Cargando, por favor espere...

José Santos Chocano
La poesía de este espíritu aventurero y generoso, gran amigo de Rubén Darío, a quien se equiparara como lírico en vida.
Cargando...

Nació en Lima, Perú el 14 de mayo de 1875. Apasionada y repleta de aventuras fue la vida de este espíritu vehemente. Su segundo libro poético Iras santas, impreso en tinta roja, y su participación en un movimiento político lo llevaron a la cárcel a los veinte años.Escribió en revistas ajenas o en las por él fundadas, La Gran Revista, El Perú Ilustrado, El Siglo XX. Desempeñó puestos diplomáticos en diversos países hispanoamericanos: en España, de 1905 a 1909; en Estados Unidos se relaciona con el presidente Wilson; es expulsado de Guatemala, donde fundó La Prensa; La Habana, Puerto Rico, otra vez Nueva York y México, donde acompañó a Pancho Villa en la toma de Chihuahua, teorizó sobre la Revolución Mexicana, la cantó. Fue expulsado de México en 1915; partió hacia Honduras y Guatemala, donde llegó a ser el consejero íntimo del dictador Estrada Cabrera; al ser expulsado éste del poder, se le hizo responsable del bombardeo de la capital y fue condenado a muerte; lo salvó la intervención de los gobiernos de varios países. En 1922 vive horas de apoteosis en Costa Rica al ser coronado solemnemente con representación de todos los países de esa América, que él tanto quiere y tan bien conoce. Después de una violenta disputa periodística mató de un tiro al escritor Edwin Elmore, no sabemos si voluntaria o involuntariamente. Se dirigió a Chile, donde pereció asesinado el 13 de diciembre de 1934, en un tranvía, por el puñal de un desequilibrado.La poesía de este espíritu aventurero y generoso, gran amigo de Rubén Darío, a quien se equiparara como lírico en vida, es abundantísima en metros; la caracteriza su gran pasión americana que siempre impulsó a su autor. Entre su producción se encuentran Alma América (1906) y Primicias de oro de las Indias (1934), primer tomo de una obra cíclica que debía desarrollarse en nueve libros. Tampoco escribió más de un canto de los seis que debería constar el poema sobre Bolívar, La epopeya del libertador, que le encargara el presidente Leguía. 

 

PARA TODOS

Yo quiero la igualdad, ya que la suerte

es común en el punto de partida:

¡si todos son iguales en la Muerte,

que todos sean iguales en la vida!

 

¿Quién es más que otro, cuando el negro abismo

la oculta mano con furor nos lanza?

Todos, ricos y pobres, son lo mismo

si los pesa la muerte en su balanza!

Entre el noble señor y el indigente

no debe haber obstáculo ninguno:

todos tienen debajo de la frente

una chispa de Dios; ¡y Dios es Uno!

La igualdad de las razas es mi norma,

norma que a todos servirá mañana:

la carne humana cambiará de forma,

pero en cualquiera forma es carne humana.

¡El pueblo, el pueblo que la luz concibe

y que arroja la luz en plena escoria,

sobre el altar de su taller recibe

los Santos Sacramentos de la gloria!

El pueblo es grande. En el furor, siniestro;

manso en la paz. Trabaja con porfía...

¡Si es ignorante es culpa del maestro;

si acaso se extravió, culpa del guía!

Si a veces el moscón que torpe zumba

cae en la red de laboriosa araña,

a trabajar. ¡El ocio es una tumba!...

¡Quien pone el grano, espere la montaña!

 

¡El Pueblo que en la lucha no reposa

y en la paz marcha con el hacha al hombro,

hace una cuna sobre cada fosa,

canta un Te Deum sobre cada escombro!

¡Ave, Rey Pueblo! En el taller es justo

que cobres la confianza de ti mismo!...

Si es que está sobre ti Cesar Augusto,

retira el hombre... ¡y rodará al abismo!

El Pueblo va en las sombras, como fiera:

es un atleta, cuando altivo y mudo

se envuelve en un girón de su bandera

y se apoya en el bronce de su escudo...

Loco es Moisés si con furor se lanza

sobre el Pueblo, y lo insulta, y llora, y grita,

y porque el pueblo ante sus dioses danza,

rompe las tablas de la ley escrita...

Aunque al verlo la pena le taladre,

debe Moisés, imperturbable y fijo,

hablarle siempre: ¡si se embriaga el padre,

tiene el deber de sostenerlo el hijo!

Guíese al Pueblo. Al dársele la mano

no se le apriete hasta que el hueso cruja:

que vaya dulcemente soberano...

¡tras la mano que guía y no que empuja!

Tal es lo justo. El débil y el potente

tener no deben valladar ninguno:

¡todos llevan debajo de la frente

una chispa de Dios!; ¡y Dios es Uno!

¡Ante la eterna ley que flota encima

del docto Pueblo y de la Plebe incauta,

todo son versos de una sola rima,

todo son notas de una misma pauta!

LA CANCION DE LAS TINIEBLAS

                        A Salvador Rueda

Somos las protectoras del vicio y del tormento:

amparamos el crimen que va a ser, es o ha sido;

que se llama asechanza, golpe o remordimiento;

que busca el abandono, la fuga y el olvido.

Nosotras contemplamos hasta que raya el día

al jugador arqueándose en angustiada espera,

sacudiendo los dados con fúnebre alegría

cual crótalos vibrantes entre una calavera...

Nosotras, ya cansadas de ver en los salones

el desvelado baile, solemos otras veces

rondar a las parejas que cambian sensaciones,

allá en las poderosas y ocultas lobregueces...

Nosotras sorprendemos al que, con manos secas

y ojillos avispados, tesoros acumula,

mientras haciendo extrañas y repugnantes muecas,

pesadamente duerme la roncadora Gula...

Nosotras, cual si el diablo nos diera con su cola,

giramos azotadas, mas locas de alegrías,

alrededor del ebrio que se echa cual la ola

y arroja sus espumas sobre las piedras frías...

Somos las protectoras del vicio que nos ama

y del dolor sagrado que acaso nos detesta.

¡No nos importa el nombre con que el dolor se llama

resignación que gime u orgullo que protesta!

En un rincón a veces hallamos la herramienta

que duerme las fatigas de la jornada dura;

y a veces sorprendemos con cara macilenta

al tísico trabajo pendiente en la costura...

Velamos siempre cautas el impecable lecho

donde, soñando, yace la virgen inocente;

soñando, entrambas manos en cruz sobre su pecho,

quizás con la manzana, mas no con la serpiente...

Seguimos al mendigo contando sus monedas

hasta el hogar impuro donde el rencor se aloja;

rencor que a la fortuna le quebrará las ruedas

el día decisivo de la bandera roja.

Danzamos, cual sopladas por procelosos austros.

Y acaso poseídas de insólita fiereza,

en los dormidos templos, en los escuetos claustros,

y en las celdas oscuras donde hasta el viento reza…

Del pesar y del crimen a un tiempo protectoras,

tenemos radiaciones de nítidos encantos,

caritativas luces, chispas consoladoras:

si somos noche, estrellas; si somos dolor, llantos.

¡Pero otra vida extraña y espléndida vivimos,

con luz que salta trémula o lánguida reposa,

cuando nos encontramos, cuando nos refundimos

dentro los ojos negros de una mujer hermosa!...

A LÁzaro

¡Pueblo, vibra tu luz! Rompe tus lazos;

y abre con furia tu millón de bocas;

y alza hasta el cielo tu millón de brazos.

¡Habla y obra, y verás cuan presto subes:

para tan fuerte oceano no habrá rocas,

para tan puro cielo no habrá nubes!

¡Trabaja y lucha! Que el trabajo es fuego

y la lucha es vigor. Hacha sin tajo

es astro sin calor, planta sin riego…

Lleno de fuerza cual lo sueña el vate,

lucha, pueblo, en el campo del trabajo

y trabaja en el campo del combate.

Si es preciso otro Cristo que sucumba,

¡aquí estoy yo! Mi inspiración ardiente

puede seguir ardiente entre la tumba…

Venga el golpe hacia mí, firme y seguro;

¡que mi muerte espantosa en el presente

será vida gloriosa en el futuro!...

¡Oh carne con derecho! Escala el monte,

burla el ansia salvaje del sicario,

sube a la cumbre, ensancha tu horizonte;

y abre tus brazos esparciendo luces,

que así parecerás sobre el Calvario,

en vez de muchos hombres, muchas cruces!


Escrito por Redacción


Notas relacionadas