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El secreto de tus ojos
Sólo refleja las diferencias entre los peronistas de “izquierda” y los peronistas de “derecha”. Eso es todo.
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La segunda vez que un filme argentino pudo ganar “Oscar” a mejor filme extranjero fue en 2010 con la cinta El secreto de tus ojos, un thriller que con mucha eficacia narrativa nos va mostrando una historia llena de suspenso y de buenas actuaciones. El realizador argentino Juan José Campanella dirigió esta cinta en 2009, y, dado su éxito taquillero y premiación  por parte de la Academia de Artes Cinematográficas de Estados Unidos, pudo dirigir algunos capítulos de la serie policial gringa La ley y el orden. El secreto de tus ojos en una historia narrada a través de “flash backs”; Benjamín Spósito (Ricardo Darín) es el personaje principal, un fiscal que en 1974 investiga la violación y asesinato de una hermosa y joven mujer, Liliana Collotto (Carla Quevedo). Benjamín conoce a Morales (Pablo Rago) viudo de Liliana y se da cuenta de que durante un año esperó en la estación de ferrocarril que va de Buenos Aires a Chivicoy, pues el caso judicial ha sido archivado por la justicia. Spósito que ha tenido un fuerte altercado con Romano, el funcionario que dispuso el “carpetazo” del asunto criminal, se entrevista con Irene Méndez Hastings (Soledad Villamil) jefa en la estructura de la fiscalía, la cual, aunque se resiste al principio, acepta finalmente a que se reabra el proceso de investigación. Con la ayuda de Pablo Sandoval (Guillermo Francella) –otro investigador de la fiscalía-, Benjamín va descubriendo las pistas que le permitirán ir localizando al presunto criminal; una pista muy importante son las fotografías de la mujer asesinada en las que aparece Isidoro Gómez (Javier Godino), el cual invariablemente siempre aparece con inquietante mirada puesta sobre Liliana Collotto; con los comentarios que hace en una cantina un fanático de fútbol, -el cual dice que “se puede cambiar la esposa, la novia, los amigos, el domicilio, pero lo que nunca se puede cambiar –entre los aficionados al fútbol- es la pasión por un equipo”-, y con las pistas obtenidas  que indican que el asesino es un fanático del equipo “Racing”, Benjamín y Sandoval deciden asistir al estadio en el que juega el “Racing”- Y, en efecto, logran encontrar en las gradas a Isidoro. Éste intenta fugarse –casi lo logra, pero es atrapado en el campo de fútbol ante la gran curiosidad del público asistente-; Isidoro es interrogado por Benjamín, Irene y Pablo, y aunque niega su participación en el crimen, al ser tocado su orgullo (Irene le dice que ella no cree que “un pigmeo con un pene que es un ‘cacahuate quemado’ haya violado a Collotto), se desabrocha la bragueta y le muestra su miembro viril a la fiscal. Con esa acción se auto incrimina y es procesado por sus crímenes. Sin embargo, Isidoro es protegido por Romano. Y dada su influencia en el poder judicial, no sólo lo pone en libertad, sino que lo coloca como guardaespaldas de Isabel Martínez de Perón, la presidenta de Argentina en aquellos años previos a la implantación de la dictadura militar. 

                Para el año 1999, -año en que se sitúa el comienzo y final de la historia-, Benjamín escribe una novela en la que da cuenta de aquella historia. Visita a Morales en una vieja finca alejada de la ciudad. Al preguntarle Benjamín porqué ya no tiene la misma pasión por perseguir al asesino de sus esposa, Morales lo corre de su casa. Sin embargo, un tanto arrepentido le cuenta que él asesinó a Isidoro. Pero Benjamín no se queda convencido y regresa por la noche y descubre que Isidoro está preso en ese lugar. Campanella en los “flash back”, paralelamente, también nos va narrando la historia de amor frustrado entre Benjamín e Irene. Un amor aparentemente imposible, pero que nunca se agotó. La premiación gringa, obviamente como suele ocurrir en los “Oscar”, se da a un filme que no crítica al sistema socioeconómico y político que generó a una de las dictaduras más oprobiosas del mundo. Sólo refleja las diferencias entre los peronistas de “izquierda” y los peronistas de “derecha”. Eso es todo.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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