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Canto a la mujer, de Luis G. Urbina
El poeta arenga en favor de la igualdad de hombres y mujeres, reconociendo a ambos como indispensables constructores de la sociedad.
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En su prólogo a las Obras Completas de Luis G. Urbina (Ciudad de México, 1864 – Madrid, España, 1934), Antonio Castro Leal ubica al poeta como perteneciente “a la pléyade de grandes poetas modernistas mexicanos” e integrante del “coro de dioses mayores de la lírica nacional”. Y apostilla con profunda admiración: “El tiempo fue depurando su lirismo, hasta que de toda su sustancia romántica no quedó más que aquel fondo de poesía que dejan las penas y las alegrías de los hombres. Y al fin, con ese paso medido con que cruzó el mundo, llegó a esa plenitud –fruto de experiencias de la vida y de la palabra– en que la melancolía se le deshacía naturalmente en música”.

Puestas de Sol (1910) es el título bajo el que se publican varias de sus más bellas Arengas líricas en las que se refleja más claro que en el resto de su producción el ideario del poeta; La Patria Futura, En marcha al ideal,  Al poeta Justo Sierra y Los sembradores constituirían apenas una incompleta selección, pues su belleza y profundidad los hace dignos de figurar todos en las antologías de la más bella poesía mexicana y universal.

De esta veta social en la poesía de Luis G. Urbina, y en ocasión del Día Internacional de la Mujer, hemos seleccionado su Canto a la mujer (1908). En esta ocasión, dice el poeta, no cantará las hazañas de los guerreros, sino la serenidad, bravura, esperanza y los triunfos femeninos.

Este canto no es un himno

de sonoras clarinadas,

ni de líricos arranques 

ni de heroicas armonías 

ni de bélicas pujanzas.

Este canto no resuena

con las sordas resonancias

del crujir de los broqueles

y el chocar de las espadas.

Este canto no es la estrofa

cuyas voces se acompañan,

con el pífano guerrero

y el redoble del tambor que bate marcha.

Este canto no instrumenta los rumores 

del ejército que pasa

a través del áureo polvo de la gloria,

cual visión apocaliptica y extraña.

Este canto no recoge

misteriosas y coléricas palabras,

del torrente que de lo alto se despeña

y de roca en roca, salta,

y golpea enfurecido,

con furores de gigante, la montaña.

Este canto no les pide

ni los gritos a las águilas,

ni el clamor al oceano,

ni el estruendo o las borrascas.

Este canto no es la ira

ni es el odio o la venganza,

no es el eco de las rudas tempestades

que se agitan en los cielos,

en los mares y en las almas.

 

Pero es canto de victoria,

triunfal himno, voz de hosanas,

jubilosa Marsellesa,

matinal y fresca diana.

Este canto que tranquila

y amorosamente se alza,

es también un vencimiento el que celebra,

una gloria la que canta;

y aunque en él no suenan nunca 

ni el ruido de las armas,

ni el piafar de los corceles

ni los pífanos de guerra

del ejército que marcha,

es un canto de bravura,

es un canto de batalla,

es un canto de victoria,

es un canto de esperanza. 

 

II

Glorifica, canto mío, 

a la santa

creación en que parece

como que la especie humana

al verter su noble esencia,

en un vaso de estructura delicada,

hermosea y dignifica

el destino misterioso de las razas.

 

Y por ella, por el ser amable y puro

que camina con la errante caravana,

tiene besos la ternura,

y el instinto tiene alas,

y se abre el horizonte del ensueño,

y el dolor se funde en lágrimas.

Progresistas a finales del Siglo XIX y principios del XX, resuenan los siguientes versos, en los que el poeta arenga en favor de la igualdad de hombres y mujeres, reconociendo a ambos como indispensables constructores de la sociedad.

¿Qué trastorno, qué delirio,

qué brutal y torpe insania,

de la dulce compañera 

hizo esclava?

Pero en vano; la mujer es fuerte y pudo

libertarse de la ergástula,

y tornar al gineceo con los brazos que se abrían

misericordiosamente al amor y a la esperanza.

Y aquí está risueña y grave,

y aquí está piadosa y casta,

y aquí está sumisa y dócil

y aquí está serena y alta.

No inferior ni débil como

la soñaron las costumbres de las épocas pasadas,

sino fuerte y decidida la varona

del varón con quien comparte

los anhelos y las ansias.

 

La mujer es vencedora

vive, piensa, estudia y ama;

alza el rostro, entonces sueña;

lo inclina, entonces trabaja.

Y así espera que la augusta

misión con que el secreto

de la suerte, en el futuro se prepara,

le permita penetrar en las edades

por venir, porque ella manda,

hacia allá, su propia vida, en la vida de los seres

–rico polen de una planta–

que guardó como depósito sagrado

en la urna misteriosa de la entraña.

¡Madre, vences en tus hijos

y eres fuerte y eres santa,

y eres todopoderosa;

y tu sangre se derrama

por el cauce de los tiempos,

y se llenan de tu alma

los espíritus que vienen,

con la enseña de los altos ideales levantada!

 

 Y en la sombra de los días

aun remotos, apareces como el alba

que se prende de las cumbres

y que anuncia la mañana.

 

Y por ti la generosa

y por ti la resignada,

tiene besos la ternura,

y el instinto tiene alas,

y se abre el horizonte del ensueño

y el dolor se funde en lágrimas.

Conmovedora es la síntesis que el poeta hace de las innumerables y heroicas tareas femeninas, destinadas a perdurar en las generaciones futuras. La obra de Urbina tiene la capacidad de hablarle a la emoción y a la mente del lector; tal como recientemente expresara el maestro Aquiles Córdova Morán: “la poesía tiene una capacidad de penetración, una capacidad de conmover hasta las fibras más remotas del alma, de la conciencia y del cerebro del ser humano, que hay que ser muy ignorante o muy rudo para no sentir en algún momento la llamada de la poesía, para no sentir su sacudida; pero la poesía no solo va a la emoción, también va a la inteligencia; también dice muchas verdades envueltas en un ropaje bello, en un lenguaje artizado, que aumenta con la belleza el valor de la sabiduría, de la verdad filosófica, estética, política, social que se halla en los verdaderos poetasˮ.

¡Oh mujer, sigue tu ruta! ¡Oh mujer, toma tu carga

Y consuela y acaricia y reconforta

A los tristes, a los débiles de la errante caravana.

Y al brillar la juventud en tu cabeza,

con su luz primaveral y sonrosada,

o al caer sombra de muerte

en la nieve de tus canas,

ten presente que su esencia más divina

en tu forma conservó la especie humana

y que eres como campo en el que siembra

sus semillas el futuro de las razas.

Eres vaso de piedades y de amores;

vive, piensa, estudia y canta, 

al alzar la frente, sueña,

al abatirla, trabaja.

Y no olvides la misión a que viniste,

la misión augusta y sacra,

por la cual existirás cuando tus hijos,

con la herencia que les des honren la Patria.

 

Para ti mujer entono

este canto de batalla,

este canto de bravura,

este canto de esperanza.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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