío,

y en las noches templadas del estío

la luna se desliza misteriosa…

Solo mi alma, de duelo entristecida,

vaga entre sombras de letal tormento

con la esperanza y la ilusión perdida:

me agobia sin piedad el sufrimiento;

que al emprender mi madre la partida,

en brazos me dejó del desaliento.

Desolación

Las puertas del hogar no se han cerrado

desde que él se alejó…

las flores del pensil se han marchitado;

la dicha se ahuyentó.

 

Ya no cantan las aves dulcemente

y se ha ocultado el sol:

el arroyo suspira tristemente,

y gime el corazón.

 

Las palomas en banda se alejaron,

buscando el cielo azul:

las montañas de nieve se ocultaron

y reina la inquietud.

 

Las brisas de la noche suspirando,

se agitan al pasar;

un adiós van ligeras modulando,

los mirtos al besar.

 

En mi seno temblando se estrecharon·

mis hijos con dolor:

¿en dónde está mi padre?, preguntaron,

transidos de pavor.

 

Yo los miré con infinito anhelo

y tormento cruel;

y dije, señalándoles el cielo:

rogad a Dios por él.


Escrito por Redacción


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