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Delmira Agustini
Formó parte de la llamada “Generación de 1900ˮ a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig.
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Nació en Montevideo, Uruguay, el 24 de octubre de 1886. Originalísima poetisa uruguaya, de una acentuada feminidad y una sensibilidad exquisita. Su temperamento ardiente fracasó rotundamente en el matrimonio. Vuelta a la casa paterna, volvió a ser arrancada de ella por su esposo, quien le dio muerte el seis de julio de 1914, suicidándose a continuación. Formó parte de la llamada “Generación de 1900ˮ a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darío, a quien consideraba su maestro, y con el que mantuvo correspondencia tras conocerlo en 1912, en Montevideo.

Su obra se vincula a la vasta corriente modernista rioplatense, dominada mayoritariamente por hombres, y contó con la admiración de las principales figuras de la época como el propio Rubén Darío, Miguel de Unamuno y Manuel Ugarte. La tónica general de su poesía es erótica, con imágenes de honda belleza y originalidad. El mundo de sus poemas es sombrío y atormentado, con versos de una musicalidad excepcional. Su lirismo llega a profundidades metafísicas que contrastan con su juventud. Su producción poética no es tan exigua, no obstante haber muerto a los 27 años: El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910), Los cálices vacíos (1913), El rosario de Eros (1914), y Los astros del abismo, publicado después de su muerte. 

En tus ojos

¡Ojos a toda luz y a toda sombra!

¡Heliotropos del Sueño! Plenos ojos

que encandiló el Milagro y que no asombra

jamás la vida... eléctricos cerrojos

de profundas estancias; claros broches,

broches oscuros, húmedos, temblantes,

para un collar de días y de noches...

Bocas de abismo en labios centelleantes;

 

natas de amargas mares nunca vistas;

claras medallas; tétricos blasones;

capullos de dos noches imprevistas

y madreperlas de constelaciones.

 

¿Sabes todas las cosas palpitantes,

inanimadas, claras, tenebrosas,

dulces, horrendas, juntas o distantes,

que pueden ser tus ojos?... ¡Tantas cosas

 

que se nombraran infinitamente!...

Maravilladas veladoras mías

que en fuego bordan visionariamente

la trama de mis noches y mis días!...

Lagos que son también una corriente...

 

¡Jardines de los iris!, devorados

por dos fuentes que eclipsan los tesoros

sombríos más sombríos, más preciados...

Firmamentos en flor de meteoros;

 

fondos marinos, cristalinas grutas

donde se encastilló la Maravilla;

faros que apuntan misteriosas rutas...

Caminos temblorosos de una orilla

 

desconocida; lámparas votivas

que se nutren de espíritus humanos

y que el milagro enciende; gemas vivas

y hoy por gracia divina, ¡siemprevivas!

Y en el azur del Arte, ¡astros hermanos!

 

La musa

Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja;

con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales;

en su boca, una fruta perfumada y bermeja

que destile más miel que los rubios panales.

 

A veces nos asalte un aguijón de abeja:

una raptos feroces a gestos imperiales

y sorprenda en tu risa el dolor de una queja;

¡en sus manos asombren caricias y puñales!

 

Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante,

y sea águila, tigre, paloma en un instante,

que el Universo quepa en sus ansias divinas.

 

Tenga una voz que hiele, que suspenda, que inflame,

y una frente que, erguida, su corona reclame

¡de rosas, de diamantes, de estrellas o de espinas!

 

Cuentas de fuego

Cerrar la puerta cómplice con rumor de caricia,

deshojar hacia el mal el lirio de una veste

–la seda es un pecado, el desnudo es celeste;

y es un cuerpo mullido, un diván de delicia–.

 

Abrir brazos…así todo ser es alado;

o una cálida lira dulcemente rendida

de canto y de silencio…más tarde, en el helado

más allá de un espejo, como un lago inclinado

ver la olímpica bestia que elabora la vida…

 

Amor rojo, amor mío;

sangre de mundos y rumor de cielos…

¡Tú me los des, Dios mío!

 

Rebelión

La rima es el tirano empurpurado,

es el estigma del esclavo, el grillo

que acongoja la marcha de la Idea.

¡No aleguéis que es de oro! ¡El pensamiento

no se esclaviza a un vil cascabeleo!

Ha de ser libre de escalar las cumbres

entero como un dios, la crin revuelta.

La frente al Sol, al viento, ¿acaso importa

que adorne el ala lo que oprime el vuelo?

 

Él es por sí, por su divina esencia,

¡música, luz, color, fuerza, belleza!

¿A qué el carmín, los perfumados pomos?

¿Por qué ceñir sus manos enguantadas

a herir teclados y brindar bombones

si libres pueden cosechar estrellas,

desviar montañas, empuñar los rayos?

¡Si la cruz de sus brazos redentores

abarca el mundo y acaricia el cielo!

 

Y la Belleza sufre y se subleva…

¡Si es herir a la diosa en pleno pecho

mermar el torso divinal de Apolo

para ajustarlo a ínfima librea!

 

¡Para morir como su ley impone

el mar no quiere diques, quiere playas!

Así la Idea cuando surca el verso

quiere al final de la ardua galería,

más que una puerta de cristal o de oro,

la pampa abierta que le grita “¡Libre!”.

 

La siembra

Un campo muy vasto de ensueño y milagro.

Las tierras labradas soñando simiente

y súbito un hombre de olímpica frente

que emperla los surcos de ardientes rubíes.

¿Qué siembras? –le digo– ¿delira tu mente?

Mi sangre que es lumbre… ¡mi sangre! –contesta–

Verás algún día la mágica fiesta

de luz de mis campos; si quieres, hoy ¡ríe!

 

–¿Reír? Eso nunca, ¡respeto lo ignoro!

Me apiada la angustia grabada en tu cara,

la angustia que implica tu siembra, ¡tan rara!

¡Verás algún día mis campos en flor!

Hoy mira mi herida –mostróme su pecho

y en él una boca sangrienta– hoy repara

en mí la congoja de un cuerpo deshecho:

¡Mañana a tus ojos seré como un dios!

 

Tal vez, tal vez… –dije– ¡Seguro, seguro!

Selene hoy esboza su rostro de cera,

tres veces que nazca, tres veces que muera

y vuelvo a mis campos tu brillo de aurora!

 

Pasaron tres lunas, tres lunas de plata,

–¡tres lunas de hierro! soñaba en mi espera–

del hombre que hiciera la siembra escarlata

marché hacia la extraña, magnífica flora.

 

Hay hondas visiones, visiones que hielan,

visiones que amargan por toda una vida.

¡La luz anunciada, la luz bendecida

llenando los campos en forma de flor!

Y… en medio… un cadáver… crispadas las manos

–murieron ahondando la trágica herida–

¡Y en todo, una nube de extraños gusanos

babeando rastreros el sacro fulgor!

 

 


Escrito por Redacción


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