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La obligada defensa que lleva a cabo Rusia ante las graves amenazas a su existencia por parte de una Ucrania patrocinada e instigada por Estados Unidos (EE. UU.), ha vuelto a colocar en las principales noticias del mundo la concepción excepcionalista de EE. UU. La idea que difunde y en torno a la cual actúa la oligarquía norteamericana, que consiste en hacer creer y proceder ante el mundo entero como si se tratara de una sociedad perfecta, excepcional, que no solo puede, sino que tiene la obligación apremiante de imponer, por la buena o por la mala, su modelo de país.
El presidente de una nación que ha invadido a cientos de países soberanos, el presidente que se ha enorgullecido de empujar asesinatos masivos, grita y vocifera en contra del presidente de Rusia. Sí, ese mismo que ha proclamado públicamente sus abusos, como lo acaba de recordar el director general de la agencia espacial rusa Roscosmos, Dmitri Rogozin, “Sugerí que –alardeó Joseph Biden en 1999– bombardeáramos Belgrado, sugerí enviar a pilotos estadounidenses y volar todos los puentes del Drina”. Esos bombardeos no se llevaron a cabo contra peligrosas y agresivas instalaciones militares que amenazaran a su país, como sucede ahora en Ucrania con respecto a Rusia, eran asesinatos brutales contra la población indefensa de Yugoslavia.
Esa oligarquía que se enorgullece de acudir a imponer su voluntad en cientos de países nada tiene que ofrecer al mundo con su modelo de sociedad. Solo la semana pasada, EE. UU. fue sacudido (nuevamente) por cuatro tiroteos masivos en varias ciudades importantes que dejaron numerosos heridos y al menos dos menores de edad muertos. El martes 12 de abril, un hombre abrió fuego en un vagón lleno de gente en el Metro de Nueva York y dejó al menos diez heridos de bala; antes de comenzar a disparar, el sujeto, lanzó bombas de humo en el vagón, lo que causó que trece personas más resultaran lesionadas por inhalar el humo. Solo por el gusto. El sábado siguiente, en un concurrido centro comercial de Columbia, la capital de Carolina del Sur, nueve personas, de entre 15 y 73 años, recibieron disparos y cinco más resultaron heridas mientras intentaban huir de la agresión. Los valientes tiradores fueron tres sujetos que actuaron también solo por el disfrute de balacear gente pacífica. Horas después, en la madrugada del domingo, un tiroteo en el Cara’s Lounge en el condado Hampton, Carolina del Sur, dejó al menos nueve personas heridas; tampoco se informó sobre las razones de la embestida a gente que se divertía pacíficamente. Y, finalmente, en este macabro recuento, en la misma madrugada del domingo, pero ahora en una fiesta de menores de edad en la ciudad de Pitsburgh, se disparó con pistolas y rifles contra jóvenes inermes, dos adolescentes murieron y al menos ocho personas más resultaron heridas.
Ésta es la sociedad modelo que representa tan orgullosamente Joseph Biden y que quiere imponer como perfecta al mundo, invadiendo, bombardeando o repartiendo castigos. Contando solo desde junio de 2021, los países que han sido sancionados de una u otra forma por EE. UU. son los siguientes: Bielorrusia, Birmania, Burundi, República Centroafricana, Cuba, República Democrática del Congo, Hong Kong, Irán, Irak, Líbano, Libia, Mali, Nicaragua, Corea del Norte, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Siria, Rusia, Venezuela, Yemen y Zimbabue.
No obstante, en los hechos, EE. UU. se pudre. La cifra de crímenes de odio reportados en 14 importantes ciudades de EE. UU. ascendió a más de dos mil en 2021, se incrementó en un 46 por ciento con respecto al año anterior. Repito: son crímenes clasificados allá mismo como de odio, solo por el disfrute de matar. Los Ángeles registró el número más alto que cualquier ciudad estadounidense desde 2000, con un incremento de 71 por ciento en 2021; y en Nueva York se reportó un incremento de 96 por ciento comparado con el año anterior, según el Centro para el Estudio del Odio y el Extremismo de la Universidad Estatal de California reportado por Axios. EE. UU. es una sociedad violenta, cada año mueren por violencia armada 38 mil personas, lo que equivale a cien diarias.
Además de que su sistema económico preconiza como uno de los más altos y preciados valores la “competencia”, la vida en EE. UU. está marcada por el militarismo. Actualmente tiene asignados 750 mil millones de dólares para gastos en este rubro (solo el tres por ciento de esta cantidad podría acabar con el hambre en todo el mundo), cantidad muy superior a los presupuestos que tienen asignados otras dependencias gubernamentales, lo cual quiere decir que una proporción enorme de la población estadounidense, o trabaja directamente como militar, o es militar retirado, o tiene un empleo relacionado con las fuerzas armadas o con las fábricas de armamento. EE. UU. gasta más en este rubro que la suma de lo que gastan las 10 naciones con los mayores gastos en el mundo. EE. UU. tiene más de 800 bases militares en 80 países. Todos estos gastos monumentales los mantiene el pueblo norteamericano con sus impuestos, es decir, no se gastan en procurar su bienestar, sino en sostener la política guerrerista de EE. UU.
Y claro, la pobreza y la miseria están creciendo incontenibles en EE. UU. Ya antes de la pandemia, casi un tercio de los estadounidenses vivía por debajo de la línea de pobreza, marcada en los 36 mil dólares anuales para una familia de cuatro miembros o, dicho de otra forma, al menos el 43 por ciento de los hogares no puede pagar lo básico para vivir, es decir, sus miembros no ganan lo suficiente para cubrir el costo de la vivienda, los alimentos, el cuidado de los niños, la atención médica, el transporte y el teléfono celular. Una enfermedad en la familia es devastadora, ya que en ese país “desarrollado” no existe el acceso universal gratuito a la sanidad.
¿Cómo mantener resignado y no pocas veces hasta contento al pueblo pobre en EE. UU.? La propaganda (en general) es avasalladora y la propaganda militarista (en particular) se inocula todos los días en la sociedad. Helena Villar, una importante periodista crítica, nos proporciona excelente información en su libro Esclavos Unidos. Dice ahí: “Según el informe Tackling Paid Patriotism, en 2012 la Guardia Nacional del ejército de Nueva York pagó a los Buffalo Bills 250 mil dólares por organizar ceremonias de reinscripción en el campo. En 2014, la Guardia Nacional de Georgia pagó a los Halcones de Atlanta 114 mil por cantar el himno. En 2015, las Fuerzas Aéreas gastaron la suma de 1.5 millones en la competición automovilística más popular del país, NASCAR, en parte para que los veteranos se dieran la mano con la leyenda del automovilismo Richard Petty”. Y es solo una asomada al militarismo en EE. UU.
¿Y cuando falla o no es suficiente la pavorosa propaganda? Dice Helena Villar: “Según una investigación del diario The Washington Post basada en datos federales, entre 2006 y 2014 se distribuyeron en Estados Unidos más de 100 mil millones de opiáceos y otros 24 mil millones más de dosis de pastillas para el dolor altamente adictivas… para hacernos una idea, en 2014, cada 15 minutos nacía en el país un bebé con síndrome de abstinencia neonatal…”. Muy alarmante la combinación del militarismo, la propaganda enajenante y la drogadicción. Nada que no se vaya haciendo cada vez más presente en México. Cabe, pues, recordar que solo del pueblo consciente, organizado y actuante depende que nuestro país no siga avanzando por la ruta de convertirlo en una mala copia del terrible modelo de nuestro vecino del norte.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".