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Desarrollo sin crecimiento, un disparate
Si hemos de atender los conceptos de expertos y organismos especializados, concluimos que con el neoliberalismo había crecimiento sin desarrollo; con la 4T el cambio consiste en que no hay ni crecimiento ni desarrollo.
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Como oferta de desarrollo, la escuela neoliberal propuso la teoría de la filtración o trickle down, planteamiento unilateral según el cual, si hay crecimiento, la riqueza goteará o se filtrará y la distribución y el bienestar general vendrán en automático, sin necesidad de políticas diseñadas al efecto. Como era lógico, tal cosa no ocurrió, y aunque hubo crecimiento, ciertamente moderado, la riqueza se acumuló y la pobreza aumentó. Hoy, ante la recesión económica (¡prometió en campaña un cuatro por ciento anual!), el Presidente arguye que no es fundamental crecer, que al fin y al cabo hay desarrollo, aunque no explica en qué consiste ni dónde podemos verlo: debe aceptarse como acto de fe. Los neoliberales ortodoxos absolutizan el crecimiento e ignoran el desarrollo; el neoliberalismo en su modalidad Cuarta Transformación (4T), creyendo superarlos, desdeña el crecimiento y ofrece desarrollo sin él, persiguiendo quimeras. Ambos están equivocados.

Crecimiento es aumento en la riqueza creada, medida usualmente en Producto Interno Bruto o PIB per cápita. Comúnmente se cree que el desarrollo es un proceso terso y espontáneo que siguen todos los países, en una ruta libre de obstáculos, hasta llegar al nivel de los más avanzados, donde pacífica y felizmente nos encontraremos. Esta visión engañosa ignora que la prosperidad de los ricos se debe precisamente al atraso de los países pobres, saqueados en el marco de las relaciones imperialistas: nuestra pobreza es causa de su riqueza, como evidenció Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Hacen falta cambios políticos profundos para liberar a las naciones pobres de las ataduras que frenan su desarrollo.

Desarrollo económico real implica superación de las fuerzas productivas, de la tecnología y la ciencia, pero también mayor equidad distributiva y elevación del bienestar social, cambio en las relaciones de propiedad y apropiación. El crecimiento es condición indispensable del desarrollo, pues crea los recursos necesarios, y en esto radica precisamente la falacia de la tesis presidencial. Es un manejo equivocado de los conceptos.

Pido perdón a mis amables lectores por incorporar aquí algunas citas algo extensas de teóricos especialistas en la materia y organismos internacionales, para ilustrar el punto. Interesante obra es Fronteras de la economía del desarrollo (Joseph Stiglitz y Gerald Meier, Banco Mundial 2002). Dice ahí Meier, refiriéndose a los economistas del desarrollo en este siglo: “La nueva generación aún debe comenzar por comprender el significado de ‘desarrollo económico’. Para la vieja generación, el objetivo del desarrollo era un incremento en el ingreso per cápita (...) que se lograría con el crecimiento del PIB. Pero hubo una creciente reflexión que el ‘desarrollo’ significaba crecimiento y cambio, y cambio implicaba otros objetivos que iban más allá del simple crecimiento del PIB. El énfasis en un ‘crecimiento de calidad’ o en un modelo deseado de crecimiento, que incorpore criterios amplios de desarrollo, tales como: reducción de la pobreza, equidad distributiva, protección ambiental, o el énfasis de Sen en las ‘dotaciones’ y el ensanchamiento de ‘las capacidades humanas’ y, más recientemente, desarrollo como libertad (...) Las políticas de un desarrollo exitoso necesitan determinar no solo cómo puede generarse un crecimiento más rápido del ingreso real sino también cómo debe usarse el ingreso real para lograr otros valores incorporados en el desarrollo (...)No solo la tasa de crecimiento sino también el modelo de crecimiento es relevante, especialmente para un mejor entendimiento del papel de la distribución del ingreso en el proceso de desarrollo”. La persistencia de la pobreza –aún con tasas de crecimiento considerables– es la vergüenza de política inadecuadas de desarrollo” (pp. 13-14). Otros autores dicen: “Crecimiento económico es el cambio continuo de la producción agregada a través del tiempo. Desarrollo económico es el aumento persistente del bienestar de una población. Sin crecimiento económico no hay desarrollo económico y viceversa” (Blanchard, O. y Pérez, D. Macroeconomía: Teoría y política económica con aplicaciones a América Latina, 2000).

El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU, que incluye salud, educación e ingreso, fue creado en 1990, con base en los trabajos de Amartya Sen, célebre economista hindú, premio Nobel 1998, que en su propio concepto de desarrollo considera fundamental el ejercicio de la libertad (publicó en 1999 un libro llamado Desarrollo como libertad). Dice Sen: “El desarrollo puede concebirse, como sostenemos en este libro, como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos”; sin embargo, identifica la pobreza como obstáculo al pleno ejercicio de la libertad. Con el IDH se mostró que el simple crecimiento no bastaba para apreciar el bienestar social. Según Sen, el IDH permite comparar casos donde un país rico aporta poco a educación y salud, provocando un bajo nivel en estos indicadores, mientras otro más pobre aplica más a esos rubros y consigue un índice superior. En resumen, desarrollo implica una distribución más equitativa y una mejora en el bienestar social en general: en salud, educación, vivienda, electrificación, drenaje y otros servicios públicos. Pero recuérdese que la austeridad de la 4T ha impedido la dotación de obras de infraestructura en la materia.

Así pues, la realidad desmiente la versión presidencial. Nada de lo que los especialistas consideran desarrollo está ocurriendo. Hace apenas unos días se conoció el reporte de la escandalosa acumulación de riqueza de los potentados mexicanos, ya en tiempos de la 4T. La situación de los hospitales en equipamiento, personal y dotación de medicinas es una crueldad, acto de lesa humanidad. En educación, la OCDE recién publicó su informe donde México aparece en los últimos lugares. Muchas universidades están en quiebra económica; la ciencia, en abandono. El campo no se está tecnificando. Y si hablamos del desarrollo como libertad, vemos un tremendo retroceso, con la imposición de leyes persecutorias que coartan libertades; por ejemplo, la extinción de dominio y la nueva reforma que propone la Fiscalía General. Bajo el imperio del crimen las familias viven en diaria zozobra. En síntesis, si hemos de atender los conceptos de expertos y organismos especializados, concluimos que con el neoliberalismo había crecimiento sin desarrollo; con la 4T el cambio consiste en que no hay ni crecimiento ni desarrollo. Vamos para atrás. Ambos coinciden en que no ofrecen mejoría en el bienestar social. Urge un nuevo modelo que combine eficazmente eficiencia productiva y equidad distributiva; he ahí el gran reto. 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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