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AL MUTANABBI, EL MAYOR DE LOS POETAS NEOCLÁSICOS ÁRABES Segunda de dos partes
La pagana poesía árabe preislámica, desarrollada desde el año 500 hasta la unificación de Arabia por el Islam, fue en su tiempo, a decir del filólogo y arabista español Emilio García Gómez
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La pagana poesía árabe preislámica, desarrollada desde el año 500 hasta la unificación de Arabia por el Islam, fue en su tiempo, a decir del filólogo y arabista español Emilio García Gómez, (*) un arma política fundamental y reflejo de la vida beduina: “falta de preocupación religiosa; febril exaltación del honor, de la guerra y de la venganza; exhortaciones morales; cantos de placer entonados por guerreros feroces y disolutos; poemas de amor ya sujetos a tópicos inmutables. Y toda la vida cotidiana, terrible y áspera del desierto: los itinerarios, las aguadas, los campamentos, los robos, las albaras, los peligros, las hambres, las fieras, los camellos, los caballos veloces”.

Al Mutanabbi (915-965) vivió una realidad distinta a la de los poetas anteislámicos, pero igualmente convulsa. Heredero de una tradición poética, se convertirá en un innovador al refrescar las formas clásicas (métrica, rima, musicalidad) con una temática moderna, en la que se refleja la nueva sociedad. En el exterior, sus composiciones parecen seguir la estructura de las qasidas árabes, de 30 a 120 versos monorrimos de idéntico metro; pero el sensualismo y la apasionada alabanza de la mujer amada, tópico de la poesía beduina, no están presentes en sus versos, que a menudo carecen de naṣīb (preludio o introducción de la qasida, de índole amatoria). Cuando su poesía se inspira en el ambiente beduino no hace sino recurrir a elementos indeleblemente grabados en la estética árabe, el tema del desierto y su salvaje belleza, los héroes beduinos y sus hazañas son el equivalente de las occidentales musas y otras deidades grecolatinas vigentes hasta hoy; Al-Mutanabbi adopta un tono sarcástico, brutal, provocador, que rompe con las normas aceptadas para este tipo de poesía y dota a las escenas de un realismo excepcional en el que la crítica a los “malos qadíes” está muy presente, como en esta qasida cinegética, realizada en ocasión de una gran cacería organizada por el sultán de Siraz, Abu al-Dawla, en julio de 965.

 

Los ciervos iban presos en cuerdas,

sumisos a los lazos de los monteros.

Avanzaban al paso lento de los rebaños,

enturbantados de secos troncos.

Nacieron bajo la más pesada de las cargas,

que les impide despiojarse la cabeza…

Los cuernos solo nacieron para la humillación,

y, además, para insultar a los maridos ignorantes…

Venían luego los cabrones añosos,

vestidos con cuernos como arcos de dal,

que con sus puntas aguijoneaban las grupas

después de casi atravesar los flancos.

Tenían barbas negras, sin bigotes,

que movían a risa, no a veneración,

todas frondosas y malolientes…

Si se las soltase en los carrillos de un astuto,

serían jábegas para pescar dineros,

como hacen los barbudos y malos qadíes

con las herencias de los huérfanos.

Es imposible entender a cabalidad la poesía si no se la considera como un producto histórico. Aunque el altísimo concepto que de su arte manifestaba Al Mutanabbi lo llevó muchas veces a enfrentarse con miembros de la corte y a perder el aprecio de los monarcas que fueron sus protectores, gran parte de su obra es ditirámbica y panegírica, es decir, destinada a ensalzar las virtudes del monarca como un vehículo de acceso al poder y la riqueza; en otras palabras, para vivir cómodamente gracias a su arte. Pero esta poesía cortesana, que hoy podría considerarse falsa y servil, en aquellos tiempos era casi la única forma de existencia del poeta “profesional” y en Al-Mutanabbi adquiere sinceridad y gracia cuando alaba las virtudes de Sayf al-Dawla, en el momento cumbre de su producción poética, que cumple la importante función ideológica, política, de colocar coronas de laurel en las sienes de este príncipe de Alepo, su más importante protector, a quien acompañó durante nueve años y “que tenía a la sazón treinta y cinco años, era el prototipo de un príncipe de Las mil y una noches: bello, arrogante, con todas las características favorables y desfavorables del caudillo beduino, de un carácter caprichoso y fluctuante entre la dureza y la magnanimidad, fiel y leal a los suyos, sensual, generoso y letrado. Su corte abundaba en hombres de ciencia, teólogos y poetas.” (**)

 

A Sayf al-Dawla

 

Cada hombre es fruto de las costumbres de su época

y la costumbre de Sayf al-Dawla es alancear al enemigo,

desmentir las falsas alarmas con su presencia

y ser feliz destruyendo las maquinaciones del enemigo.

 

¡Cuántos que anhelaban dañarlo, a sí mismos se dañaron!

¡Cuántos, en vez de dirigir contra él sus ejércitos, le prestaron vasallaje!

¡Cuánto orgulloso, que no reconocía a Dios ni por un momento,

al verle espada en mano se convertía!

 

Él es el mar. Bucea tú a por perlas cuando esté en calma,

pero ¡Alerta a la tempestad!

Cuando honras al generoso, te lo conquistas.

Si honras al despreciable, se rebela.

 

Trocar la generosidad por la espada

es tan perjudicial como trocar la espada por la generosidad.

 

  1. GARCÍA, GÓMEZ EMILIO. Cinco poetas musulmanes. Espasa Calpe. Buenos Aires, 1945.
  2. Ibíd.

Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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