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En este ensayo, publicado inicialmente en tres artículos periodísticos, el poeta Juan de Dios Peza (Ciudad de México, 1852-1910) hace un recuerdo exaltado de su colega y amigo Manuel Acuña (Saltillo, 1849-CDMX, 1873) quien se suicidó cuando apenas tenía 24 años, gozaba de gran fama como autor de versos y estaba a punto de graduarse como médico. Peza aclara que la fatal decisión del célebre creador del poema Nocturno a Rosario no se debió a los desdenes de Rosario de la Peña (1846-1924) –la musa más afamada de varios poetas, entre ellos Ignacio Ramírez El Nigromante, Manuel M. Flores y José Martí, el futuro prócer cubano– sino a que padecía frecuentes periodos de depresión aguda y graves problemas económicos.
Peza describe a Manuel Acuña “triste en el fondo, pero jovial y punzante en sus frases, sensible como un niño y leal como un caballero antiguo; le atormentaban los dolores ajenos y nadie era más activo que él para visitar y atender al amigo enfermo y pobre”. Revela que en la Escuela de Medicina ocupaba el cuarto número 13 –el mismo que había ocupado el también poeta y médico Juan Díaz Covarrubias, uno de los Mártires de Tacubaya en el inicio de la Guerra de Reforma (1857-1862)– donde era visitado cada semana por una joven sirvienta que lo proveía de afecto, comida y limpieza de ropa. Es decir, la bella Rosario de la Peña solo fue una de sus fuentes de inspiración poética.
En uno de los ensayos que lleva el mismo título de otro de sus poemas más conocidos, Ante un cadáver, Peza informa que el funeral de Acuña se realizó con “una pompa y una majestad inusitadas: a las nueve de la mañana, un inmenso gentío llenaba la Plaza de Santo Domingo, en tanto que en el interior de la Escuela de Medicina se agrupaban los representantes de las sociedades científicas, literarias y de obreros… los hombres más notables, los profesores más distinguidos, estaban dispuestos a acompañar al infortunado soñador de 24 años. El gran Ignacio Ramírez había dicho al saber la muerte de Acuña: “es una estrella que se apaga”. Altamirano (Ignacio Manuel), que lo distinguía y lo mimaba como un hijo, habíase sentido enfermo de pesar con la triste noticia y el sabío Río de la Loza (Leopoldo), a pesar de sus arraigadas convicciones religiosas ordenó, como director de la escuela, que no se omitieran gastos para enterrar como lo exigía su talento”.
La crónica del autor de Fusiles y Muñecas dice que el cortejo fúnebre de Acuña siguió una ruta en zig-zag sobre las calles Cerca de Santo Domingo (Perú), Esclavo, Manrique y San José del Real (Palma) y San Francisco (Madero), donde dobló hacia el sur sobre San Juan de Letrán y el Hospital Real para llegar en línea recta al panteón Campo Florido, es decir el de La Piedad, ubicado en la esquina del eje Lázaro Cárdenas y el Viaducto Miguel Alemán. Otros escritores presentes en esa memorable despedida fueron Vicente Riva Palacio, José Rosas Moreno, Antonio Plaza, Francisco Lerdo y Manuel Ocaranza.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural