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Café con aroma de pobreza
La penosa marginación de los cafeticultores es una muestra más de la grave crisis económica por la que atraviesa el campo mexicano.
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El café se mantiene como uno de los cultivos comerciales más importantes del país; de él dependen más de medio millón de pequeños productores en 480 municipios de 14 entidades federativas. Tiene dos características que lo vuelven estratégico: la mayor parte de sus productores son campesinos indígenas que lo cultivan en unidades económicas de dos hectáreas en promedio, las cuales se sitúan en terrenos muy accidentados, como ocurre en gran parte de la orografía de la República Mexicana, que cuenta con pocas planicies y opera como limitante natural de la agricultura intensiva. Por sus características agronómicas, el café es la planta de temporal que, después del maíz, mejor se ha adaptado a alturas que van de 300 a dos mil metros sobre el nivel del mar, aunque el de mayor calidad se cosecha en áreas superiores, situadas a 800 msnm. Pese a que se implantó en México en 1870, su consumo per cápita es de 1.3 kilogramos (kg), muy bajo, si se le compara con el de los países europeos, cuyo promedio es mayor a nueve kg. Este hecho evidencia la necesidad de fomentar su consumo directo o en “grano” para que empresas transnacionales, como la Nestlé, no controlen más su mercado mediante la industrialización y comercialización de bebidas solubles de baja calidad.

Los pequeños productores quedaron a la deriva desde que, en los años 90, desapareció el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé), que brindaba diversos apoyos a los productores, servía como canal seguro para su comercialización y garantizaba buenos precios. Desde entonces, los cafeticultores quedaron indefensos ante las “leyes del mercado”, se desorganizaron, perdieron poder de negociación y fueron presa fácil de los grandes acaparadores y las compañías trasnacionales, las únicas entidades con ventajosas ganancias en este cultivo. Hoy, por ejemplo, un kilo de café en cereza es pagado al productor entre seis y siete pesos, y el ingreso de éste depende de las toneladas obtenidas en su acotado predio. El promedio nacional de rendimiento por hectárea es menor a 1.5 toneladas, por lo que un pequeño cafeticultor solo puede obtener menos de nueve mil pesos por un año de trabajo. ¡Ah! Pero antes ha tenido que realizar minuciosas labores de atención a sus cafetos que, en conjunto, llegan a costarle 40 mil pesos anuales. Es decir, invierte mucho más de lo que obtiene. Pero la “libertad del mercado” no solo generó pérdidas a los productores mexicanos de café, sino que también se abandonan paulatinamente los cafetales; esto genera la conversión de sus dueños en trabajadores de otros campesinos y la migración laboral a otros estados de la República o a Estados Unidos (EE. UU.). Hoy, esta realidad se percibe en las montañas: los cafetales se ven viejos y enfermos, y las comunidades marginadas y olvidadas.

Pero ¿es cierto que el café no puede ser también un buen negocio para sus productores? Para hallar respuesta a esta pregunta, en cualquier día de éstos que pase junto a una cafetería Starbucks o Italian Coffe, cuya materia prima es el café mexicano, pida una taza de este producto y le costará, por lo menos, 40 pesos.  Entonces, haga una sencilla cuenta como la siguiente: si de cada kilogramo obtienen 100 tazas, cuatro mil pesos es el rendimiento de estas empresas por cada kilo que venden. Una ganancia similar o mayor logran las trasnacionales productoras de café soluble: en alguna tienda compre un frasco de éste y verá que el precio por kilogramo oscila en 500 pesos. ¡Observe cómo los rendimientos del café mexicano son muy altos y que, a la hora de repartir los ingresos, a los cafeticultores no les toca nada, aunque sean el principal eslabón de la cadena productiva! Si continúa esta situación en perjuicio de quienes cultivan los cafetos, la permanencia del delicioso aromático estará en riesgo. La penosa marginación de los cafeticultores es una muestra más de la grave crisis económica por la que atraviesa el campo mexicano, cuyos efectos trascienden, se multiplican y se expresan en varios de los problemas sociales que hay en el país.

Pese a todo esto, las nuevas autoridades federales, ni siquiera en su Plan Nacional de Desarrollo, dejaron evidencias de que el campo en general –¡mucho menos el café en particular!– les preocupe o quite el sueño. Por el contrario, le aplicaron un recorte presupuestal con el que, este año, los campesinos solo podrán ver con asombro que, en tiempos de la “Cuarta”, ni la tierra ni los frutos que de ella se obtienen son para quienes la trabajan.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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